Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

domingo, 28 de noviembre de 2010

Chamuyo de Edipo


Buscaba una luz en la oscuridad. Una luz que lo despertara de aquella infinita noche atormentada de pensamientos. Quizá solo porque buscaba algo real y coherente, acudió a ella. Caminó sonámbulo por el pasillo lleno de fantasmas, sin estar muy seguro hacia donde iba en realidad. Pero el miedo le daba valor para seguir adelante. Llegó hasta la puerta de su habitación, y se detuvo, indeciso. Recordó que debían de ser como las 2 y que ella se iba a enojar si la despertaba.
Avergonzado, se sentó al lado de la puerta dispuesto a no hacer nada más.
Pero los fantasmas no desaparecen así como así. Al verlo rendirse tan fácilmente se acercaron, le susurraron cosas al oído, lo torturaron sin escrúpulos. Inmediatamente, se sumergió en una especia de locura alternada por una sorprenderte lucidez. Recordó las razones por las cuales había caminado sonámbulo por un pasillo lleno de fantasmas. Era la oscuridad: toda su vida estaba llena de oscuridad. Oscuridad hueca.
Pero se había animado a buscar la luz. Y en ese momento tuvo la certeza de que si no habría la puerta de la habitación de Ella, iba a morir. Ella quizás iba a odiarlo durante toda su vida, iba a despojarlo de su confianza y su amor incondicional, pero nada podía ser peor que la nada de la oscuridad hueca llena de fantasmas. Y con su fuerza egoísta de niño, cerró los ojos y abrió la puerta.
No pasó nada.
La llamó un par de veces en voz baja, pero solo al 6º llamado ella comenzó a dar signos de vida.
La chica abrió los ojos con esfuerzo.
- mm… ¿Qué pasa?- preguntó con mal humor.
El joven tardó en responder.
- No puedo dormir. – Respondió, sintiéndose un irremediable idiota.
- ¿Qué?- Murmuró, todavía dormida. - … No podés venir a joderme con eso ahora… Dale, no seas tonto, andá a dormir.
Él no dijo nada, pero tampoco se fue.
La chica debió comprender que la cosa no iba a ser tan fácil. Decidió levantarse y prender el velador, matando (de esa forma) a un par de fantasmas.
Él no pudo evitar reparar en lo bien que le quedaba a ella ese improvisado piyama, compuesto por ropa rotosa, o que ya no usaba.
- ¿te podés ir?- exclamó ahora la chica, más decidida.- No me vengas con eso de que no podés dormir. Leé algo, no sé, pero no me jodas.
- Ok, no te quería molestar.- Respondió él, de manera algo agresiva.
Pero ella se percató de su mirada de miedo…
A ella también le gustaba jugar a la mamá. Y no pudo evitar responder a esa súplica indirecta. Bueno, ella tampoco era precisamente una chica de muchas luces.
- Está bien, quedate. Pero te tirás un colchón ahí al lado. ¡No me vas a tener tan fácil!

miércoles, 20 de octubre de 2010

La Fuerza de la Risa


- ¡Che! ¿Me escuchás?
Ella lo miró de manera indiferente, como lo hacía siempre que le convenía hacerse la boluda. En realidad tampoco podía contestarle de una manera sincera, pues ni ella misma estaba totalmente segura de si estaba escuchando o no, así que optó por no responder. Pero no tomó esa decisión por ser fiel a la sinceridad, si no porque simplemente le era más fácil no hacerlo.
- Te hice una pregunta ¿entendés a que me refiero?
- Si.- respondió con involuntaria voz inocente e infantil. Esa voz que sabía que a él le molestaba, pero que no podía evitar.
- Bueno, ¿y que pensás al respecto? ¿No tenés nada para decir?
En cuanto escuchó esa pregunta tan esperada un manantial de pensamientos invadió su cabeza. Sí, obvio que tenía algo para decir. Quería que supieran que estaba de acuerdo, pero aún así no quería ceder a ese chantaje de cariño tan común en ellos. Quería que supieran que si ella hacía algo mal o algo que les molestaba no era por otra cosa que por la rebeldía estúpida, típica de la adolescencia. Porque ella los quería, claro que los quería, y estaría genial que ellos lo supieran.
Pero fueron tantos esos pensamientos que no pudo digerirlos todos en ese momento, así que no pudo hacer otra cosa que mirarlos con cara de vaca que ve pasar el tren, y hacer un gesto de no saber que decir. Además, no tenía buenas experiencias en sincerarse con sus padres.
Él, al confirmar su presentimiento, sintió que una furia ciega lo invadía.
- ¡No puede ser que no tengas nada para decir! ¡No puede ser que no te importe nada! ¿De verdad es eso lo que esperás hacer con tu vida? ¿¡Nada?! ¿¡No te gustaría salir con tus amigos!? ¿¡No te gustaría salir con un pibe!? ¿¡Cuando seas grande vas a pasarte la vida pelotudeando en la computadora y mirando dibujitos animados en la tele!? ¡No podés ser tan boluda! ¡No podés ser tan insensible!
A pesar de sus esfuerzos inmensos por no escuchar lo que él decía, no puedo evitar parar las orejas cuando éste hizo un resumen completo de todo lo que le venía preocupando en los últimos años.
Entonces, sintió que un deseo irreprimible e incoherente de reír nacía desde el interior de su pecho. Y tuvo que dejarlo ser, nomás.
Lanzó una carcajada voraz, eufórica, interminable, que resonó en toda la casa y en todos los corazones de los presentes, como si se hubiera largado a gritar. Pero no, estaba riendo. Era una risa tan fuerte y tan cargada de placer, que daba miedo.
Ni ella misma supo porqué.
Recordó su incapacidad de sentir. Su indiferencia hacia la vida. Su escasez de deseos. Su sueño de volar y de no crecer, ni tener que cambiar ni independizarse. En fin, todo lo que le hizo recordar, quizá sin ser del todo consiente, su padre.
Y seguía riendo, sin encontrar la manera de detenerse.
Tal vez reía por todo el dolor. Porque esas palabras, en algún rincón de su corazón, debieron hacerle daño. Y porque ya estaba harta de llorar por estupideces, porque debe ser más lindo reir que llorar. Y en cada carcajada, dejaba escapar, un poco, todo el lamento que sentía por dentro.
Como las equivalencias que se realizan en las matemáticas y en otras artes similares, porque casi nadie sabe que la fuerza que produce el llanto, los gritos, y la desesperación, es la misma que la fuerza de la risa.

domingo, 17 de octubre de 2010

Donde se juntan los mundos


Mirar mariposas puede ser peligroso,

todo el mundo lo sabe,

podés correr el riesgo

de distraerte un instante.



Podés creer que sos libre,

libre de volar por ahí,

y no te das cuenta

que no vas a salir.



Y un caballero de armadura

te mostrará donde se juntan los mundos.

Te dejará que lo acompañes en su viaje,

sin compromiso alguno.



Pero te confundirá con otra mariposa,

en invien¡rno te dejará morir,

sin arrepentimiento ni compasión,

no existe un final feliz.



Mirar mariposas puede ser peligroso,

todo el mundo lo sabe.

Podés correr el riesgo

de enamorarte.



Y una guerrera de cabellos rojos,

te mostrará donde se juntan los mundos.

Te dejará que la acompañes en su viaje,

sin motivo alguno.



Pero te confundirá con una llave,

una llave para salir de allí,

y por mucho que te pese,

no existe un final feliz.

8ï8 Vomitando mariposas


Ella era una criada que nada sabía del amor ni de las naturalezas humanas. Apareció un día dentro de una canastita, al lado de la puerta de una casa lujosa, al igual que otros miles de niños habían aparecido antes de la misma manera.
Creció sin ninguna figura paternal, viviendo siempre de lo que sobraba de los demás. Quizá solo para tener un lugar al cual pertenecer en esa enorme casa, se dedicó a la limpieza del hogar.
Creció sin ninguna referencia al amor, pero el amor, aunque se desconozca su comportamiento y su mecanismo, aunque no tenga ningún sentido, a veces aparece sin que se le busque ni se le llame.
Por eso se sorprendió cuando una tarde observó por primera vez con ojos juveniles al hijo menor del dueño de la casa, que tenía aproximadamente su edad. Naturalmente no reconoció los síntomas, y solo había sentido un leve cosquilleo en el estómago.
Al principio creyó que algo que había comido le había caído mal, pero cuando se dio cuenta de que ese extraño cosquilleo no era algo casual si no algo que sentía de forma constante (Cuando veía al hijo, cuando observaba a las parejas en la calle, cuando alguien la llama con una confianza no correspondiente a lo común de la época) abandonó toda hipótesis y se sumergió en una especie de sopor propia de la fiebre del amor no correspondido.
Descuidó la limpieza de la casa. En cuanto se quedaba sola, se encerraba en la habitación de una de las hermanas del hijo y se ponía a leer sus novelas románticas, mientras soñaba tarareando los valses de moda.
Todas sus acciones se llenaron de una ternura distraída. De repente su mundo se había convertido en algo hermoso y frágil.
Y todo eso para sentir los cosquilleos en la panza. Cosquilleos que se movían deliciosamente en su estómago, que la sacudían cual descarga eléctrica, que le recordaban que estaba viva.
Se inducía a esos cosquilleos de una manera tan febril que no se dio cuenta de que lo que sentía no era amor, sino una descompostura en el estómago, tal como había sido su primera impresión.
Solo se percató cuando un estremecimiento fuerte la obligó ir corriendo al baño, y vomitó un centenar de mariposas.

martes, 14 de septiembre de 2010

Madre Naturaleza

El señor fue a visitar el templo para hablar con la madre naturaleza.
- “Señora, necesito su ayuda. He plantado una huerta detrás de mi choza, pero esta no da frutos. Mi mujer está embarazada, y temo por su salud y la de mis futuros hijos. Solo quiero que nosotros tengamos una vida pacífica y próspera”
La madre naturaleza dejó ver su rostro en el medio del aire. Tenía la mirada dulce y maternal. Era digna de belleza y juventud, pero poseía esos rasgos invisibles, típicos en una persona que ha vivido mucho, y que posee una gran sabiduría. Su imagen inspiraba gran tranquilidad.
Sus labios gruesos y rosados apenas se movieron cuando dijo fuerte y claro:
- No tienes de que preocuparte.- y agregó, con ternura.- Todo irá a pedir de boca.
El señor se fue satisfecho.
La madre naturaleza no se equivocaba. La vida del señor no pudo ser más próspera.
Tuvo una hija hermosa y sana, y la huerta detrás de la choza daba tantos frutos que ya no sabían que hacer con ellos.
Una y otra vez, el señor fue a agradecer a la madre naturaleza por todo lo que le había brindado.
Pero en el momento menos esperado, algo falló.
La esposa del señor estaba encinta de nuevo, cosa que debería ser motivo para alegrarse. Mas la mujer murió mientras daba a luz, y el hombre no lo pudo soportar.
Fue con una furia ciega hacia el templo, a reprocharle a la madre naturaleza lo que había ocurrido.
- “¡¿Cómo pudiste hacerme esto!?”- había exclamado el señor.- “¡Te pedí una vida pacífica y saludable, pero haz matado a mujer! ¿¡cómo podré vivir yo ahora?!”
La madre naturaleza dejó ver su rostro en el medio del aire.
Pero ya no era la misma. Su mirada dulce y maternal había sido reemplazada por una desquiciada y llena de odio. Sus largos cabellos castaños por un fuego devastador. Sus labios gruesos y rosados por una mueca trastornada.
Y con una voz extraña, que parecía provenir de algo que estaba sumido en un sufrimiento insoportable, exclamó:
- ¿¡Y qué querías que hiciera!? ¿¡Sabes lo que es vivir en mi lugar!? ¡Tenía hambre, tenía mucha hambre! ¡Necesitaba vidas humanas! ¡Ya no aguantaba más!
Asustado ante semejante revelación, el hombre escapó corriendo.
Juró que nunca más volvería a aquel templo, más que nada porque aquella extraña mujer había sido la responsable de la muerte de su esposa.
Se ocupó de criar a sus dos hijas. Pasaron varios meses, sin que nada cambiara demasiado.
Y entonces, comenzaron las guerras.
El pobre hombre no sabía que hacer, y en un impulso desesperado, se dirigió al templo.
- “Necesito ayuda. No quiero que mis hijas sean víctimas de la guerra. No sé como protegerlas. Necesito que hagas algo. Por favor… por favor, haz que las guerras terminen.”
La madre naturaleza dejó ver su rostro en el medio del aire.
Y nuevamente, su aspecto había cambiado. Ahora parecía una personita frágil y sumamente triste. Parecía haberse encogido con el tiempo, haberse marchitado y debilitado.
Con una voz que casi parecía un suspiro, murmuró.
- No puedo.
El señor entró en cólera.
- ¡No puedes decirme eso! ¡Tú… tú, haz matado a mi esposa, ¿y ahora no quieres hacer nada!?
La mujer bajó la vista.
- No podría aunque quisiera. No depende de mí. Los seres humanos están actuando bajo voluntad propia y no puedo detenerlos.
- Y… ¿qué puedo hacer?- Exclamó el hombre al borde de la angustia.
- Protégelas. Búscales un lugar seguro. Es todo lo que puedo decirte.
El hombre se fue del templo.
Sus hijas, en cuanto pudieron, se marcharon con un grupo de gente para huir del país. Nunca más volvió a verlas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

2- Alas para los humanos


Cuando las guerras del país Mágistral hacia los demás continentes comenzaron, Kevin no tuvo otra opción que emigrar de aquel país en el que había nacido para ir (quizá con algo de ironía) al cual había iniciado con las luchas. De hecho, este era el país más desarrollado, y también el de mejor condiciones para vivir, todos los que podían se refugiaban allí.
Sin embargo, en esa nación se discriminaba mucho a los extranjeros. Allí casi no tenían derechos, y hasta eran excluidos de algunos lugares.
A Kevin eso no le importaba demasiado. Nunca había sentido algo significativo por su nación, incluso, con el tiempo, le fue tomando desprecio.
Aún vivía solo, y había tenido que realizar una larga serie de trabajos desagradables para poder mantenerse. Seguía siendo menor de edad, pero también seguía pareciendo más grande de lo que era en realidad. También gracias a eso, gracias a su habilidad de parecer mayor, había obtenido algunas de las pocas cosas que tenía en la vida.
Además, seguía firme a su religión, pero ya no seguía latente con sus objetivos.
Era común ver en las calles de magistral grupitos de “buscadores”, y se podían distinguir fácilmente: todos llevaban sacos largos y de colores oscuros, y en varias ocasiones, llevaban tatuados el símbolo que los representaba.
Esos grupos solían hacer investigaciones juntos, se ayudaban entre sí y compartían un mismo objetivo.
Por más útil que a Kevin le podía ser formar parte de esos grupos, nunca había podido permanecer en ellos más que un mes: durante su adolescencia había adquirido un comportamiento tosco y orgulloso, naturalmente los demás terminaban hartándose de él.
Como dije antes, Kevin no tenía un objetivo fijo. El objetivo principal de los buscadores era saber que ocurre después de la muerte mientras aún sigues vivo. Pero este variaba en muchos matices, los buscadores podían especializarse en investigar las almas, ya sean de los humanos como de los animales, investigar hechos a través de la historia, buscar la perfección, o (y cada vez que estas palabras sonaban, Kevin no podía evitar dar un respingo) alas para los humanos. Pero a pesar de que Kevin no tenía un objetivo fijo, jamás, (ni en el más profundo de los sueños) habría admitido la obsesión que tuvo con el tema luego de la muerte de Pía.
Por eso, él solo, había investigado el alma de los pájaros y la de los infradotados, había investigado los errores del hombre más significativos a lo largo de la historia, Había investigado la atracción que podía producir el sol, y también (Oh, dios, ¿cómo había podido caer tan bajo?) buscado los rasgos de Pía en cada jovencita con la que se cruzaba.
Pero en la vida de todo científico llega la hora en que no sabe que más buscar, aquella hora en la que nos damos cuenta que todo lo que había investigado carece de sentido y desperdiciamos un tiempo valioso buscando una meta cuyas posibilidades de que existan son escasas. Cuando llega esa hora, Kevin cae una frustración que no puede controlar; y, en un vano intento de hacerlo, sale a dar una vuelta.
Lo que Kevin no sabe (Y no lo sabe por simple hecho de que sabe más de lo que debería saber) es que las casualidades no existen, y que eso que buscamos tan febrilmente suele ser encontrado cuando menos lo esperamos.
Por eso es que se sorprendió cuando vió por primera vez a Danielle.
Estaba una cuadra más lejos donde se encontraba él, y ella estaba rodeada de gente, así que Kevin solo pudo ver un conjunto de almas.
Pero eso bastó.
Por un instante, por primera vez en su turbia vida, Kevin tuvo la remota idea de que no todo se dividía en posible e imposible, que las casualidades no existían y que todo eso que buscas desesperadamente lo encuentras cuando menos te lo esperas. Sin embargo, solo fue una remota idea.
Y así fue como Kevin desvió toda la obsesión a esa chica rubia que había visto de lejos.
Al poco tiempo descubrió que la en la cuadra donde Danielle se encontraba había una escuela, siendo más exactos, una secundaria. Entonces, dedujo que Danielle debía estar en edad de secundaria, y que, por lo tanto, esa debía de ser su secundaria.
Por eso, en el horario que los jóvenes solían salir del colegio, Kevin se encontraba en esa cuadra, y miraba desde lejos.
Lo que había llamado la atención de Kevin al principio de todo, había sido, obviamente, la pureza del alma. La muchacha tenía el alma más pura que había visto en mucho tiempo. Pero después fue sacando otras conclusiones.
A Danielle debía de gustarle la música, pues ella se quedaba todas las tardes, después del colegio, con unos amigos que tocaban la guitarra, y hacían una ronda en la vereda para escucharse mutuamente.
También se dio cuenta de que no era específicamente rubia, más bien tenía el pelo de un anaranjado amarillento.
Pero claro, lo que más le llamaba la atención era su alma de pájaro, su alma de Pía.
Al igual que Pía, tenía las cuencas de los ojos redondas, lo que le daba la impresión de que los tenía más abiertos que lo normal, pero también la hacían más expresiva. Sus ojos también eran claros, pero más verdosos, más sucios. No eran ese azul inmaculado de Pía, que daba la impresión de que lo que te miraba no eran dos ojos, si no dos burbujas.
Aún así, tenían exactamente la misma nariz: pequeña e imperfecta, pues la punta tiraba levemente para abajo.
Pero lo que más le llamó la atención, fue ese pequeño pajarito, que (no importa el momento) siempre revoloteaba alrededor de ella.
Luego de intentar encontrar, en tiendas de música, las canciones que Danielle escuchaba, luego de investigar aún más a fondo el comportamiento de los pájaros (o mejor dicho, ¿Qué hacía un pájaro revoloteando siempre alrededor de una misma persona?) y luego de innumerables noches sin dormir, Kevin decidió que debía hablarle. Que debía averiguar el porqué de esa alma tan pura.
Ya debo haber dicho que Kevin era un chico tosco y orgulloso, pues bien, solo quería que lo recuerden. A causa de esa personalidad, Kevin no tenía mucha experiencia en relaciones humanas, y la forma más sutil que se le ocurrió para hablar con Danielle fue tomarla del brazo y arrastrarla hacía algún lugar, hasta que puedan conseguir algo de privacidad.
Así lo hizo. Se acercó a ella, confundiéndose con los alumnos, justo cuando salía de las puertas de su escuela, antes de que se junte en ronda con sus amigos. La tomó del brazo con fuerza y la arrastró ciegamente hacía cualquier lugar que estuviera lejos de aquella calle. Al principio Danielle se dejó llevar, algo que parecía un poco extraño, pero apenas Kevin se detuvo en una calle que estaba más o menos deshabitada, demostró su disgusto.
- ¿Por qué hiciste eso? – Le preguntó ella muy seria. El chico se sorprendió un poco por aquella reacción, y no supo muy bien qué responder.- ¿Por qué me trajiste hasta aquí?- Insistió.
- Bueno, verás… yo… Tu… alma…- No sabía como empezar sin parecer un chiflado.
Sin embargo, la joven revoleó los ojos.
- No me digas que tú eres un Buscador.
Kevin se quedó mudo.
- ¿Eres un Buscador, verdad? Solo a un loco cómo ellos se les ocurriría hacer lo que tú acabas de hacer, y luego no saber explicar las estupideces que hacen…
Luego de pensar un rato y hacer un enorme esfuerzo por contener su ira, dijo:
- Es verdad, soy un Buscador.
Danielle suspiró.
- No te creas original, no eres el primero de ustedes con el que me encuentro.
Eso de verdad fue una sorpresa.
- ¿no?- Dijo chico con extrañeza, sintiéndose un tonto. Era esa chica la que lo hacía sentirse como un imbécil, ¿quién se creía que era?, y sobre todo ¿Por qué se esforzaba en contener su mal genio contra ella? Se lo merecía.
- No. Ellos al igual que tú, se sorprenden por mi alma pura, me agarran, me hacen preguntas y no me dejan ir hasta que les respondo.- Dijo con cierto tono de disgusto en la voz.
- Bueno, pues si tanto te molesta… terminemos de una vez.- Murmuró Kevin, conteniendo la bronca.
- Me parece genial.- Dijo irónicamente.- Hablando de eso, ¿Dónde están tus amigotes? Todos los Buscadores con los que me crucé llevaban a sus compañeros, no vaya a ser que tengan que enfrentarse a algo solos…
- Limítate a contarme lo que me tengas que contar.- La atajó Kevin.
Danielle miró a su interlocutor a los ojos, y él no pudo evitar acordarse de los ojos como burbujas que eran de Pía.
- Mi nombre es Danielle, y tengo un estilo de vida totalmente diferente al tuyo, pero, aunque no parezca, es similar en algunos puntos. Nosotros también aprendemos la lectura de almas, e investigamos su purificación. Pero no buscamos beneficiarnos a través de ello, o al menos no de la forma antinatural que buscan ustedes. Respetamos a la naturaleza en todas sus formas, y jamás intentaríamos hacer algo en contra de ella. Tampoco buscamos cambiar el destino, o darle más poder a los seres humanos, simplemente dejamos que todo sea como debe ser. Más o menos, ese es nuestro lema. Buscamos purificar nuestras almas solo para asemejarla con el alma de los animales. Los animales son los seres más neutrales que existen en nuestro mundo, los únicos hacen que todo “sea como debe ser”. Buscamos ser tan neutrales como ellos. Digamos que mi alma es más pura de lo normal, pero yo la conseguí de una forma totalmente natural. Es decir, sin meterme en líos, y disfrutando lo más posible de la vida. Es la mejor forma. Así que si ya sabes todo lo que querías saber, ¿puedes dejarme ir?- Dijo todo esto sin pausas, como si lo recitara de memoria.
Kevin la miró de forma inexpresiva, asimilando todo lo que acaba de escuchar.
- Tu estilo de vida se asemeja un poco al de los Terrenos.
Danielle esbozó una sonrisita de suficiencia.
- Tienes razón. Tú eres de Ciudad Terrena ¿verdad?
Él hizo un mohín.
- Si, pero por favor no lo digas tan fuerte. No estoy muy orgulloso de ser de ahí.
- Me lo suponía.- se regodeó la joven.
- Pero tú no eres una Terrena, ¿verdad?
- No, soy una mezcla de razas. Y ahora, si ya tienes todo lo que querías saber, me voy…
- Espera, te olvidaste de algo…
- ¿de qué?- Preguntó, por primera vez, con franca sorpresa.
- De él. – Dijo mientras señalaba al pequeño pajarito que, desapercibido, seguía posado sobre el hombro de la chica.
Ella, casi instintivamente, llevó las manos de forma protectora hacia el ave.
- ¿Por qué te interesas en él? – Dijo, desconfiada.
- Verás, desde hace tiempo que estudio... el alma de los pájaros, y…
- ¿Por qué un buscador como tú se interesaría en el alma de los pájaros?- Exclamó sin dejarlo terminar.
Kevin comenzaba a irritarse de nuevo.
- Mira, no tienes que responderme si no quieres, solo quiero saber porqué él siempre anda revoloteando alrededor tuyo, y… haciendo esas cosas raras.
Danielle bajó la mirada.
- Él es algo así como… mi guía.
- ¿Tú guía?
- Ya te dije que buscamos la neutralidad de los animales. Pues… yo tengo una conexión especial con él… yo aprendo a ser pájaro, a copiar su alma y sus gestos. Por alguna razón, Mientras más aprendes, más cariño te toma el animal, y también te es más fácil comunicarte con ellos…- Terminó de hablar con un dejo pensativo.
- ¿Eso no deberías habérmelo contado?
En ese instante, Danielle recuperó su actitud a la defensiva.
- A los buscadores no suelen interesarles los animales. Solo les importan ellos, y saber qué tanto van a sufrir después de que se mueran…
- Te equivocas. Siempre nos interesó la habilidad de los animales para mantener su alma pura.
- Cómo sea. Ya te dije todo lo que sé, así que me voy.
Y sin decir más se alejó rápidamente, sin que Kevin atinara a hacer nada.
Ese encuentro fue tan corto y extraño (a menos, a comparación de cómo se lo había imaginado) que lo dejó, primero desconcertado, y después insatisfecho.
El “estilo de vida” de Danielle le parecía tonto e inútil en muchos aspectos. Después de todo, ¿De qué servía ser algo tan neutral como los animales? ¿Qué hay de bueno en que todo “sea como debe ser”? Algunas cosas que nos aguarda el destino son espantosas, ¿Por qué no cambiarlas si tenemos la oportunidad? La mente de Kevin no estaba preparada para entender a la de Danielle.
Pero de todas formas, no podía negar que se sentía intrigado. De alguna manera, Danielle tenía un alma pura. Es decir, ella, sin ni siquiera estar a favor de los buscadores, había conseguido fácilmente aquello que éstos se desesperaban por obtener.
Y no solo eso. Danielle misma le había dicho que estaba aprendiendo a “ser un pájaro”. Eso era más de lo que Kevin podía soportar. Sencillamente, esa joven había sido creada para estropearle la vida.
Y luego de tiempos de insomnio y frustraciones comprendió que aquel encuentro no le había servido de nada, y que si de verdad quería entender a Danielle, y averiguar la razón de su alma pura debía pasar más tiempo con ella. Debía saber cómo era, cómo actuaba, cómo pensaba.
Fue por eso que, en un acto ya conocido, volvió a acercarse a la secundaria y a esperar a que Danielle saliera.
Esta vez no hizo falta que Kevin la arrastrara hacia ninguna parte, pues ella se acercó en cuanto lo vio.
- ¿Qué pasa ahora?- le preguntó cuando estuvo delante de él, aunque ahora su voz no sonaba desconfiada ni grosera. Parecía una pregunta amable.
Era evidente que Kevin no comprendía como funcionaba la mente de aquella loca.
- ¿Podríamos hablar en otro lado? No quiero interrupciones.
- Claro, ¿te invito a un café?
Kevin la miró extrañado, pero no se negó. No se podía dar el lujo de rechazar comida pagada por otra persona.

Una vez que se encontraron en el lugar, se sentaron para esperar que los atendieran. Había mucha gente, así que era probable que eso no sucediese pronto.
- Bien, dime que ocurre ahora. Nunca un Buscador me “había venido a buscar” por segunda vez.
Kevin la miró pensativo.
- hum… quiero que me enseñes tu estilo de vida.
La joven arqueó las cejas.
- No hablarás en serio ¿Verdad? ¿No tienes ya suficiente con todo ese lío de los buscadores?
- ¿Y eso qué?
- Como dicen por ahí, no se puede llenar una copa que ya está llena de otra cosa.
- Mira, tu misma lo dijiste, nunca otro Buscador lo había intentado antes. Estoy dispuesto a aprender.
Danielle lo miró como si lo evaluara.
- Bien, supongo que tienes una oportunidad. Quiero decir, eres el primero que se fija en Simón…
- ¿Simón?
- Es el nombre de mi pájaro.
- Genial – Murmuró con sarcasmo. ¿En qué se estaba metiendo? nada podía terminar bien si estaba en manos de una chiflada que le ponía de nombre “Simón” a un ave.
- Pero te lo advierto, nunca antes había hecho algo así. Debes prometerme que no lo echarás todo a perder. ¿Lo entiendes?
- si, si, lo prometo.- dijo sin prestar atención.
Danielle sonrió satisfecha.
En ese momento se acercó la camarera. Era una chica joven, rubia, de cara aniñada. En cuanto vio a sus dos clientes, puso cara de horror.
- ¿qué hace él aquí? – Exclamó histéricamente, señalando a Kevin.
- Pedir un café- Respondió Danielle con naturalidad.
La camarera la miró con una mezcla de odio y terror.
- ¡No permitimos extranjeros aquí! ¡Y menos a Terrenos! y… ¡Tampoco permitimos animales!- Exclamó al ver a Simón. - ¡Les pido por favor… que se retiren!
- País de mierda – Masculló Danielle una vez fuera.
- Pues tienen sus razones para odiarnos.- Dijo Kevin con neutralidad.
La joven lo miró con desdén.
- Tienes mucho que aprender.

Y así fue como Danielle intentó enseñarle a Kevin todo lo que sabía. Cada dos días, después del colegio, la chica se acercaba a la habitación de hotel que el joven alquilaba, y se ponían a hablar.
Danielle le contó sobre las bellezas del mundo natural, aquel mundo que en esos momentos estaba perdiendo protagonismo. Le contó cómo hacía para aprender a ser ave, y que su alimento consistía en sólo semillas, y cosas varias cortadas en trozos muy pequeños. Solo en ese entonces Kevin se percató en la delgadez de su maestra. Le contó sobre sus amigos, y sobre cómo nada que te hiciera sentir bien podía causarte daño alguno.
Kevin escuchaba y jamás contradecía, incluso cuando estaba tan en contra de sus comentarios que hasta le disgustaban. Al principio las “clases” de Danielle eran bien técnicas, pero con el tiempo éstas parecían ir perdiendo formalismo. A veces terminaban hablando sobre cualquier otro tema, totalmente diferente al que deberían.
Kevin se sentía tan mal cuando estaba con ella. Se sentía como un ser patético e insignificante. Se sentía como alguien absurdamente bueno. Como un perrito faldero. Pues, con el tiempo, se fue dando cuenta de que él la valoraba demasiado, y de que haría cualquier cosa que le pidiera. Y lo peor de todo, era que parecía que Danielle, no solo lo sabía, sino que se burlaba, y además se aprovechaba.
Y como cosa extra, tenía el poder de hacerlo sentir aún peor solo diciendo un par de palabras, como:
- Así que sólo tienes… ¿14 años? vaya, con razón eres tan infantil.
- Yo no soy infantil. – dijo, quizá con cierto infantilismo. – Vivo yo solo y trabajo para mantenerme desde hace 4 años, ¿por qué alguien me consideraría infantil?
Danielle lo miró con una sonrisa, algo que no calmó a Kevin.
- No cuestiono tu capacidad para cuidarte solo. Solo digo que, a comparación con la edad que aparentas tener, eres bastante infantil. Yo pensé que al menos me llevabas unos tres años.
- ¿Y cuántos años tienes?
Ella sonrió con orgullo.
- 16

O si no sacaba temas como:
- Así que nunca pudiste durar en un grupo de Buscadores más de un mes… bien, supongo que es esperable.
- ¿por qué dices eso?
- Porque eres algo cascarrabias.
Ese fue el colmo, teniendo en cuenta de que Kevin se mostraba mucho más amable delante de ella que como se mostraba con los demás.
- ¡No es cierto! ¡Tú tampoco fuiste muy cordial conmigo el día que te conocí!
Danielle rió.
- Aclaremos una cosa, Kevin. Tú eres desagradable con los demás porque no lo puedes evitar. Yo fui desagradable contigo porque no me caen bien los Buscadores.

Pero a pesar de que por momentos lograba que Kevin se destruyera por dentro, normalmente era afable. Y esa era otra de las cosas que lo exasperaban, porque mientras más enfadado se sentía, más afectuosa se mostraba ella.
A veces, una vocecita en su cerebro le preguntaba porqué seguía juntándose con ella si le hacía tanto daño. Pero la verdad es que Danielle lo sanaba más de lo que lo perjudicaba. Porque, inconcientemente, cuanto tenía a Danielle al lado pensaba en Pía. Pensaba en Pía como si fuera un ser vivo. Un ser vivo que no había muerto por su culpa.
Por eso, a pesar de todo, estar con Danielle era como si le limpiaran la conciencia.
Y, al mismo tiempo de que se sentía tan mal, también sentía estúpidamente bien, de alguna manera, engañándose a sí mismo. Pero Kevin sabía que eso no podía tener un final feliz.
Un día, mientras Danielle observaba las anotaciones de las viejas investigaciones de Kevin, comentó:
- De verdad te gustaban mucho los pájaros.
Kevin hizo un mohín
- No es que me gustaran. Solo formaban parte de mi investigación.
Se hizo silencio, y él pensó que ahí había terminado la conversación. Pero no.
- ¿Por eso te acercaste a hablarme en realidad? – Preguntó la joven, luego de mirar de forma pensativa al cuaderno.- ¿Por Simón?
El chico la miró fijo, y decidió que hora de contarle toda la verdad.
Y se la contó toda, desde el comienzo hasta el final. Pía, su falso padre, su antigua escuela, la explosión, muerte, Danielle, Simón, y Pía otra vez.
La chica lo escuchó sin interrumpirlo, ni cambiar la expresión de su rostro.
- Entonces, no fue mi alma pura, en realidad. – Comentó, mientras miraba a su amigo. Este asintió suavemente, solo por hacer algo. – Fue que te gusté.
- ¡No me gustaste, ni me gustas ahora! – exclamó, por alguna razón se sentía atacado. Danielle seguía mirándolo sin expresión alguna, pero a Kevin se le hizo que lo miraba con incredulidad. – Sólo… sólo me recuerdas a Pía. – murmuró, tratando de excusarse, mas sintió que lo arruinó todo.
- Entonces, ¿Qué piensas hacer conmigo? Realmente no te interesa aprender mi estilo de vida, ¿verdad? ¿Para qué me buscaste? ¿Para recuperar a Pía? ¿piensas meterme en esa máquina y hacer que me crezcan alas? De verdad no lo entiendo…
- ¡No! ¡Yo no quiero hacer eso…!- Y en ese instante, una imagen de Danielle alada se cruzó por su mente. Diablos, se veía tan hermosa de esa manera…- Sin embargo… tu alma de pájaro…- Murmuró, mientras la miraba de arriba a abajo – y eres de contextura más delgada que Pía… Quizá, si lo intentáramos… no saldrías disparada hacia el sol…
- Suficiente, me voy de aquí.- Dijo levantándose de manera repentina.
- ¡No! ¡No, Danielle, yo no quiero hacer eso! – Exclamó, cuando cayó en cuenta de lo que había dicho. La chica recogía su campera y se aproximaba hacia la puerta sin inmutarse.- ¡Espera! ¡No se por qué lo dije! ¡Jamás le pediría a alguien que lo hiciera, y menos a ti, Danielle! ¿¡Crees que se lo pediría a alguien después de lo que le pasó a Pía!? ¡Sí quiero aprender tu estilo de vida! ¡por favor, quédate! – Se sentía como un bebé llorón suplicando de esa manera, pero no podía dejar que se vaya.
Danielle se detuvo, y él suspiró.
- Kevin, los seres humanos nacimos sin alas y eso es por alguna razón. Está mal querer cambiarlo, solo conseguirás que muera más gente, como Pía. ¡Y sobre todo, te pido que ni siquiera imagines en verme a mi misma convertida en una especie de ángel! ¡No podría mirarte a la cara si las cosas van a ser así!
- Perdóname, Danielle, no lo haré.
Ella se quedó callada durante algunos segundos, pero al fin, respiró.
- Nos vemos mañana.- Y se marchó.
Fue entonces que Kevin se dio cuenta (no sin oponer una cierta resistencia) de lo importante que ella era para él.

A pesar de todo, Kevin aprendió muchas cosas. Se dio cuenta que el estilo de vida de Danielle era mucho más complejo de lo que parecía. Empezó a entender como funcionaba el magnetismo que Danielle producía en Simón.
Además, él mismo ponía en práctica las instrucciones que ella le explicaba. Empezó a alimentarse solo de semillas, y de cosas cortadas en trozos muy pequeños. Empezó a prestarle más atención a Simón, a sus gestos, a sus reacciones. Todo esto lo hacía con la esperanza de sanar un poco su alma, aunque de verdad no se hacía muchas ilusiones. También, con la esperanza de comprender la mente de Danielle.
Mientras tanto, Simón también parecía ir tomándole simpatía. Con el tiempo, se dio cuenta de que, en cierto modo, tenía poder sobre el animal. Al menos, era capaz de comunicarse con él, y de transmitirle órdenes, de alguna extraña forma. Entonces se percató de donde se estaba metiendo. Él se estaba transformando en una especie de “chico pájaro”, sin ir más lejos.
Simón casi había pasado a ser, no solo de Danielle, sino también de Kevin.
Esto para el chico no era algo importante, no entendía que tan útil podría ser ser dueño de aquel pájaro. Para él, eso no justificaba todos los días que había pasado comiendo sólo semillitas ni todas las mañanas que se había aguantado en ayuno.
Ese modo de vida se le hacía más duro de lo que había pensado que sería, y Kevin, como estaba acostumbrado, empezó a plantearse alternativas. Pensó que había otras formas de obtener el alma de un pájaro, formas más prácticas. Pensó en cómo Danielle se pondría feliz al saber que podría comer adecuadamente, y andar sin necesidad de llevar a Simón a cuestas.
Al parecer, terco como era, Kevin seguía sin poder entender la forma de pensar de Danielle.
Una de esas tardes, se lo comentó.
- Danielle… digo… Ya que estás tan interesada en eso de la neutralidad de los animales… ¿haz pensado en la transfusión de almas?
- ¿Qué?
- Ya sabes, cambiar un alma por la otra. Por ejemplo, yo te doy mi alma, y vos me das la tuya. Ya sé que nunca nadie lo había logrado antes, pero si lo intentamos…
La chica se lo quedó mirando para comprobar que no lo decía en broma.
- Kevin, ¿no lo habíamos hablado, ya?
- ¿El qué?
- ¡Sobre esa manía tuya de forzar la realidad! ¿te parece natural que intercambie mi alma con la de un animal?
- ¡Vamos! si al fin y al cabo no es tan distinto a lo que haces, ¿acaso es natural que un ser humano actúe como un pájaro?
- ¡Es algo totalmente distinto! ¡Al menos me esfuerzo por conseguir lo que quiero, sin afectar a Simón! ¡Y no busco el camino más sencillo simplemente porque me cansé de seguir!
- ¿¡Crees que una transfusión de almas es sencilla!?
- ¡Por favor, sabes que es un camino mucho más corto! ¡Lo que tú quieres es ir al grano! ¡Al menos admite que lo dices porque ya no quieres seguir con esto!
Los dos se callaron y se miraron con odio durante un rato. Luego Kevin respiró, y dijo con un tono mucho más dócil, pero que escondía cierto rencor:
- Está bien. Solo quería ayudar.
Al parecer, Danielle no esperaba que dijera eso.
- Bueno… Lamento haberte gritado. Pero de verdad, Kevin, deberías sacarte esas ideas de la cabeza.
- Descuida.- Murmuró.
Luego de esa pequeña discusión, Kevin se encontraba más malhumorado que lo habitual. Pero a pesar de eso, no volvieron a hablar del tema el resto de la tarde. Una vez que Danielle se fue, Kevin se sentó en su escritorio a pensar.
A pesar de todo el tiempo que había pasado, seguía sin saber exactamente la razón del alma pura de Danielle. Es decir, ella no era una persona muy distinta a las demás, tenía tanto sus defectos como sus virtudes.
Sintió que todo el tiempo que había pasado con ella no había servido para nada, que la única razón por la que se juntaba con ella cada tarde era para consentir un deseo estúpido.
Pensó que ella tenía razón: Él estaba harto de actuar como un chico pájaro. Y lo peor de todo era que se estaba olvidando de quién era.
Él era un científico. Los científicos investigaban cosas para hacer de la vida humana algo más simple. Y si Danielle era tan ciega como para no ver su buena intención, ese era su problema. Después de todo, la joven tampoco podía entender la forma de pensar de Kevin.
Un piar interrumpió sus pensamientos. Simón se encontraba revoloteando alrededor de él. -Que extraño, no se fue con Danielle- pensó vagamente Kevin. ¿Ahora el pájaro le tenía suficiente confianza como para quedarse con él? Lo miró pensativo, y entonces, una idea invadió su cabeza.
Impulsado por una fuerza ciega, se puso a trabajar en su proyecto sobre la transfusión de almas.
Estuvo en vela toda la noche, escribiendo ideas, cálculos, hipótesis. La mente de Kevin parecía funcionar mejor que de costumbre, tal vez por su enojo, o por una motivación desconocida, que lo impulsaban a trabajar.
Al cabo de 6 horas ya tenía una teoría completa y lista para ser probada. Pero necesitaba de otro ser vivo. Recordó que hacía un tiempo, en el baño había una rata que lo venía molestando (aquel hotel no era precisamente cinco estrellas). Se dispuso a buscarla.
Una vez encontrada la rata ya estaba listo. Sin pensarlo ni siquiera dos veces, levantó el pequeño cuchillo para empezar con el experimento.

Lo había logrado. Solo lo tuvo que intentar una vez. Fue un plan sin fallas. Claro, siempre se es más fácil con la muerte de uno de los sujetos en cuestión, pero aún así, él era el primero al cual se le había ocurrido la idea.
Estaba eufórico, pero sentía que algo le faltaba.
Danielle.
Debía esperar a Danielle.
Ni se detuvo a disfrutar de su éxito. Ni a pensar con detenimiento en que él había sido el primero en realizar una transfusión, ni en lo que esto significaba.
Estaba tan feliz, que no podía razonar con claridad. Esa felicidad le nublaba la mente, y comenzó a fantasear.
Creyó que cuando Danielle vea que su experimento había salido bien, iba a dejar todo los prejuicios atrás e iba a estar feliz de la idea de su amigo. Tan estúpidamente feliz estaba que lo creyó.
Así que la esperó durante varias horas, hasta que escuchó los golpes en la puerta.
- ¡Lo he logrado!- Exclamó Kevin al ver a la joven entrar.
Danielle lo miró con detenimiento, sin comprender a que se refería. Pero algo le decía que no podía ser nada bueno.
- ¿Qué has logrado?- Preguntó con desconfianza. Y luego, se acordó de su ave.- ¿Dónde está Simón?
- Aquí, aquí está, ¡Ven! – Dijo con una voz tan eufórica que hasta era desquiciada.
Entonces, Kevin revolvió en su desordenado escritorio. Quitó un par de hojas que tapaban la vista, y entonces, Danielle pegó un chillido, y la campera que llevaba en sus manos se cayó al suelo.
Al lado de la jaula donde se encontraba la rata, estaba Simón, inmóvil, y con un pequeño bisturí clavado en el centro de aquel diminuto cuerpo.
Kevin le señaló la jaula, pero Danielle no pudo desviar la vista del pájaro.
- ¿Qué… qué hiciste?- Murmuró. Parecía muy consternada, como si quisiera gritar, pero no tuviera fuerza suficiente para ello.
Sin embargo, Kevin no se sentía dispuesto a reparar en el estado de ánimo de su amiga.
- ¿Acaso no es obvio? ¡Transferí el alma de Simón a la rata! – Esperó a que Danielle reaccionara, pero ella ni se inmutó. Entonces, agregó. - ¡Era posible, Danielle! ¡Lo hice! Ahora… ¡Ahora solo queda que lo repitamos, y entonces, conseguirás la neutralidad de los animales!
- ¿¡Cómo haz podido hacerle eso a Simón!? – Chilló de repente, y se largó a llorar.
Fue como si Kevin recibiera un baldazo de agua fría.
Toda esa euforia se le desvaneció de repente. Primero, se sintió desconcertado, y triste. Y un segundo después, enojado. Si, muy enojado. ¿Quién era ella para arrebatarle de golpe toda esa felicidad? ¿Cómo se atrevía a llorar de esa manera luego de haber trabajado para ella toda la noche?
Y Danielle, en medio de las lágrimas, también parecía ir juntando fuerzas.
- ¡No entiendo como… pudiste! ¡Era Simón, era mío! ¿Qué querías lograr?
La ira de Kevin iba creciendo. Sentía que su amiga se obstinaba en hacerlo sentir culpable, sentía que lo hacía a propósito.
- ¡Yo sólo quería ayudar!
- ¿¡Sólo querías ayudar!? ¿¡Te das cuenta de lo que hiciste!? ¡No solo mataste a Simón, también transferiste su alma a un ser completamente distinto a él! ¿¡Sabes lo que sufrirá ese animal?!
- ¡Por favor, es solo una rata!
De golpe, Danielle respiró profundo de una manera audible, e intentó tranquilizarse. Pero aún así, su pecho tiritaba, y las palabras le salían algo temblorosas.
- Estás enfermo. – Dijo con la voz clara y la bronca contenida. Si no lo hubiera dicho así, a Kevin esas palabras no le habrían dolido tanto.- Estás enfermo, y no hay manera de que puedas cambiar. Y no entiendo como pudiste haber hecho esto después de todo lo que te enseñé. Me equivoqué contigo, Kevin.
Terminó de hablar, y en la habitación reinaron unos segundos de silencio que parecieron eternos. Solo se escuchaba el débil movimiento del ventilador, y a la rata desplazándose por la jaula.
Kevin no tenía tiempo de sentirse culpable. Sentía una furia ciega, tan devastadora que no entendía cómo era capaz de controlarla. Deseó con todas su ser que Danielle desapareciera de su vista, pues a causa de una fuerza recién nacida, sentía que podía lastimarla con solo tocarla.
- Vete.- Le rogó con voz autoritaria.
Danielle tragó las lágrimas.
- Eso no tienes que pedirlo.- Exclamó con fuerza temblorosa.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Danielle había desaparecido, dejando solo el sonido que hace una puerta al cerrarse bruscamente.
Ah! Y el cadáver de Simón…
Solo pasaron unos minutos después de la partida de Danielle cuando Kevin comenzó, quizá de un modo algo egoísta, a sentirse insoportablemente solo. Más solo de lo que se había sentido en toda su vida.
Pensó que había sido un idiota, que al menos debería haberle preguntado a Danielle si alguna vez iba a regresar, o si el la podía visitar, antes de que se fuera.
Con el tiempo, se dio cuenta de que era Danielle la que lo convertía en un idiota.
Claro, y también se dio cuenta de otras cosas. Era increíble, todo ese tiempo había pensado que necesitaba tener a Danielle cerca para poder comprenderla.
Pero ahora, pensando fríamente en la habitación del hotel, comprendía todo con muchísima más claridad. Comprendió todas sus acciones, todos sus gestos, y todas sus respuestas. Se dio cuenta de que Danielle no era un ser extraordinario, y que ni siquiera se parecía a Pía. Solo era una persona más, con errores, y virtudes. Aunque eso no la hacía menos especial, al fin de cuentas, como todo el mundo es especial.
Pero eso no lo consolaba demasiado.
Sentía como si la máquina que había hecho morir a Pía hubiera estallado por segunda vez. Solo que ahora había estallado tan silenciosa e inesperadamente, que no se dio cuenta sino luego de un tiempo.
Nunca volvió a ver a Danielle. Tampoco la buscó. Nunca se enteró de que su alma perfecta ya no era perfecta, ni que por esa razón los Buscadores ya no se interesaban en ella.
Todo esto no había pasado en vano. Ahora, Kevin había aprendido, más o menos, a controlar su genio, y había aprendido a valorar las vidas de todo ser.
Entonces, solo resta esperar que algo suceda.

sábado, 14 de agosto de 2010

ToTalmente InespEraDo


Él era un ser tan insignificante que ni siquiera me voy a gastar en ponerle un nombre. Cuando nació, tenía ojos de vaca. Cuando creció, también. Ojos negros de vaca tierna y mansa. Lamentablemente, a las vacas se la lleva al matadero.
A pesar de ser tan insignificante, él tenía un poder secreto. Digo que es secreto, porque creo que nadie lo consideraría como un poder especial.
Él tenía el poder de recibir los golpes del destino como caricias. Se dejaba manejar por sus ataduras sin poner resistencia. Le decía que se pusiera ahí, y él lo hacía, más allá de lo que aquello pudiera significar.
No es que no tuviera opiniones, simplemente no las valoraba. Hizo de toda su vida lo que le decían los demás. Estudió lo que querían sus padres, se juntaba solo con los pocos que buscaban su amistad, y nunca desobedecía ni contradecía.
Estudió ingeniería, aunque a él le hubiera gustado arquitectura. Se casó con Émily, aunque siempre había querido tener algo con la jovencita que se sentaba detrás suyo en la secundaria.
Émily era una de las pocas mujeres que se habrían enamorado de él. Émily tenía una actitud demandante, no le gustaba que le llevaran la contra. En otras palabras, él estaba hecho para Émily, aunque nadie sabía a ciencia cierta si Émily estaba hecha para él.
A pesar de que ésta vida, quizá no era su vida perfecta, nunca se lo oía quejarse. Bueno, tampoco tenía mucho de que quejarse, al fin y al cabo, todo lo que poseía lo había obtenido sin necesidad de hacer nada a voluntad propia. Podemos decir que hasta ahora, nada le había salido realmente mal, pero, al fin y al cabo, el tenía un poder secreto.
Un día llego de trabajo de mal humor, quizá solo por algo insignificante, tal vez sin razón alguna. Si no hubiera vuelto de mal humor, era posible que las cosas hubieran sucedido de otra manera.
Émily le pidió que pusiera la mesa.
Y algo se rompió.
-no.- dijo en voz baja.
Émily estaba ocupada.
- ¿qué?- le preguntó, sin dejar de prestar atención a lo que estaba haciendo.
- ¡No!- respondió, aferrándose a una fuerza desatada desde el interior de su alma.
Entonces, su poder oculto se activó. Si, él era capaz de recibir los golpes del destino como caricias. Pero también era capaz de romper sus hilos con gran facilidad.
Él debía ser un ser insignificante. Estaba escrito que sería así. Pero en ese instante, dejó de ser intrascendente y se convirtió en una persona. Hizo algo tan inesperado, que desquebrajó el sentido de la realidad, y las ataduras que nos sostenían se cortaron. Un instante después, todo se volvió negro.
Tan negro como un principio.

jueves, 22 de julio de 2010

Historias de Foggia


En aquellos tiempos, Foggia solo estaba poblada por indios nativos. Fue un país que tardó mucho en modernizarse. Todos estos indios tenían costumbres muy primitivas, pero al mismo tiempo, muy queridas, y no encontraban razón para abandonarlas.
Un día, una pequeña indiecita se levantó enferma, y fue a ver a su abuela.
La señora; una mujer alta y canosa, llena de arrugas, pero aún así fuerte y ágil; era conocida como unas de las más sabias de la región. De hecho, todos los ancianos lo eran, ya que eran los únicos que conocían todas las viejas historias.
La mujer le tocó la frente, que ardía en fiebre, le abrió los ojos y observó sus pupilas.
La indiecita le preguntó que ocurría, y la anciana dictaminó que estaba poseída por los malos espíritus.
Acto seguido la agarró fuerte del brazo y la llevó a una especie de cubículo pequeño, hecho de madera y lleno de decoraciones. Parecía una tumba.
La anciana le dijo que no se preocupara, que solo era un purificador, para eliminar a los malos espíritus. Que debía quedarse ahí durante un buen rato, hasta que los espíritus hayan abandonado completamente su cuerpo. La niña entró, y la señora la encerró con un extraño mecanismo de candado.
Pasaron un par de horas hasta que la abuela regresó. Abrió la puerta lentamente, y luego pegó un grito de horror. La puerta, en la parte de adentro estaba rasgada, y la niña se encontraba muerta.
No. Los espíritus acabaron con su cuerpo. Fue demasiado tarde.
Pensó la anciana, y fue corriendo a avisarle a los demás.
“¡Los malos espíritus están sueltos! – Gritó- ¡Abandonaron el cuerpo de la niña, y ahora van tras nosotros!”
Todos se asustaron y fueron corriendo a los purificadores para protegerse.
Eso fue, principalmente, lo que hizo que la población de Foggia se redujera hasta casi la mitad.
Es que la primitiva tecnología de aquel país jamás había descubierto que, dentro de los purificadores, el aire se agotaba en tan solo 5 minutos.

Pero, por eso, es un país hermoso. – Pensaba el niño que leía la historia. - Porque siguieron sus culturas hasta morirse. Porque nada debe ser más hermoso que morirse por amar tanto a tu país.

viernes, 9 de julio de 2010

Los ODIO!


Siento los músculos tensados. Y los pies me oponen resistencia. Debe ser que hoy tuve demasiada vida, y me pegó fuerte. Creo que no estoy muy acostumbrada a eso.
Los quiero demasiado, hijos de puta. Los quiero tanto que tengo que insultarlos. Los quiero tanto, que tengo miedo, porque me pueden hacer mierda en un minuto. Sin esfuerzo, quizá, solo basten unas pocas palabras. Es horrible, por dos segundos no tenés nada, y de golpe todo deja de tener sentido y valor, porque todo tu cerebro se llena de risas… y después volver a la nada, y lo único que recuerdas son las risas estridentes en tu cabeza. ¿Cuál es la prueba de que fuiste tan feliz? ¿Por qué reías?
A veces pienso en los cuentos de hadas, y en esas princesas que escapan de la torre o de sus deberes para verse con algún príncipe, y luego, a las doce, por culpa de alguna especie de hechizo, tienen que volver a su vida de antes, como si nada hubiera pasado. Está bien, yo en nada puedo parecerme a una princesa. Tampoco tengo un príncipe por el cual escaparme. Pero si vamos al caso, es lo mismo.
Los odio. Los odio porque lograron hacer que los quisiera. Porque hicieron que pueda dejarlo todo atrás por ellos. Porque me hicieron más dependiente de lo que ya soy, casi por naturaleza. Porque me hacen quererlos, porque me hacen llorar. Porque hicieron que puedo volverme así de patética. Patética…
Y sobre todo, porque me hacen notar que cuando se van, yo no tengo nada, pero con ellos, todo es vida, todo es vida. Y ellos siempre son ese todo.
Que son mejores que yo, y aún así se juntan conmigo y me aceptan como a un igual. Jamás entenderé porqué lo hacen y siempre los odiaré por eso. Los admiro, y estoy tan orgullosa que los envidio.
A veces, quisiera llorar delante de ellos, para que sepan todo lo que me duele, y que me abracen, como cuando estamos felices, pero ahora como si quisieran verme mejor. Pero me gusta hacerme la fuerte. Además, por estúpido que sea, los quiero, y me gusta ver la sonrisa en sus rostros, y no quiero que se borre por mi culpa.
Otras veces, simplemente me gustaría sentarme delante de la tele y ver a los dibujitos animados, admirarlos sin que ellos influyan en mi vida o viceversa. Y después viene la parte que me arrepiento.
Hoy quiero creer que soy valiente, y no me voy a esconder detrás de personajes. No quiero ser esa escritora cobarde. Basta de Kate, basta de Anette, basta de Azul. Mi nombre es Grisel, aunque ya casi nadie me dice así. Este es mi estilo de vida, bienvenidos a mi mundo. Etc.

martes, 22 de junio de 2010

carmela VUELVE

yo puedo escuchar tu voz,
renacer de las cenizas,
un humo negro que embriaga,
recojer tu cuerpo hecho trizas.

la oscuridad consumiendo tu ser,
la última liz del circo,
el calor de un abrazo
y un beso mezquino.
Vuelve... Carmela vuelve...
aunque duela demaciado
vuelve, Carmela vuelve,
nadie va a hacerte daño.
Amontonar discos en una esquina,
contar anécdotas viejas,
solo para recordarte
pintarme de color sepia.
atrapada entre el cielo y el infierno,
Carmela, no tienes salida.
Baila al son de un antiguo blues
y regalame una última sonrisa.
Vuelve... Carmela vuelve...
aunque duela demaciado
vuelve, Carmela vuelve,
nadie va a hacerte daño.

ojalá me doliera un poco más,
tu aucensia doliera más.
Ya soy grande y me la banco,
ya soy grande: no necesito tu canto.

vuelve... carmela vuelve...

viernes, 23 de abril de 2010

El amuleto de la suerte


La señorita Webber aún recuerda aquellos tiempos en los que solo era la pequeña Lizzie. Una chiquilla de 10 años, que, a pesar de estar entrando en la adolescencia, su aspecto no era muy diferente al de una niña. Era esbelta y delgada, de cabello negro como la tinta, y lacio y largo hasta las caderas. Sus ojos parecían dos confites de chocolate, y si la mirabas de cerca, encontrabas tres pecas en su nariz. No era mucho más que eso.
Tenía movimientos gráciles, y no era fea, pero tampoco podemos decir que era linda. Aún así, su presencia podía llenar una habitación.
Más o menos, así era Lizzie. Una niña audaz y atrevida, pero muy querida. De todas formas, ella vivía acomplejada con sus defectos físicos. Y esa era una inseguridad que no salía al aire hasta que se plantaba frente a los jueces de la liga de torneos de gimnasia artística.
Las primeras veces que fue a competir, se dirigió a su posición totalmente calmada y segura. Pero cuando el silbato sonaba indicando que debía comenzar, una fuerza sobrenatural la aplastaba contra el piso y le impedía moverse.
Tiempo después, cuando se dio cuenta de lo que significaba competir, ni siquiera llegaba a ponerse en su lugar ya que terminaba vomitando de los nervios.
Cada vez iba perdiendo más la confianza en si misma. Nunca había tenido problemas de pánico escénico, más bien todo lo contrario, a ella le gustaba mostrarse, y que los demás la miren.
Terminó sintiéndose desalentada, ya que sabía que nunca iba a poder mostrarle al mundo lo buena que era en ese deporte, y que su profesora, al ver sus problemas de ansiedad, había perdido totalmente el interés en ella.
Una tarde estaba en el bar del club donde practicaba gimnasia, tomando una bebida pues habían tenido una clase agotadora. Se le cayó una moneda debajo de la mesa y se agachó para recogerla.
Fue entonces cuando encontró el amuleto.
La cadena de este rodeaba un papel doblado. Lizzie agarró la moneda y luego, con mucha curiosidad, desdobló el papel. La nota decía:
“Para quien lo encuentre, que seguro lo utilizará mejor que yo”
Luego miró con atención el collar. Era sencillo, con una cadena dorada muy finita, y un pequeño dije de oro con unos dibujitos en negro no muy visibles.
Se lo puso y lo ocultó bajo sus ropas. La señorita Webber nunca olvidaría que en ese entonces tenía trece años.
Una semana más tarde, Lizzie compitió exitosamente, obteniendo el puntaje más alto de su categoría.
Desde entonces las cosas nunca volvieron a ser las mismas.
Actualmente, la señorita Elizabeth Webber tiene 87 años y posee muy buena salud (o al menos eso creen los médicos).
Fue campeona mundial de gimnasia artística, aunque nadie la recuerda por eso.
Tuvo una brillante carrera de periodista, fue cara de un noticiero y escribió cinco libros, los cuales tres fueron best seller, y tres recibieron algún otro premio. Se casó cuatro veces y las cuatro se divorció. No tuvo hijos.
La señorita Webber considera ese amuleto – y con razón – su amuleto de la suerte. Es un amuleto poderoso, y hay que saber utilizarlo si no quieres que ocurran catástrofes. Uno suele dejarse llevar por impulsos y terminar deseando cosas terribles. Pero si sabes utilizarlo, puedes llegar a ser la persona más dichosa del mundo.
Y la señorita Webber supo utilizarlo bastante bien.
Muy pocas veces anduvo sin su amuleto.
La primera vez se le cayó en el trabajo, y se dio cuenta inmediatamente. Se volvió loca buscándolo, ese día las cosas se le pusieron patas para arriba. Todo le salía mal. Lo encontró una de sus compañeras de trabajo, y se lo devolvió cuando se estaba yendo.
La segunda vez se le cayó en su casa, y no se dio cuenta hasta que, ese día, su jefe le preguntó una cuenta sencilla, y se percató de que el primer número que le venía a la cabeza no era el correcto.
Y es que ese amuleto le daba suerte, pero no fue gracias a la suerte que había superado su problema de ansiedad, si no que creía que con el amuleto encima nunca le pasaría nada malo.
La tercera vez que se lo sacó fue apenas hace unos años atrás. Se le salió mientras dormía. Automáticamente se despertó sintiendo que muchas cuchillas le cortaban la garganta y la respiración. Intentó hablar, y se dio cuenta que no pudo. Entonces se percató que no llevaba el collar puesto y lo buscó desesperadamente. En cuanto se lo puso sintió como le volvía el alma al cuerpo.
Fue ahí cuando comprendió que la única razón por la que seguía viva era gracias al amuleto, y que apenas se lo sacara correría peligro de muerte.
Pero lo que nunca supo fue el verdadero significado del amuleto, al menos no en su totalidad.
Ese no era un amuleto de la suerte, si no un amuleto de la vida, que alejaba a la muerte en todas sus formas y mantenía a su usuario feliz.
Pero, como dicen, mientras más grande seas, más larga y dolorosa será tu caída. Y es que el amuleto no te hacía inmortal. En algún momento, la muerte daría un golpe tan fuerte que destrozaría la magia de ese escudo, y haría de tu final – precisamente – algo largo y doloroso.
La señorita Webber nunca lo supo. Pero un día, estando sola (sola como estaba siempre) en su enorme casa, pensó en el pasado y sonrió.
Nunca había querido tener un hijo. La idea de cuidar a un niño no se le hacía nada tentadora. Y ahora era lo único de lo que se arrepentía.
Pensó que ya lo había hecho todo. Pensó que era inútil seguir con esta farsa, por que es una farsa llamar vida a ser una vieja solitaria y amargada en su enorme casa cuando habías tenido tan hermoso pasado. Entonces se quitó el amuleto.
Murió sin sentir ni siquiera una navaja en la garganta.
La vida y la muerte se conmovieron tanto al ver a esa vieja entregarse al nuevo mundo con los brazos abiertos, que cumplieron su último deseo.
El amuleto brillaba y se deformaba, iba creciendo y tomando la forma de un bebé.
Poco después, se escuchó el llanto de un niño.
El hijo de la señorita Webber, el señor de la vida y la muerte, había despertado.

El mundo de las musas

Todos tenemos un mundo remoto en nuestras cabezas, solo que a veces no nos damos cuenta. Pero cuando intentamos crear algo nuevo, o, dicho de otra manera, buscamos la inspiración, instantáneamente (casi inconcientemente) entramos al mundo de las musas.
El artista por excelencia: un chico joven que no sobrepasa los 25 años (edades en la que uno todavía no tiene los pies bien puestos sobre la tierra) con el pelo rozándole los hombros (normalmente atado a una colita, para que no moleste ni interrumpa momentos de concentración) vestido de manera que notes que su pasión no es la moda, con algún que otro lápiz detrás de la oreja, y una libretita en el bolsillo de su saco.
Nuestro artista vaga por los caminos de su mundo de calles de tierra y trajes medievales.
Busca sin saber que está buscando, pensando en sus problemas personales, en su familia, en sus deseos, en sus sueños rotos…
Vienen vendedores, ofreciéndole objetos antiguos, pero el apenas los mira, pues está muy concentrado en sus pensamientos. Ellos no tienen lo que él necesita.
Sigue caminando, y allí, justo allí, aparecen las musas. Las encargadas de distraer al artista de las cosas que lo entristecen y de quitarle peso a su alma.
Ellas se le acercan y le sonríen. Tienen los labios pintados de rojo y las pestañas espesas. Son dueñas de un cuerpo voluptuoso y de una risa estridente y provocadora.
Pero esta vez ellas no bastan. Él sigue caminando. Hoy, las risas no son más que un ruido enfermizo, los labios rojos un color tan fuerte que daña la vista, y las provocaciones, solo molestias.
Empieza a creer que necesita estar solo, pero la soledad no hace más que dejarlo a solas con su tristeza.
Y justo cuando cree que nada puede ayudarlo, aparece ella.
Una jovencita (por lo menos 3 años más chica que él) vestida de ropa opaca, sentada, apoyando la espalda en la pared de una casa, tapándose el cuerpo con las manos. Su pelo, un castaño claro que le llegaba hasta los hombros. A diferencia de las otras musas, tenía el pecho plano, pero unos ojos miel que te llenaban de calor con solo mirarlos. Parecía algo triste.
El artista se acercó a ella y se agachó para ponerse a su altura.
- Eres perfecta. – le dijo, y la joven lo miró, primero sin comprender, pero luego soltando una sonrisa involuntaria, tan bella, que hubiera logrado que hasta el corazón más fuerte se derritiese. El artista saboreó esa belleza, esa belleza tan simple, que no aturdía, una belleza digna de apreciar. Llenó su mente de su rostro, y luego le dio la mano para ayudarla a levantarse.

El artista abre los ojos. Toma un pincel. Toca el lienzo. Instantáneamente, pinta un cuadro que trata sobre el sueño adolescente.

El ciudadano del cielo


Ellos crecieron en un mundo surrealista, donde todos estaban acostumbrados a las cosas que pasan de repente, y sin explicación alguna.
Desde tiempos inmemorables que ellos juegan juntos, esquivando los peligros del mundo entre juegos y risas.
Ella era Anette, y él, simplemente Toby.
Pero un día, solo como otra de esas cosas que sucedían en aquel mundo, cosas que pasan sin que nadie las viera venir, Toby desapareció.
Anette y él jugaban carreras, ambos con un globo en la mano. Toby iba ganando, llegó antes que la niña al final de la vereda y dobló la esquina.
Fue la última vez que Anette supo de él.
Su desaparición nunca pareció ser algo real. Anette aún intenta convencerse de que su ausencia no es más que un producto de su imaginación. Los sueños suelen ser más macizos que la realidad, sobre todo en ese mundo.
De pequeña, le preguntó a su madre, con los ojos llorosos.
-¿Dónde está Toby?
- Se fue al cielo- se limitó a responderle
Desde ese momento lo comprendió todo, y decidió que lo iba a esperar. Pase lo que pase, lo iba esperar.
Se sintió incapaz de crecer sin su amigo a su lado. No pudo cambiar, siguió siendo la misma niña, esa que tenía un globo en la mano.
Y lo esperó, durante 5 años, lo esperó.
Hasta que una linda tarde de abril él volvió.
Había bajado del cielo, había concluido su largo viaje de 5 años dispuesto a volver a vivir su vida normal.
Pero ya no era el mismo. Había crecido, y el cielo lo había convertido en uno de sus ciudadanos. Todo su cuerpo se había tornado de un tenue color celeste.
Anette lo odió y odió al cielo por lo que le había hecho su amigo. Ese no era el niño que recordaba, el niño del globo en la mano. Se negó a dirigirle la palabra, se negó a mirarlo.
Pero el cielo no abandona tan fácilmente a aquellos que forman parte de su mundo. El cielo es un agujero negro que se chupa a la gente que más quieres.
Así que Toby fue siendo cada vez más y más celeste hasta que se fusionó con el firmamento del mediodía.
Anette le rogó al cielo que le devolviera a su amigo, a su verdadero amigo, el niñito de piel morena que jugaba carreras con ella.
Pero ese niño no existía más, y Anette nunca pudo cambiar. Nunca soltó el globo de su mano.