A diferencia de los otros dos, Jess realizaba ese recorrido
por primera vez. Naturalmente, había visto aquel parámetro de tierra desierto
en los recuerdos de sus dos amigos, pero recorrerlo ella misma era otra cosa.
A pesar de que Matt y Sally estaban (obviamente) emocionados
por volver a casa, con los remedios correspondientes para la madre de Matt, a
Jess ese pequeño viaje le daba malos presentimientos.
Lo cual le inquietaba, porque generalmente sus malos
presentimientos eran fundamentados. Tal vez solo era que seguían estando
demasiado cerca de la capital, lugar que siempre le causó escalofríos, por
alguna razón. Aunque lo más probable sea que (a pesar de que ella se negaba a
aceptarlo) que no tenía nada de ganas de perder a los únicos dos amigos que tenía
en el mundo…
De hecho, en los últimos días estuvo pensando bastante al
respecto. ¿Qué haría cuando sus amigos se reencontraran con sus familiares?
Ahora que ya habían conseguido los dichosos remedios, no había razón alguna
para volver a la ciudad. Probablemente quieran quedarse en la Villa Terrena
para reencontrarse con sus amigos. Y ella… ¿Qué haría en aquel lugar? ¿La
aceptarían? Y Matt y Sally… ¿No se olvidarían de ella, ahora que ya no la
necesitaban?
Todas esas preguntas pasaban por su mente a gran velocidad,
pero sin embargo no se animó a hacerlas verbales delante de sus dos amigos, que
iban charlando entusiasmados, sin percatarse del silencio de Jess.
Cuando llegaron a la villa, el lugar estaba aparentemente
desierto. Nadie salió a recibirlos, porque nadie los esperaba.
Había pasado tan solo un año, y sin embargo, Matt y Sally
sintieron que habían crecido un montón en aquel transcurso, y que la última vez
que se habían encontrado en aquel lugar, eran tan solo unos niños, muy lejanos
a su situación actual.
Las pequeñas casas de la villa le parecieron mucho más
humildes de lo que eran antes. Parecían construcciones de juguete, que podían
desmoronarse con la fuerza del viento más débil. Dos niños pasaron corriendo
cerca de ellos, pero ninguno les prestó atención.
Matt suspiró. Después de tanto tiempo, ya estaban en casa.
Fueron hacía dónde Matt había vivido todos sus 17 años. El
chico llamó a la puerta. El que abrió era un hombre alto, de cara cuadrada cuyo
distintivo siempre fueron sus lentes rotos. Matt se acordaba de él, se llamaba
Frank, y era uno de los pocos vecinos que habían logrado conseguir un trabajo
en la capital, pero que aún así seguía viviendo en la Villa Terrena. El Hombre
se sorprendió al ver al muchacho rubio, y lo único que hizo fue exclamar:
-
¡Mercedes! ¡Tu hijo volvió!
Reinaron unos segundos de un silencio incómodo, hasta que se
escuchó la débil voz de la mujer.
- ¿Estás
hablando en serio, Frank?
El hombre le hizo a Matt un gesto con la cabeza, indicándole
que pasara. Sally también entró, con total confianza. Jess, en cambio, se quedó
parada sin saber muy bien qué hacer. Frank la miró detenidamente, y sus ojos se
detuvieron en su rostro blanco como el papel más frágil, y en su cabello que
parecía plateado a la luz intensa del
sol. La observó con curiosidad, pero al rato desvió la mirada, como si hubiera
decidido que en la capital habían muchas cosas extrañas que él aún desconocía.
Él también se fue al interior de la casa, pero había dejado
la puerta abierta, y Jess lo interpretó como una invitación para pasar.
Allí dentro se encontró con la madre de Matt, Mercedes,
empotrada en su silla, saludando efusivamente a los dos chicos.
Matt la encontró, al igual que al barrio, más decrépita,
arrugada y grande de lo que la recordaba. Pero estaba tan feliz de haber
concluido su viaje que se dejó estrujar por sus brazos tiesos hasta que casi lo
dejó sin oxígeno, y se dejó besar las infinitas veces que ella quiso, sin que
le importara el contacto de su piel húmeda, blanda, y pegajosa.
Jess, observaba la
escena desde lejos, y empezó a sentir un odio profundo que nunca antes había
sentido. Esa mujer se pavoneaba de su invalidez y de sus debilidades, pero era
una cruel mentirosa. Matt había viajado, había sufrido de hambre y de frío solo
por una vulgar mentirosa. Y eso no estaba bien, o al menos para Jess, eso era
una terrible injusticia que debía equilibrarse.
Matt le dijo algo a Sally, y luego la chica se acercó a
dónde estaba Jess.
- Matt
quiere estar un tiempo a solas con su madre. – Le dijo. – Así que ¿No te
importaría acompañarme a visitar a mis hermanas?
Jess se limitó a asentir, sin pensar realmente si tenía
ganas de conocer a las hermanas de Sally o no.
Se dejó conducir por la chica, sin prestar atención a dónde
iban, sumida en sus pensamientos. Sally sacó un cigarrillo, y comentó:
- No sabés
qué bueno estar en casa de vuelta, ¡De verdad! Creí que yéndome de acá me
sentiría más libre, y bueno, por un lado fue así, pero por otro…- hizo una
pausa mientras agarraba el encendedor y prendía el cigarro.- La verdad, no se
puede ser totalmente libre con Matt al lado. Ya sabés que lo quiero un montón,
pero es un poco paranoico. No me deja hacer casi nada…
Exhaló el humo al mismo tiempo que suspiraba, aparentemente
feliz y fresca.
Jess no dijo nada, y Sally no se extrañó de eso. En el
camino se cruzó con un par de personas que la reconocieron y la saludaron
alegremente. Pero ninguno se detuvo a charlar con ella. Finalmente llegaron a
la casa de las hermanas de Sally.
Jess hubiera jurado que la casa era un poco mas humilde que
la de Matt… poco después se dio cuenta de que en realidad era que estaba más
desordenada. Desde fuera se escuchaba una música bochinchera y ruidosa. Sally
llamó a la puerta, y tuvo que llamar un par de veces más, porque al parecer la
música estaba algo fuerte.
Abrió la hermana del medio, Becca. Al ver a su hermana,
sonrió ampliamente y se abalanzó sobre ella en un abrazo afectuoso.
- ¡Rachel!
¡Cuánto tiempo! Ruth decía que no ibas a volver, pero yo decía que no ibas a
poder olvidarte tan fácilmente de nosotras…
- Jaja, si,
seguí soñando…- le respondió Sally con una sonrisa.
- Pero tan
equivocada no estaba, ¿No? por lo menos volviste…
- Claro que
iba a volver, teníamos que traerle los remedios a la madre de Matt…
- Si,
bueno, pero con vos nunca se sabe. – Cuando dijo esto, se apartó de la puerta e
hizo un gesto para que las demás pasaran. Entró, y bajó el volumen del grabador,
y entonces la música yo no parecía tan ruidosa. No se percató de la presencia
de Jess hasta que estuvo adentro de la casa. La miró de arriba abajo sin
disimulo y luego le dijo a Sally.
- ¿Y a ésta
de dónde la trajiste?
Sally se rió.
- Es Jess.
Nos ayudó mucho, tuvimos mucha suerte de encontrarla.
- ¿Ah, si?
ya me parecía que no podía haberle salido todo bien a ustedes sin un poquito de
ayuda… ¿Y en qué los ayudó?
- Ella…-
Comenzó a decir Sally, y luego esbozó una sonrisita de complicidad.- Ella puede
saberlo todo. Absolutamente todo.
Eso no era cierto, y era evidente que Sally lo había dicho
así para agregarle un poco más de dramatismo. En otro momento, Jess hubiera
saltado y habría corregido esa información, pero en ese instante se sentía
extraña, como si estuviera demasiado concentrada en otra cosa, o como si
estuviera en un lugar al cual ella no pertenecía. Estaba muda, desaparecida,
inexistente. Más que nunca.
- ¡No
jodas! ¡Qué esas cosas no existen!
- Lo digo
enserio. Puede saber todo lo que pasó alguna vez y todo lo que está pasando en
cualquier lugar del mundo. Puede saber hasta lo que estás pensando.
- ¡No es
cierto!
-
Preguntale a ella…
Becca se sentó en una silla, apoyó el codo en la mesa y miró
a Jess, expectante.
- Bueno,
dale. Decime en qué estoy pensando.
Jess le respondió sin entusiasmo.
- Estás
pensando en mí.
Becca frunció el ceño.
- No
exactamente…
- Es que no
puedo saber exactamente lo que estás pensando. Tus otros pensamientos se
contaminaron con el hecho de que estás pensando en mí, y eso bloquea gran parte
de mi habilidad. No puedo saber los pensamientos de las personas cuando tienen
que ver conmigo.
Becca se quedó callada durante unos instantes y luego miró a
Sally con una expreción de decepción.
- ¡Así
cualquiera…!
Sally se encogió de hombros.
- Lo creas
o no, ella realmente es capaz de verlo todo… bueno, con algunas excepciones,
pero muy pequeñas, la verdad. Gracias a ella logramos conseguir la plata
suficiente para los remedios y estoy acá.
Becca torció el gesto y luego dijo.
- Si vos lo
decís… tendré que creerlo, porqué no. Hay tantas cosas extrañas en este mundo,
que una más no hace nada… Bueno, pero sientense acá conmigo y cuentenme como
fue su viaje… - Y luego miró a Sally.- Dale, que aunque no lo creas, te extrañé
mucho…
Sally se rió, sabiendo que su hermana no había pensado en
ella ni un solo día.
Las dos chicas se sentaron alrededor de la vieja mesa de
madera, y enseguida Becca y su hermana se enfrascaron en una conversación en la
cual volvieron a olvidarse completamente de Jess.
Esta se puso a observar los detalles de aquella habitación,
que parecía ser algo así como una cocina/comedor, aunque bastante primitivo, a
decir verdad. El piso era de tierra, las mesadas unos muebles viejos y
gastados, mal colocados y cada uno de un diseño completamente diferente al otro
(arriba de uno de ellos se encontraba el grabador). En un costado, había una
palangana con agua aparentemente limpia, y otra con agua sucia. Uno de los
muebles tenía bolsas de hielo adentro, hielo que estaba bastante derretido y se
notaba gracias a un pequeño charco que amenazaba con crecer. Amontonados en un
rincón, varios vasos y platos sucios que eran rondados por las moscas. Se
encontraba también, entre las mesadas, unas garrafas de gas.
Las paredes eran de cemento sin pintar, y había otra
habitación, cuya puerta estaba cerrada.
- ¿Dónde
está Ruth? – Escuchó que decía Sally en un momento.
-
Durmiendo, obviamente. Anoche se fue a no sé dónde y volvió tarde. – Dijo
mientras hacía un gesto hacia la puerta cerrada.
Jess se puso a pensar en que conocía la historia completa de
Sally y sus hermanas. Ellas eran Ruth, Rebecca y Rachel, y bien podrían
llamarlas “Las hermanas R”.
Ruth era la más hermosa de las tres. Sus rasgos eran menos
acentuados, a diferencia de sus hermanas, cuyo mayor defecto podría ser una
nariz larga. Tenía la cara redonda, los ojos negros como la oscuridad más
espesa, la nariz delicada y los labios gruesos, pero sin exagerar. Su piel era
uniforme y del moreno más cálido.
Pero no era para nada perfecta, de hecho, era bastante
antipática, o por lo menos, la menos simpática de las tres. Aunque quería a
Sally, de pequeña siempre la descuidaba, y era de expresiones torpes, por lo
cual solía verse más bonita cuando se quedaba quieta. Sally sabía que nunca iba
a poder encontrar a Ruth levantada antes de las 4 de la tarde, y todas las
noches las pasaba fuera de casa.
Rebecca (Becca para
casi todo el mundo) era la contraparte de Ruth. No era tan linda como sus dos
hermanas, sus rasgos eran más marcados y su nariz era decididamente larga. Pero
tenía un encanto natural, era cálida y agradable con casi todo el mundo, lo
cual también le daba hermosura. Tenía una buena relación Sally cuando era
pequeña, mejor que la que tenía Ruth, pero tampoco era muy responsable con
ella. Aún así, siempre fue un poco más recatada que Ruth y procuraba quedarse
en casa por las noches para no dejar sola a la pequeña Rachel.
Así, casi podemos decir que Sally es una mezcla de las dos.
Pero la verdad es más larga que eso. Rebecca no es pariente sanguínea ni de
Ruth ni de Rachel. Las tres emigraron a Mágistral cuando eran muy pequeñas,
huyendo de las guerras de Terra. Sus padres las metieron en ese barco, cómo
hicieron con muchos de los jóvenes. Ruth y Rebecca eran pequeñas y Rachel, casi
era una bebé. Rebecca tuvo la suerte de encontrarse con Ruth en el barco, y
desde entonces no estuvo más sola. Se ayudaron entre ellas durante toda su
vida, de manera que prácticamente olvidaron que en realidad no son hermanas. De
hecho, Sally nunca supo que Becca no era pariente suyo, y como son bastante
parecidas entre sí, en la Villa siempre asumieron que eran hermanas. Ninguna
guarda recuerdos de su pasado, y Sally nunca les preguntó sobre su origen, o
sus padres, por un lado porque pensaba que a sus hermanas no les gustaba hablar
del tema, y por otro porque, en realidad, no le importaba demasiado. Sally
siempre fue de encarar al futuro y no pensar en el pasado, y como junto con sus
hermanas se las arreglaba bastante bien ¿Para qué necesitaba un padre o una
madre?
Pero Jess sí sabía todo eso, y se estaba dando cuenta de que
en la Villa Terrena, los lazos familiares eran bastante extraños, y se estaba
preguntando si debía hacer algo al respecto…
- … Y ese
chico, Matt, ¿sigue enganchado con vos? - Escuchó que preguntó Becca en un
momento.
Sally se encogió de hombros.
- Supongo
que sí.
- Ese chico
sí que es raro. Y bastante terco, además.
Sally se rió.
- Sí, es
verdad. Pero tiene su lado divertido. Y es el único con ganas de cambiar las
cosas. También es el único que me ofreció la oportunidad de irme de acá, lo
cual fue lo mejor que alguien hizo por mi.
- ¡Hey! no
seas así, este lugar no es tan malo…
- Decís eso
porque no conocés nada mejor.
Becca lanzó una carcajada.
- Me parece
que Matt te está llenando la cabeza.
Sally sonrió.
- Puede
ser. – Admitió.
Se quedaron un rato en silencio, y luego Becca retomó la
charla.
- Pero si
algún día decidís sentar cabeza… Matt no es un mal chico, ¿no? Y te quiere. Y
además es bastante listo, así que seguro que puede cuidarte bien.
- Yo
también quiero mucho a Matt, pero no necesito que alguien me cuide. Y él, me
cuida demasiado… Es decir, no es que él no me guste, pero creo que nunca podría
estar con él. Estar con Matt es sinónimo de comprometerse, y no estoy segura de
que eso sea bueno para mí. A parte, sé que si algún día empiezo a estar con
Matt, no me animaría a dejarlo, y eso me asusta. Sé que podría mandarme muchas
cagadas y terminar lastimándolo, más de lo que tal vez ya lo hice. No creo que
sea bueno para él que yo le corresponda.
- Es una
lástima. Ojalá alguien me quisiera así.
- ¡No digas
estupideces! ¿Quién no te quiere a vos?
Becca volvió a reír.
- ¿O sea
que no le vas a dar nunca una oportunidad?
- No sé…
Tal vez.
Jess volvió a distraerse, pensando en que el día que Sally
le diera una oportunidad a Matt, ella estaría pasando por un muy mal momento.
Su mente fue hasta la casa de Matt y comprobó que éste
estaba cruzando la puerta, yendo a saludar unos vecinos y ver si alguien podía
conseguirle un poco de agua limpia. Pensó en que esa era su oportunidad y se
levantó. Las dos hermanas detuvieron su charla y la miraron sorprendidas.
- Eh… Tengo
que hacer una cosa. – Se excusó Jess torpemente, y sin esperar respuesta alguna
se fue hacía la salida. Aún cuando había cerrado la puerta, le llegó a la mente
el comentario de Sally “No te preocupes, es medio rara. Supongo que no puede
evitarlo”.
Durante el trayecto que hizo hasta la casa de Matt, no se
detuvo a pensar seriamente en las consecuencias de sus futuras acciones. En
realidad, en ese momento, las consecuencias no le importaban. Jess no podía ver
el futuro, y no podía arrepentirse de cosas que todavía no habían pasado.
Hizo algo muy estúpido e impulsivo. Algo casi humano. Abrió
la puerta de la casa de Matt y fue allí donde estaba su madre, Mercedes,
sentada en su silla. La pobre mujer apenas la había visto antes, y no tenía la
menor idea de quién era aquella extraña joven, pero de golpe le pareció una
aparición de las pesadillas más aterradoras que nunca había imaginado tener.
Vio cómo la mirada invisible de la albina se dirigía hacia ella, y sintió cómo
la misma sensación que había tenido Matt cuando miró por primera vez a aquellos
ojos blancos la abrazaba, la asfixiaba, la aturdía. Esa era la sensación que se
debe tener cuando le mirás la cara al vacío, era el vértigo de lo inevitable.
Y entonces Jess se puso gritarle cosas sin pensar. Le dijo
que era una hipócrita mentirosa, que con esas cosas no se juega, que la
identidad de una persona es algo importante, que si realmente querés a alguien
no le hacés esas cosas, que si nadie le decía la verdad se lo iba a decir ella
misma, que lo sabía todo y que nada impedía que hiciera algo al respecto.
Probablemente Mercedes apenas captó el significado completo
de aquel parloteo infernal, pero un par de palabras le bastaron para ponerse de
piedra, casi literalmente.
Supo que Jess era nada menos que el espíritu de la culpa, y
que era hora de pagar por sus pecados, pero no estaba segura de querer hacerlo.
Le agarró un miedo imparable, y si le hubiera dado la voz, las energías y la
vida se hubiera puesto a gritar como una loca, o por lo menos habría intentado
salir corriendo (aunque eso no la habría ayudado a escapar de su destino). Pero
no pudo, y toda esa emoción le explotó adentro del cuerpo como una bomba.