Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

viernes, 22 de abril de 2011

EPDA cap 11 Miedo



- …Fue entonces cuando las predicciones de María la Sangrienta se hicieron realidad, y su alma fue condenada a vagar en busca de aquellos locos que creían su historia.
Se hizo un silencio profundo en el cual las oyentes pudieron apreciar cada palabra.
La Hechicera solía tener la voz algo ronca, pero cuando narraba aquellas historias de terror su habla se tornaba profunda y sumisa.
Luego de interminables segundos de un silencio mortal, la Hechicera cambió lentamente su expresión seria por una poco convincente cara crispada por el terror. Y otra vez con una lentitud exasperante, levantó el brazo, señalando a algo que se encontraba detrás de las oyentes.
Azul sabía que haría eso. Todas lo sabían.
Pero no podían evitar hacerle caso.
La Princesa fue la primera en volver el rostro. El Ángel y Azul la siguieron.
Entonces, las abrazó un viento helado y distinguieron con toda claridad un movimiento sutil típico de los fantasmas.
La Princesa y el Ángel pegaron un grito. Y también Azul, a pesar de que se había prometido a sí misma que no se dejaría engañar otra vez.
La Hechicera se desternilló de la risa.
Ese truco lo repetía, por lo menos, cinco veces por noche. Y las demás caían siempre.
Azul no entendía como lo hacía, debía tener alguna especie de talento especial para asustar, o algo así.
Segundos después de haber pegado al grito, las habitantes del prado se daban cuenta de que aquel movimiento sutil que habían confundido con un fantasma, se trataba de una hoja arrastrada por el viento. Probablemente, aquella hoja perteneciera a ese único árbol que se encontraba a mitad del camino que llevaba al reino de las hadas.
- No seas mala, deja de asustarnos. – Le reprochó la Princesa a la Hechicera, que era la más dramática, la más sentimental, y la que se asustaba más fácilmente. Ella no tenía ningún pudor en demostrar que estaba asustada, pero Azul solía tener la opinión de que sus ataques de susto eran algo exagerados.
La Hechicera no parecía nada culpable.
- No puedo creer que hayan vuelto a caer. ¡Fue tan obvio! – dijo, interrumpida por sus risas, que al parecer no podía controlar.
- Deja de hacerlo. Al principio era divertido, pero ya es irritante. – dijo Azul, molesta.
La Hechicera dejó de reírse y la miró con malicia.
- ¿Sabes que es lo que me molesta de ti? En estos momentos te haces la madura, pero es probable que seas la más inmadura de las cuatro. Tu también gritaste. No te hagas la adulta. No eres inmune al miedo.
Bueno, Azul no podía contradecirla sin mentir. Aunque, francamente, seguía pensando que entre el Ángel y la Princesa, ella era la más valiente.
- Nadie es inmune al miedo. – se salió por la tangente. – ¿O me vas a decir que nada te asusta?
- Pues no. – Respondió con una sonrisita de suficiencia.
Azul blanqueó los ojos, pero no dijo nada. No podía creer la niña llorona que había caído del Gran Ojo le estuviera diciendo que nada le aterraba.
No dijo nada por que hace tiempo había aprendido que discutir con la Hechicera era tan inútil como discutir con la Princesa, e incluso la primera lograba que te enroscaras en tu propio discurso, y al final terminabas confundido, y sintiéndote un imbécil.
Sin embargo, fue el Ángel la que habló.
- No seas tonta. Todos tenemos algo que nos asusta.
- Bueno, yo no. – replicó la Hechicera sin dejar de sonreír.
- ¿Sabes qué? Un día de estos te la vamos a devolver. Y vamos a demostrar que no eres “inmune al miedo”. – Agregó el Ángel muy segura.
La Hechicera lanzó otra risa.
- ¡Ustedes no son capaces de asustar a nadie! ¡Hagan lo que quieran, no me preocupa!
El Ángel sonrió y se acercó a la Princesa para idear un buen plan.


Ella tenía la piel del color silencioso de los jazmines. Y en los ojos, el reflejo verde de un prado infinito.
Era un reflejo verde que desde los tiempos de oscuridad corría peligro de desaparecer, ya que desde que el Gran Ojo se había cerrado, Azul no había podido observar al verde pasto con naturalidad.
En esos momentos oscuros no podían hacer mucho. Dormían, hacían fogatas, contaban historias de terror.
Y Aunque el Ángel y la Princesa eran siempre las más asustadas, era Azul la que no podía dormir y la que lloraba por las noches.
No lloraba por miedo, porque sabía que siempre que estuviera acompañada por sus amigas, nada sería demasiado terrible.
Entonces… ¿Por qué lloraba?
Una noche, harta de llorar a escondidas, fue a hallar una respuesta.
Casi podemos decir que flotó hacia el árbol como una sonámbula. Cómo si hubiera decidido de antemano ir hacia allí, como si el árbol la llamase.
Nunca le contó a nadie que el recuerdo del árbol absorbiéndole su vitalidad de agua de rocío no le asustaba, y que solo había conseguido que se obsesione más con aquella planta.
La sensación que tuvo cuando viajó por la sabia, y se dividió en millones de partículas, fue gloriosa. Ese fue el único momento en toda su vida en el que recuerda haberse sentido completa y pura.
Pura, porque en ese momento ella no era un ser corpóreo y sucio, sino algo que se mimetizaba con lo natural, y experimentaba la vida inocente y sencilla de un vegetal.
Tardó en darse cuenta en que se dirigía al árbol porque le hacían falta todos esos sentimientos.
De todas maneras, cuando llegó a su objetivo y estuvo parada al lado de aquellas raíces descomunales, lo único que sintió fueron sus ganas de llorar, pero intensificadas.
El Árbol se veía majestuoso a la luz frágil de las estrellas, y ella se sintió tan insignificante y… sola.
Sola, sola, sola.
Se repitió esa palabra mientras que un manantial de agua pura brotaba por sus ojos, y se deshacía de esa humedad inútil e incompatible que su cuerpo había estado acumulando.
Y se dio cuenta de que estaba equivocada, que lloraba porque estaba asustada, y que la Hechicera tenía razón y que ella era una cobarde, la más cobarde e inmadura de las cuatro.
Se había desacostumbrado a la soledad. Al fin y al cabo, sabía que eso pasaría, y que nada bueno podía surgir de aquellas invasoras, a las que ahora llamaba “mis amigas”.
Se había convertido en un ser débil y dependiente. Y la única razón por la cual las historias de la Hechicera no le aterraban, era por que ahora ella estaba acompañada y se sentía segura, pero ¿Qué pasaría cuando sus amigas la abandonen y la dejen… sola?
No se sentía capaz de enfrentar eso.
Y mientras pegaba patadas en el suelo maldijo el momento en el conoció a la Princesa, el momento en el que conoció al Ángel, y el momento en el que conoció a la Hechicera, en ese orden y con una ira descontrolada.
Le llevó un tiempo calmarse, pero al final lo consiguió.
Luego de varios segundos de silencio pudo volver a pensar fríamente. Notó que tanto desahogo frenético la había agotado, y que las noches sin dormir le pasaban factura.
Se sentó entre las raíces del árbol, olvidando que ahora no se encontraba la Princesa por si se metía en problemas.
Y se puso a recordar, y a sacar conclusiones.
¿Por qué sus amigas encontrarían razón para abandonarla? En ningún momento ellas hicieron una insinuación, pero Azul se encontraba angustiada, como si se fueran a ir en cualquier momento.
Azul no podía engañarse a sí misma, al menos no en ese momento. Es verdad que nunca le habían insinuado nada, pero sabía que acabaría por terminar sola.
Bastaba ver el semblante de preocupación que ponía a veces la Hechicera, y las barreras que ella levantaba para que nadie pudiera acercársele sentimentalmente. Actuaba como si no pensara en quedarse, si no como si el prado fuera una parada, un puente hacia otro mundo.
Bastaba ver como el Ángel levantaba la vista y sentía el llamado de los reinos celestiales, de su casa, de su familia, de su padre enfermo de fuego. Azul sabía que llegaría el día en el que no podría soportar más la urgencia de sus añoranzas y huiría sin decir adiós.
Y la Princesa… Azul no sabía mucho de la Princesa. A pesar de ser la más extrovertida del grupo, nunca había hablado de su pasado. Y eso a Azul la inquietaba, y nada le garantizaba que ella no huiría como las otras.
Mientras seguía pensando en todo eso (ahora sin llorar, pero con algo de tristeza) dejó andar libre a su mente y a sus pensamientos, y de golpe se encontró recordando su casa, su vida entera.
¿Y que era lo que le garantizaba que ella se quedaría en el prado y no volvería a casa?
Esa pregunta pasó por su mente de manera fugaz, y no tuvo que respondérsela.
Ella no podía volver a casa. Todavía no.
Ella estaba unida al prado por algo sólido, algo que no podía ignorar. Ella había huido en busca de paz emocional, en busca de tranquilidad, en busca de una ciudad imaginaria.
Y por ahora, no había conseguido todo lo que había buscado.
Antes de volver a casa, debía aprender a vivir en paz consigo misma, y solo así podría hacerle frente a la soledad.
Y mientras su mente cavilada por aquellos lugares mas ocultos y olvidados de su memoria, se dio cuenta de que estaba expresándolos en voz alta.
No solo eso, los estaba compartiendo con el árbol.
El árbol, tan callado pero tan real en esos momentos, se había vuelto a convertir en su ancla, y como Azul le temía a la soledad, se las ingenió para convertir al árbol en un amigo. Un viejo amigo.
- Ahora que me acuerdo, he tenido muchos sueños. – Decía Azul. – Sueños extraños, y en todos aparece un niño. No conozco a ese niño, o no recuerdo haberlo conocido. Pero siempre está. Creo que está buscándome… - Se quedó desconcertada ante aquel último pensamiento. No supo como continuar el hilo de sus ideas, así que se quedó callada por unos minutos.
Se dio cuenta de que deseaba ver al niño de sus sueños, pero no sabía porqué. Y su recuerdo solo lograba confundirla, no podía pensar en él mucho tiempo sin que surgiera un blanco en sus propios pensamientos.
Se acurrucó en las raíces mientras murmuraba trivialidades.
Un viento frío los envolvió, y Azul escuchó el crujir de una rama.
Se sobresaltó un poco. No creía que aquel viento débil fuera capaz de tumbar al árbol.
Pero Azul no se había dado cuenta del estado del árbol.
Estaba frágil. Muy frágil, y enfermo.
El color de sus ramas ya no era de un marrón profundo, sino de un beige seco y sin vida.
Ya casi no le quedaban hojas.
El árbol había sido capaz de sobrevivir a las sequías, pero no podía continuar viviendo con la falta de luz y calor.
Él ancla de Azul se había convertido en algo inseguro.
Ni siquiera tenía las fuerzas suficientes para robarle al hada su vitalidad de agua de rocío.
Ignorante a todo, Azul se abrazaba a sus pies, creyendo que el árbol había superado por fin sus ansias de alimento, y la había aceptado como a una igual.

domingo, 3 de abril de 2011

10 Oscuridad EPDA


Estaba atardeciendo. Bueno, eso no debería ser nada extraño. Si no fuera porque estaba atardeciendo demasiado pronto. Apenas habían pasado un par de horas desde que el Gran Ojo había lanzado sus primeros rayos, y ahí estaba, cerrándose otra vez. Ninguna de las chicas habían visto comportarse al sol de aquella forma. Azul tuvo la idea recurrente de acercarse al Gran Ojo. Pero no pudo elevarse mucho ya que sus rayos, a pesar de que cada vez era menos intensos, le dañaban la vista. No les quedó otra que observar como el ojo se cerraba lentamente, sin que pudieran hacer nada. El atardecer no tardó en convertirse en una noche negra como la tinta. Como obviamente no tenían sueño, el Ángel prendió fuego un par hojas secas, con la intención de hacer una fogata. Azul cuidaba que el fuego no quemara el verde pasto y no pasara a mayores. Hicieron una ronda alrededor de esa única fuente de luz. La Princesa miró con avidez a las llamas, sintiéndose atraída por su calor y luminosidad. Nunca lo habría admitido, pero ella también padecía el amor simbólico que una vez padeció Azul. Ella estaba enamorada del sol. No del Gran Ojo. Ella siempre se sentía vinculada a todo aquello que provocara calidez, pero sobre todo, siempre se sentiría atraída por aquello que brille. Pero el sol, el sol era algo único, algo que producía luz propia, algo indispensable para cualquiera. Algo enorme, inalcanzable, acogedor. Algo que la encandilaba. Inalcanzable… La Princesa sufría mucho cuando miraba hacia arriba. Creía que los rayos que el Gran Ojo emitía, en realidad eran producidos por un sol que el Gran Ojo ocultaba entre sus pestañas. Era un amor imposible, sobre todo porque sabía que si se acercaba, ella se marchitaría como una rosa en invierno. Con el correr de los tiempos, se había conformado con solo verlo de lejos. Pero sabía que todo había terminado. Lo sabía porque ahora el aire era un sopor frío que congelaba los huesos, y por que la invadía una absoluta sensación de soledad. El sol la había abandonado para siempre. No fue la única que se dio cuenta. Ese frío, sin dudas, no era algo normal. La teoría de la Hechicera era diferente. Esa oscuridad pura, era, claramente, obra suya. Significaba que su poder oscuro se estaba extendiendo, y que la profecía continuaba haciendo su trabajo. Cuando se cumpliera el 7mo día de oscuridad total, sería hora de comenzar con la destrucción. Azul miraba hacía el cielo con el semblante preocupado. También se sentía angustiada. Y sola, pero no en el mismo sentido que la Princesa. Sentía como si aquella persona que las vigilaba y las cuidaba desde arriba se hubiera marchado y las hubiera dejado a su suerte. - Y… ¿Saben porqué pudo haber ocurrido? – Murmuró el Ángel, inquieta por el ensimismamiento de las demás. - No lo se. Que yo sepa, esto nunca antes había pasado. – Respondió Azul, aún pensativa. - Tampoco había pasado en mi mundo…- Susurró la Hechicera, en un intento de no levantar sospechas. - ¿En tu mundo también existía el Gran Ojo? – Exclamó el Ángel, sorprendida. La Hechicera la miró levantando las cejas. - Pues claro, el Gran Ojo está en todas las dimensiones. Se produjo un silencio breve, y entonces, de golpe, Azul se llevó la mano a la frente y exclamó, dirigiéndose a la Hechicera. - ¡Pero si tú vienes de otra dimensión! - Gracias, señorita evidente… - ¡Sabes a lo que me refiero! ¡Tú vienes de ahí arriba! ¡Estuviste dentro del Gran Ojo! Él Ángel soltó un gritito de sorpresa y la Princesa levantó la cabeza, atenta. - ¡Es verdad! – Exclamó el Ángel. - ¿Y no tienes ninguna idea de que es lo que hizo que se cerrara? - Acabo de decirte que no lo sé.- Dijo la Hechicera, incómoda. - ¿Pero que es lo que había ahí dentro? – Inquirió Azul. Todas miraron a la Hechicera con curiosidad. Se demoró unos instantes en responder. - Miren, no recuerdo mucho de lo que pasó ahí. Las imágenes son borrosas… Fueron momentos muy extraños. Piensen que no es nada fácil cambiar de dimensión, y es muy duro adaptarse, tanto mental como físicamente. - Intenta recordar. – Tanteó el Ángel. – Tal vez sea la solución a este problema. La Hechicera frunció los labios. La verdad no le gustaba pensar en ese tema, sobre todo por que cuando pretendía acordarse le daba jaqueca. Además, no estaba de más decir que el traspase de una dimensión a otra, no solo consistía en un hechizo muy complicado, sino que estaba prohibido en su mundo. - No lo se…- Murmuró. – Creo que primero aparecí en un cuarto totalmente oscuro… tuve miedo de haber echo mal el hechizo. - hizo una pausa. – luego vi una luz… pequeña, como una estrella lejana. Y después otra, y otra. Esas luces me abrumaban. Creo que luego me eché a correr, aunque no puedo especificar cuanto tiempo… Fui a dar con una puerta, que me llevaba a una habitación completamente blanca, demasiado luminosa. No era lo que yo buscaba, quería algo de tranquilidad, paz… era algo que no parecía posible en ese momento, porque la cabeza me daba vueltas, y no podía pensar con claridad.- Hizo otra pausa, y cerró los ojos con fuerza. – Y creo… creo que después choqué contra alguien… Una persona que llevaba ropa de metal… una armadura… - ¡¿Un caballero?! – Interrumpió la Princesa sin poder evitarlo. El Ángel y Azul la chistaron, porque definitivamente no estaba bien interrumpir el discurso más largo (y aparentemente el más sincero) que había dado la Hechicera desde que estaba en el prado. Pero a la Princesa no le importaba. ¿Qué importaban los modales, si era probable que estuviera escuchando las palabras más importantes que escucharía en toda su vida? - No lo sé… no estoy segura de quien era, pero creo que no me equivoco al decir que ahí había alguien. En ese momento solo recuerdo mi confusión. Creo que la otra persona me zarandeó un poco, lo cual no me ayudó a centrar mis ideas. Me soltó y… y luego me encontraba aquí. Se hizo silencio. Ninguna de las oyentes habían asumido que la historia había terminado. - ¿Así nada más? – Se animó a decir el Ángel - Bueno… eso es lo que recuerdo. En ese momento, mi mente parecía desconectada a mi cuerpo. Nadie dijo otra palabra por un rato, y todas recordaron el día que la Hechicera pisó el verde pasto del prado por primera vez. Recordaron lo vulnerable que se veía, y les costaba creer que ahora fuera la misma persona. La Hechicera se sintió incómoda, pues intuía que ella no era la única que estaba recordando. Se apresuró a decir algo. - Así que ya ven… lo que yo vi ahí adentro no sirve de nada. - Bueno… no podemos decir eso… ¿Y si la oscuridad que viste dentro de aquella habitación se desbordó?- Inquirió el Ángel Azul se mostró de acuerdo con esa teoría, aunque agregó que eso no cambiaba nada. Que aún no sabían que hacer para desvanecer a la oscuridad. Ni la Princesa Ni la Hechicera escuchaban. La Princesa estaba ocupada imaginando al caballero que custodiaba la entrada del sol. Imaginó que su armadura tendría un brillo excesivo, producido por el choque entre el metal y los rayos luminosos. Tal vez era ese caballero al que estaba buscando cada vez que miraba arriba y, era él a quién le sonreía cuando los rayos acariciaban su corazón. Tal vez, él la estaba esperando, y se había decepcionado al no encontrar sus rasgos en el rostro de la Hechicera. Tal vez… Mientras la Princesa se entregaba a la lógica insegura de las ilusiones, la Hechicera suspiraba de alivio. Se relajó un poco al ver que Azul y el Ángel creaban hipótesis sobre las posibilidades de un desborde de oscuridad. Pero, por alguna razón, aún se encontraba inquieta. Y Se dio cuenta de que se sentía culpable. Sí, culpable. Culpable por mentirles y darles una pista falsa. ¿Cómo podía ser tan débil? Y Se dio cuenta de que estaba empezando a quererlas de forma inevitable. A pesar de que intentaba no hablar con ellas, a pesar sus esfuerzos por no relacionarse, ella empezaba a sentir afecto hacia las demás. Y las quería solo por que estaban ahí. Porque formaban parte de su vida. ¿Cómo podría destruir una parte de su vida? Y aunque la oscuridad era tan pura y tan negra como la tinta, esa noche la Hechicera no pudo dormir, como si el miedo fuera una luz que le quemaba los ojos.