Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

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Procuren no chocarse con la luna!

viernes, 1 de julio de 2011

EPDA 13 el anillo


El mundo en el cual había nacido la Hechicera se llamaba Médium. Esto era porque a aquel mundo estaba divido a la mitad.
Dos mitades dominadas por el prejuicio del bien y el mal.
Era un mundo dominado por teorías como el yin yang o la dependencia de los complementarios, u otras hipótesis similares.
Por lo tanto, una mitad del mundo era considerada una región ordenada, pura y que solo buscaba la paz, mientras que el otro lado era un lugar desagradable, donde todos hacían lo que querían sin una ley que los gobernara, y un lugar poco aconsejable de visitar, pues te encontrarías con trampas y peligros.
Pero la ley mas importante que regía a aquel mundo era la asignación de destinos. Se creía que todo ser viviente tenía algo que cumplir en el mundo, y un lugar al cual pertenecer.
Obviamente también existía la creencia de que a aquel que nacía en la mitad “oscura” se le serían asignados destinos más desagradables que en la mitad “luminosa”. Lo malo de todo esto, es que estas creencias solían ser certeras.
Naturalmente, la hechicera había nacido en la mitad “oscura”.
No era algo que ella padeciese mucho.
La madre de la hechicera no conocía el destino de su hija, porque ella nunca había querido revelárselo, pero sabía que era algo bastante terrible.
Su otra hija había nacido en el lado luminoso, y le era difícil criar a dos niñas tan diferentes.
Así como la madre de la hechicera no conocía el destino de su hija, tampoco la hechicera conocía el destino de su madre. Incluso, la madre de la hechicera creía haberlo olvidado. Se había resignado a una muerte intranquila.
Sin embargo, no quería que a sus hijas les ocurriera lo mismo. Y las alentaba a continuar, sin importarle que tan horribles o que tan maravillosos fuesen sus destinos.
La madre de la hechicera, gracias a sus hijas, pudo observar de primera mano la constante lucha entre la luz y la oscuridad.
Se atacan, se consumen y se hacen daño, pero nunca se matan. Están condenadas a existir en un flujo eterno sin descanso.
Luchan por un objetivo, pero nunca lo cumplen, por que saben que si alguna vez realizan el cometido, se quedaran sin rumbo, sin algo porque seguir. Y todo terminaría.
La madre nunca llegó a comprender del todo que aquel no era solo el ciclo de la luz y la oscuridad, si no el de su propio mundo.
Todos están condenados a luchar entre sí por un destino, pero en vez de luchar, están manteniendo un sutil equilibrio.
Después de todo… si el destino de la hechicera era destruir el mundo, ¿acaso no sería lógico que hubiera alguien destinado a salvarlo? Claro que lo era, y seguro que en algún lugar de aquel mundo existía una jovencita con ese propósito.
Aunque no todo está marcado por blancos y negros perfectos, la lucha de dos entes contrarios existe. Y también existe la necesidad de creer en un destino, de sentir que al menos sufrimos de la existencia por una razón. Y esto no solo ocurre en Médium.
Ocurre en la Tierra.
Ocurre en los Mundos Celestiales.
Ocurre en el Prado de Azul.

Desde que tiene memoria, Azul lleva en el dedo del medio de la mano derecha un anillo con una piedrita Azul, que hace referencia a su nombre. No sabe como lo obtuvo ni que significa, pero lo tiene allí desde siempre, y está tan acostumbrada que apenas nota su presencia.
Nunca pensó que ese anillo pudiera tener una utilidad especial. Hasta ahora, solo lo había usado para saber distinguir cual es la izquierda y cual es la derecha, pues tenía dificultades para ello.
Por eso, no notó cuando lo perdió. O al menos, no inmediatamente.
La primera mañana que despertó sin el anillo, se estiro, y de golpe sintió algo flojo en su interior, como una angustia sin sentido. No le prestó mucha atención.
Hacía muy poco que la Hechicera se había marchado, era lógico estar un poco angustiada.
Pero el Ángel y la Princesa también notaron cambios en ella. El aire a su alrededor era mucho más lánguido que de costumbre, y su presencia era cada vez menos corpórea.
De golpe, a Azul le costaba más de lo normal centrar sus ideas, y se quedaba con la mirada vacía hacia el horizonte.
Todo se volvía menos consistente.
Ocurrían blancos en su memoria.
Se le hacía muy difícil retener cualquier cosa… los recuerdos, las ideas y hasta su propia persona.
Hasta que una mañana despertó, con el cuerpo pesado, la cabeza confundida, y al primer paso se deshizo en un charco de agua.
La Princesa y El Ángel lanzaron gritos de horror, sin comprender lo que había ocurrido.
Sabían que Azul era un ser compuesto principalmente por agua, casi sin carne y sin otros órganos, pero nunca imaginaron que podría ocurrir algo así. Que la Azul que conocían, podría perder su forma hasta quedar reducida a una pequeña cantidad de líquido.



Cuando Azul vino al mundo, no era más que una cosa carente de forma propia, que sin embargo adoptaba la forma del recipiente que la contenía. Muchos creerían que una criatura así no tenía posibilidad de existir en el mundo, o al menos de llevar una vida normal.
Rosaura sufrió mucho en esa época, sin saber del todo si había dado a luz a una persona, o a algo que simplemente estaba condenado a subsistir en una existencia vacía.
No era demasiado raro en el Reino de las Hadas. Se acostumbraba a ver nacer niños de contextura física incierta, ya que esta misma suele estar arraigada a la clase de poder que los niños poseen, la cual puede variar de cualquier forma.
Además, teniendo de padre a un hombre que puede cambiar su fachada aparentemente humana por la de un árbol, era de esperarse en Azul alguna fisonomía extraña.
Cuando ya se creía que para Azul no había ninguna esperanza, la Pitonisa divisó en el recipiente de agua que la contenía, algo parecido a unas imágenes que se reproducían inexplicablemente en su interior.
En ese entonces, la Pitonisa solo tenía 9 años, y aún no era una pitonisa. Era bendecida por el nombre de Aitana, y todavía no había renunciado a su don de hada.
Los poderes son cosas extrañas. Varían mucho, ninguno es exactamente igual a otro. Aitana tenía un don único, y prácticamente inclasificable, pero se le había dado el nombre de El Poder de las Ilusiones.
Tenía la capacidad de crear imágenes y sensaciones irreales.
Tal vez a causa de esa capacidad tenía esa constante aura de misterio, y al mismo tiempo de seguridad. Tal vez hasta su propio aspecto de ojos marrones con destellos violetas, de cara pecosa, y de labios rojos esbozados casi siempre en una perfecta sonrisa burlona, era solo una ilusión más.
Pero en ese entonces solo era una niña de 9 años que vagaba por el castillo, del cual sería dueña cuando creciera, según su destino.
Cuando vio las imágenes proyectadas en el cuerpo sin forma de su acuosa prima, supo de inmediato que no solo estaba viva, si no que poseía una gran inteligencia y que cumplía con los requerimientos suficientes para vivir la vida (excepto, tal vez, un cuerpo normal).
La Pitonisa sabía de esas cosas, porque entendía de imágenes, y conocía las mentiras de las ilusiones. Eran parte de su poder.
Así fue como la familia de Azul no se rindió hasta poder darle un cuerpo decente, por que sabían que lo que se encontraba en aquel recipiente pensaba y tenía alma propia.
Hasta que se enteraron de las Piedras Preciosas.
Eran piedras que producían alteraciones en los cuerpos mágicos. Habían muchísimas, y su significado variaba según su color. Las de colores cálidos (Como rojos, o naranjas) sirven para relajar tensiones nerviosas. La Verdes sirven para curar heridas graves. Las de colores neutros (Blancas o negras) para pensar con claridad.
Y las Azules, para la consistencia de los cuerpos.
La leyenda dice que hay una Piedra por cada hada. Es decir, que cada piedra es única, y que para todas las hadas hay una piedra correspondiente que es perfecta para curar todos sus males.
Gracias a esa piedra, Azul tuvo fuerza suficiente para crear un cuerpo, y recibió un nombre.
A pesar que desde entonces no se había sacado su anillo, su cuerpo líquido dejó huellas en su personalidad. Ella era, de por si, una persona poco consistente, con tendencia a olvidarse de las cosas que no consideraba importantes, a dejarse llevar por las circunstancias, a irse de la realidad. Tenía pocas opiniones firmes (aunque en algunas ocasiones era muy terca), un aura debilucha, y parecía que en cualquier momento su alma podía irse a un mundo desconocido y no regresar jamás.
En eso pensaba Abel últimamente. Pensaba que ya sabía que Azul se iba a escapar de casa alguna vez, y que ni siquiera todo el cariño que un padre le pudiera otorgar la retendrían. Era parte de su personalidad huir siempre a un lugar mejor. Después de todo, retener al agua con algo tan material como las manos, es imposible.


Cuando Azul volvió a abrir los ojos, no recordaba nada. Sus dos amigas la miraban con atención, fijándose si se encontraba bien.
Ellas conocían las leyendas de las Piedras Preciosas, así que no tardaron en suponer que el problema se debía a la ausencia del anillo, pero si les costó un poco encontrarlo.
De todas formas, Azul seguía sin recordar lo sucedido. No comprendía la razón por la cual sus amigas la miraban como si estuviera incubando alguna especie de enfermedad.
Al final, Azul seguía sin comprender el sacrificio de sus padres, ni su propia debilidad.