
Ella era una criada que nada sabía del amor ni de las naturalezas humanas. Apareció un día dentro de una canastita, al lado de la puerta de una casa lujosa, al igual que otros miles de niños habían aparecido antes de la misma manera.
Creció sin ninguna figura paternal, viviendo siempre de lo que sobraba de los demás. Quizá solo para tener un lugar al cual pertenecer en esa enorme casa, se dedicó a la limpieza del hogar.
Creció sin ninguna referencia al amor, pero el amor, aunque se desconozca su comportamiento y su mecanismo, aunque no tenga ningún sentido, a veces aparece sin que se le busque ni se le llame.
Por eso se sorprendió cuando una tarde observó por primera vez con ojos juveniles al hijo menor del dueño de la casa, que tenía aproximadamente su edad. Naturalmente no reconoció los síntomas, y solo había sentido un leve cosquilleo en el estómago.
Al principio creyó que algo que había comido le había caído mal, pero cuando se dio cuenta de que ese extraño cosquilleo no era algo casual si no algo que sentía de forma constante (Cuando veía al hijo, cuando observaba a las parejas en la calle, cuando alguien la llama con una confianza no correspondiente a lo común de la época) abandonó toda hipótesis y se sumergió en una especie de sopor propia de la fiebre del amor no correspondido.
Descuidó la limpieza de la casa. En cuanto se quedaba sola, se encerraba en la habitación de una de las hermanas del hijo y se ponía a leer sus novelas románticas, mientras soñaba tarareando los valses de moda.
Todas sus acciones se llenaron de una ternura distraída. De repente su mundo se había convertido en algo hermoso y frágil.
Y todo eso para sentir los cosquilleos en la panza. Cosquilleos que se movían deliciosamente en su estómago, que la sacudían cual descarga eléctrica, que le recordaban que estaba viva.
Se inducía a esos cosquilleos de una manera tan febril que no se dio cuenta de que lo que sentía no era amor, sino una descompostura en el estómago, tal como había sido su primera impresión.
Solo se percató cuando un estremecimiento fuerte la obligó ir corriendo al baño, y vomitó un centenar de mariposas.
Creció sin ninguna figura paternal, viviendo siempre de lo que sobraba de los demás. Quizá solo para tener un lugar al cual pertenecer en esa enorme casa, se dedicó a la limpieza del hogar.
Creció sin ninguna referencia al amor, pero el amor, aunque se desconozca su comportamiento y su mecanismo, aunque no tenga ningún sentido, a veces aparece sin que se le busque ni se le llame.
Por eso se sorprendió cuando una tarde observó por primera vez con ojos juveniles al hijo menor del dueño de la casa, que tenía aproximadamente su edad. Naturalmente no reconoció los síntomas, y solo había sentido un leve cosquilleo en el estómago.
Al principio creyó que algo que había comido le había caído mal, pero cuando se dio cuenta de que ese extraño cosquilleo no era algo casual si no algo que sentía de forma constante (Cuando veía al hijo, cuando observaba a las parejas en la calle, cuando alguien la llama con una confianza no correspondiente a lo común de la época) abandonó toda hipótesis y se sumergió en una especie de sopor propia de la fiebre del amor no correspondido.
Descuidó la limpieza de la casa. En cuanto se quedaba sola, se encerraba en la habitación de una de las hermanas del hijo y se ponía a leer sus novelas románticas, mientras soñaba tarareando los valses de moda.
Todas sus acciones se llenaron de una ternura distraída. De repente su mundo se había convertido en algo hermoso y frágil.
Y todo eso para sentir los cosquilleos en la panza. Cosquilleos que se movían deliciosamente en su estómago, que la sacudían cual descarga eléctrica, que le recordaban que estaba viva.
Se inducía a esos cosquilleos de una manera tan febril que no se dio cuenta de que lo que sentía no era amor, sino una descompostura en el estómago, tal como había sido su primera impresión.
Solo se percató cuando un estremecimiento fuerte la obligó ir corriendo al baño, y vomitó un centenar de mariposas.
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