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Procuren no chocarse con la luna!

viernes, 23 de abril de 2010

El ciudadano del cielo


Ellos crecieron en un mundo surrealista, donde todos estaban acostumbrados a las cosas que pasan de repente, y sin explicación alguna.
Desde tiempos inmemorables que ellos juegan juntos, esquivando los peligros del mundo entre juegos y risas.
Ella era Anette, y él, simplemente Toby.
Pero un día, solo como otra de esas cosas que sucedían en aquel mundo, cosas que pasan sin que nadie las viera venir, Toby desapareció.
Anette y él jugaban carreras, ambos con un globo en la mano. Toby iba ganando, llegó antes que la niña al final de la vereda y dobló la esquina.
Fue la última vez que Anette supo de él.
Su desaparición nunca pareció ser algo real. Anette aún intenta convencerse de que su ausencia no es más que un producto de su imaginación. Los sueños suelen ser más macizos que la realidad, sobre todo en ese mundo.
De pequeña, le preguntó a su madre, con los ojos llorosos.
-¿Dónde está Toby?
- Se fue al cielo- se limitó a responderle
Desde ese momento lo comprendió todo, y decidió que lo iba a esperar. Pase lo que pase, lo iba esperar.
Se sintió incapaz de crecer sin su amigo a su lado. No pudo cambiar, siguió siendo la misma niña, esa que tenía un globo en la mano.
Y lo esperó, durante 5 años, lo esperó.
Hasta que una linda tarde de abril él volvió.
Había bajado del cielo, había concluido su largo viaje de 5 años dispuesto a volver a vivir su vida normal.
Pero ya no era el mismo. Había crecido, y el cielo lo había convertido en uno de sus ciudadanos. Todo su cuerpo se había tornado de un tenue color celeste.
Anette lo odió y odió al cielo por lo que le había hecho su amigo. Ese no era el niño que recordaba, el niño del globo en la mano. Se negó a dirigirle la palabra, se negó a mirarlo.
Pero el cielo no abandona tan fácilmente a aquellos que forman parte de su mundo. El cielo es un agujero negro que se chupa a la gente que más quieres.
Así que Toby fue siendo cada vez más y más celeste hasta que se fusionó con el firmamento del mediodía.
Anette le rogó al cielo que le devolviera a su amigo, a su verdadero amigo, el niñito de piel morena que jugaba carreras con ella.
Pero ese niño no existía más, y Anette nunca pudo cambiar. Nunca soltó el globo de su mano.

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