La noche que murió mi madre fue… Bueno, obviamente no fue
nada bonita, aunque en esos momentos aún no había asimilado por completo el
hecho de su muerte. Para comprender la ausencia de alguien y el impacto que te
causa, es necesario que transcurra el tiempo. Y desde luego, en el momento que
ocurre no podés ni imaginarte lo que significa vivir el resto de tu vida sin
esa persona.
No sentía tristeza, ni dolor, sino una mezcla extraña entre
resignación… y bronca, una bronca que se acrecentaba a medida que pasaban las
horas. Bronca por haber hecho todo el viaje al pedo, bronca por no haber pasado
más tiempo con ella, y bronca por no haber llegado antes, por haber perdido tiempo en estupideces y haber perdido la pequeña oportunidad de que
los remedios la hubieran sanado. En mi cerebro no había espacio para la
tristeza, estaba demasiado ocupado reprochándome. Al mismo tiempo, sentía que sabía que eso iba
a pasar tarde o temprano, y en realidad siempre fui consciente de que tal vez
mi madre moriría antes de que yo volviera a casa.
Esa noche, mi cabeza era un hervidero de pensamientos que se
debatían entre la culpa y la disculpa, entre mis ideales y mi sentido común.
Estábamos tirados en el piso de mi casa, con las bolsas de dormir. Ya habíamos
enterrado a mamá, en las afueras de la villa, con la ayuda de Frank y las
hermanas de Sally. Frank también estaba durmiendo en mi casa, y lo mismo Sally,
en contra de todo pronóstico, pues yo estaba seguro de que prefería mil veces
dormir en la casa de sus hermanas. Sally no es lo que dice una amiga muy
atenta, a pesar de que no sea a propósito; y además siempre le huyó bastante a
temas como la muerte, más allá de su alma liberal.
Y en ese momento dormía en una bolsa de dormir junto a la mía, con una respiración lenta y
densa que delataba la profundidad de su sueño. Dios, esa mujer podría dormir en
medio de un terremoto y ni se mosquearía. Por extraño que sea, esa noche su
respiración se me hacía algo ruidoso y molesto, era algo que regularmente
marcaba el paso del tiempo y me envolvía en un sopor de pensamientos ventosos e
inconstantes. Yo me sentía medio anestesiado, y probablemente estaba demasiado
sensible hacia cualquier cosa. En un momento sentí una puntada de desesperación:
necesitaba hacer algo, necesitaba salir del hechizo de las exhalaciones de
Sally. Tenía ganas de hacer algo loco y arriesgado, ponerme a gritar y
despertar a todos, pero enseguida me dije que era una estupidez, y no tuve el
valor de cometer semejante estupidez. Era horrible ser el único despierto,
teniendo en cuenta que era mi madre la que se había muerto, y que era obvio que
no iba a poder dormir, y sin embargo los demás dormían como idiotas sin
preocuparse por si tenía ganas de pegarme un tiro o matar a alguien.
Pero claro, no era el único despierto, y eso calmó un poco
mis ansias. Jess estaba sollozando en la puerta de afuera, y desde adentro
apenas se escuchaban sus lamentos, como los de un sutil fantasma. Jess parecía
sufrir la muerte de mi madre más que yo mismo, sobre todo en esos momentos en
los que todavía no había podido procesar la situación. Se la había pasado
llorando toda la tarde. Decidí que los dos nos merecíamos un poco de compañía y
salí afuera para sentarme a su lado.
-
No tenés que venir a consolarme- Musitó cuando
se percató de mi presencia, sin dejar de cubrirse el rostro con las manos. –
Mejor acostate y tratá de dormir.
No le hice caso y me acomodé cerca de ella.
-
No voy a poder dormir. – Me limité a decirle en
voz baja, y ella no agregó nada.
Nos quedamos en silencio un rato largo. Disfruté de la brisa
nocturna, como si por unos instantes ella fuera capaz de liberarme de mis
pensamientos, o por lo menos de darme sensación de libertad. Estaba demasiado
ofuscado como para tener una conversación, y ella no podía dejar de llorar, o
al menos eso parecía. Por momentos daba la sensación de que se calmaba un poco,
pero esos instantes eran fugaces. Yo no la entendía, y en un momento se lo
dije.
-
Hey, no llores… No tenés porqué llorar… todos
tenemos que morir alguna vez, ¿no? – Dije en un intento de sonar despreocupado,
para que ella pueda tomárselo más a la ligera.
Jess emitió un gemido. Se quitó las manos del rostro y abrió
los ojos, y por un instante me dio un vuelco el corazón. Sus ojos blancos,
inundados de lágrimas, parecían brillar en la oscuridad, reflejando la escasa
luz de la luna. Era una imagen que impresionaba y aterrorizaba, sobre todo
porque los ojos de Jess tenían el poder de hacerte sentir que estabas al borde
del abismo. Pero al mismo tiempo, no se podía negar que era algo místico y
hermoso. Bueno, cuando superabas la parte escalofriante. Sus lágrimas parecían
una extensión de sus ojos, también se veían blancas y resplandecían sobre sus
mejillas.
-
Tu madre… no tenía que morir todavía… - Dijo con
voz quebrada.
-
… ¿Qué decís?- Exclamé, sin terminar de
comprender lo que quería decir con eso. – Está bien, tal vez a veces nos parece
que ciertas cosas no deberían haber pasado… pero no te reproches. Que vos sepas
todo lo que pasa en el mundo, no significa que podías anticiparte a su muerte.
Vos misma lo dijiste, no podés ver el futuro.
Jess negó enérgicamente con la cabeza.
-¡No, no, no! No entendés, yo sí
tuve la culpa. Yo estaba en el momento en el que a tu mamá le agarró el ataque.
–su voz comenzó a temblar. – Fue
horrible… pero yo no quería que pasara… ¡Perdoname! – suplicó, y ahí se largó a
llorar de vuelta.
Yo seguía sin entender nada, pero algo de lo que Jess decía
me daba mala espina. De todas formas decidí consolarla, pues sabía que Jess
solía hacerse demasiado drama por cosas que en realidad no valían tanto la
pena.
-
Hey, tranquila.- Dije mientras torpemente le
daba palmaditas en la espalda. – Contame ¿qué pasó cuando a mi mamá le agarró
el ataque?
-
Yo… estaba hablando con ella… y la insulté, y
ella se puso nerviosa… muy nerviosa, pude sentirlo, estaba aterrada, pero yo no
podía pensar en eso… hablé sin pensar, dije cosas sin pensar… y cuando me di
cuenta, supe que no me estaba escuchando, que
no respiraba, estaba tiesa, con la cara congelada en una expresión de horror…
¡Estaba muerta! ¡Y había sido por mi culpa!
-
¿Pero qué le dijiste?- exclamé con un dejo de
desesperación- ¿qué pudo haber sido tan terrible que la matara?
Jess dudó unos segundos, pero luego me miró de lleno con sus
ojos de ciega brillantes.
-
Le dije… le recordé que vos no eras su hijo.
Tardé un poco en comprender la magnitud de lo que me estaba
diciendo.
Mi primera reacción fue reír escépticamente, por supuesto.
No era la primera vez que alguien hacía esa suposición, y yo me burlaba de los
que la hacían ¿Quiénes se creían ellos para decir quiénes eran o no mis padres?
Yo tenía razones para pensar que mi madre era mi madre biológica. Claro, nunca
supe quién era mi padre, lo cual tal vez podría explicar mi aspecto, que
desentonaba tanto con los demás terrenos. Pero mi madre era mi madre, y el que
negara eso se las vería conmigo.
Obviamente, estaba olvidando que Jess no era cualquier
persona.
-
Jess, ya sé que…
-
Matt.- Me calló.- Si te lo digo, es porque estoy
segura. Mercedes no era tu madre. Lo sé.
Ella estuvo con vos desde que eras un bebé de 6 meses, pero no te parió. No
lleva tu sangre.
-
Pero Jess, tengo razones para…
-
¡Matt, dejá de mentirte! – Casi me gritó, y unas
lágrimas atravesaron su rostro- ¡Lo sé, estoy segura, lo vi! Ya sabés de qué te
estoy hablando. Sabés que soy capaz de saber esas cosas. Lo sé desde el momento
que te conocí…
-
¿¡Entonces por qué no me lo dijiste antes!? –
Estallé, definitivamente enfadado. Por alguna razón, sus palabras me
enfurecían. ¿Por qué teníamos que hablar
de esto ahora?
Jess, que de alguna manera siempre me había inspirado
compasión, ahora se me hacía un ser cínico y morboso, ¿qué otra explicación
había a esa situación? No podía entender a Jess, y en realidad nunca la había
entendido.
Hasta su aire de nena buena me daba bronca. Me daba bronca
su llanto, su inocencia, y sus buenas intenciones.
-
¡No te lo dije porque pensaba que tenías que
hablarlo con ella!- Me gritó, aunque casi no se le entendió nada, porque
parecía ahogarse con sus propias lágrimas. Me sorprendía que los demás
siguiesen durmiendo después de todo el lío que estábamos armando. - ¡Pero
cuando vinimos acá, supe que ella no tenía intenciones de hablar con vos al
respecto! ¡por eso decidí ir a tu casa cuando no estabas y así encontrarme con
ella! Pero… Las cosas se me fueron de las manos y… ¡Yo no sabía que iba a pasar
esto! – Y ahí pareció que no pudo resistirlo más y se volvió a rendir al
llanto, cubriéndose nuevamente el rostro.
Yo estaba enojado, pero deseaba estarlo todavía más. Miraba
a Jess llorar desconsoladamente, y sentía que se me iban las fuerzas. Deseaba
simplemente odiarlo todo, a Jess, a mi madre, a la villa, a Sally, todo, pero
me sentía débil y cansado. Y mi voluntad
para odiar se desinflaba inevitablemente como un globo pinchado. Lo cual era
muy malo, porque si no sentía odio ¿qué iba a sentir? necesitaba llenar ese
vacío incontrolable.
Tomé los restos de determinación que me quedaban para
formular una pregunta importante.
-
En ese caso… ¿Quiénes son mis padres?
Jess gimió, como si mi pregunta le doliera.
-
¡No sé! –Exclamó con desesperación. - ¡No puedo
saberlo! ¡Es terrible Matt!
¡Ah! Mierda, Jess y sus poderes imperfectos. No podía ser de
otra forma.
Otra vez deseé poder odiarla, pero mi bronca era una bronca
muda, resignada a quedarse para siempre trabada en mi estómago.
Traté de relajarme y darle un descanso a mi mente, pero en
cuanto lo intenté sentí como todo lo sucedido en el día impactaba sobre mí como
un golpe en el cerebro.
De repente, lo vi todo, la muerte de mi madre, su engaño de
toda la vida… Jess lloraba, y yo solo sentía una impotencia enorme, y unas
tremendas ganas de desaparecer de la faz de la tierra. Tenía ganas de
enloquecer, de destruirlo todo, pero me
sentía tan débil, tan insignificante, tan patético…
No sé cuánto tiempo pasó después de eso. Pudieron haber sido
segundos u horas, lo hubiera sentido igual. No dijimos una sola palabra hasta
que amaneció. Jess lloraba, y yo creo que también, no estoy seguro. Estaba
demasiado metido en mis pensamientos como para saberlo. En algún momento nos
calmamos.
-
Perdoname… - Musitó ella. Yo sentí un atisbo de
la bronca que antes había tenido, pero ya no era exactamente dirigida hacia
ella, si no al hecho de que deseaba terminar con este tema de una vez por
todas, irme a dormir, no pensar más en el asunto.
-
No tengo
nada que perdonar- Repliqué con sinceridad. Por mucho que quisiera echarle la
culpa, sabía que era una manera demasiado fácil de descargarme, y que no era
justo.
-
No digas estupideces…- murmuró con voz débil.
Pero no dijo nada más. Parecía agotada de tanta angustia, aunque tal vez me lo
parecía solo porque yo me encontraba de la misma manera.
En algún momento, cuando el sol ya había salido casi por
completo, me percaté de algo y miré a mi amiga con extrañeza.
-
Es la primera vez que te veo llorar…
Jess me miró como si no entendiera a que me refería.
-
¿Habías llorado antes?
Se quedó un rato mirando hacía ningún lado, demasiado
concentrada en sus pensamientos.
-
Creo que… no. No que yo recuerde. – Y se quedó
callada, como si aquel planteamiento le hubiera dado algo nuevo en que pensar.
Un poco después me reí sin ganas y le dije:
-
En ese caso, no deberías gastar tus lágrimas en
la muerte de una mujer que ni conocés.
-
Matt… No digas eso…- Murmuró con voz ronca.
-
Pero tengo razón. Sabés que la muerte es
inevitable, tarde o temprano iba a pasar, siempre lo supe… No podés ponerte así
por cada desconocido que ves morir.
-
Pero no era cualquier desconocido… Era tu madre.
Y murió por mi culpa…
-
Eso es discutible. Si no me hubiera mentido
todos estos años, nada hubiera pasado.
-
Aún así, una muerte no es motivo para alegrarse.
-
¿Y me lo vas a decir a mi? Pero no importa. Tu
vida va a ser demasiado dura si vivís preocupándote de esa manera por todo el
mundo. Te lo digo como un concejo.
Jess bajó la vista.
-
¿Y cómo se supone que haga, si puedo ver el
sufrimiento de todos los demás?
Suspiré. Tenía razón, al fin de cuentas. Jess nunca iba a
poder librarse de su omnisciencia ni de la carga que ella implicaba (O al menos
eso creía). Más allá de todo lo que me estaba pasando, nuevamente agradecía no
estar en su lugar.
-
…Tus poderes son una maldita mierda. –
Sentencié, con amargura.
Ella se rió, aunque fue una risa medio sollozada. Aun así,
me relajé de ver a Jess un poco más feliz.
-
Jess… la verdad es que estoy muy cansado… Me
gustaría tirarme un rato, si no te molesta. Ya tuve demasiadas emociones para
un día… - Me sentía un poco mal, no sabía si lo correcto era dejarla sola.
Tenía miedo de que le agarraran uno de esos ataques vomitivos que le daban
cuando estaba triste o de mal humor. Sin embargo, ella me respondió:
-
No, está bien. La verdad es que yo también
dormiría un rato.
Eso era raro, Jess casi nunca dormía. Pero decidí dejarla.
La verdad, ya no tenía ganas de discutir ni de hacer nada. Solo quería tirarme
y no pensar, dormir.
Efectivamente, se cumplió mi deseo, porque apenas me acosté
caí en un sueño profundo y sin sueños. Fue algo sanador, aunque desde luego no
solucionó ninguno de mis problemas.
Me pareció que solo habían pasado unos segundos cuando desperté,
en la tarde, sobresaltado por un grito que provenía de la bolsa de dormir de
Jess.
Todavía no me había despertado del todo, cuando veo a Sally
entrar en la casa con cara de susto, y luego relajarse un poco para después
frustrase.
-
Jess ¡¿Se puede saber qué te pasa? ¡Me pegué un
susto horrible!... – Pero una vez que dijo eso, entrecerró sus ojos, como si
acabara de darse cuenta de algo- … Estás distinta.
-
¡No me digas! – Exclamó Jess con desesperación.
Yo todavía estaba medio estúpido por el sueño, así que no
entendía muy bien la situación. En un intento por hacerlo, me incorporé y me
restregué los ojos. Y cuando vi a Jess… lo primero que pensé fue que no era
ella.
Ciertamente, Jess estaba distinta, estaba muy distinta.
Para empezar, su cabello ya no estaba blanco, ahora era
oscuro, aunque de un color indefinido. Algo así como un marrón blancuzco. Otros
detalles que en ese momento no distinguí muy bien pero que pronto se hicieron
muy notorios, fue que sus cejas y sus pestañas tampoco eran blancas ahora. Su
color de piel era más rosáceo, y su antigua palidez parecía muy evidente en
estos momentos. Ahora era posible imaginar que la sangre corría por sus venas, y
hasta el rubor grisáceo de sus mejillas tomó una apariencia más normal.
Y sus ojos… No solo ya no eran blancos, si no que ya no
producían esa sensación de vacío… Su ojos eran… eran grises, sí, pero eran ojos
al fin y al cabo, completos, con sus pupilas, su iris…
Tenían un brillo particular, podía leerse la emoción a
través de ellos.
Jess volvió a chillar, parecía bastante asustada.
-
Jess, ¿qué te pasó?
Lo que dijo a continuación nos desconcertó.
-
Creo… ¡Creo que estoy ciega!- Gritó desesperada.
Sally y yo nos miramos sin entender. Que Jess estuviera
ciega no tenía mucho sentido, puesto a que ahora tenía ojos de verdad.
Jess empezó a ponerse muy nerviosa. Jadeaba, gemía, tanteaba
para todos lados como si temiera que los objetos a su alrededor desaparecieran.
Y entonces, pasó lo que había estado esperando que no pasara, y comenzó a hacer
arcadas.
-
¡Sally, traé una palangana!- Reaccioné.
Sally actuó con rapidez, y yo me levanté y me acerqué a mi
amiga. Cuando Sally trajo el balde, Jess se inclinó sobre él y vomitó
estrepitosamente un líquido espeso y pegajoso, que, efectivamente, era más rojo
de lo normal. Eso no sirvió para calmarla, de todos modos. Temblaba,
traspiraba.
-
Tranquila, Jess, todo está bien. – Le dije,
aunque decir eso era casi como mentir, porque la situación me daba escalofríos.
-
¡Tengo miedo, Matt!- Chilló Jess, y a mí se me
heló la sangre.
No tardó mucho en volver a dormirse. Cuando tenía estos
ataques quedaba exhausta, y se dormía sin poder evitarlo. Pero ni Sally ni yo
podíamos sacarnos la sensación que nos invadió.
-
¿Qué fue eso? – Exclamé.
Sally frunció los labios.
-
Se transformó en una persona normal. Debió haber
sido doloroso.
Nuevamente me sorprendía con su acertada sencillez para
observar el mundo.
En efecto, Jess se había transformado en una persona normal,
o, por lo menos, lo más normal que podía ser. Los supimos poco después que
despertó.
No se había quedado ciega, había perdido sus poderes, tal
vez no completamente, pero sí una gran parte de ellos. Para ella, debió haber
sido como si se le desmoronara la realidad de golpe, toda esa información que
llegaba a su cerebro de repente dejó de hacerlo. Era lógico que se sintiera
ciega, pero poco después confirmó que ahora observaba las cosas de una manera
distinta, que veía cosas que antes, de alguna forma, pasaba por alto. Los
colores eran más vivos, los detalles más nítidos. Pero eso no compensaba el
conocimiento de todas las cosas, al menos eso pensaba ella. Estaba enojada
consigo misma, no podía entender cómo es que había dejado que le pasara eso.
Pronto comenzó a sentir hambre y sueño de manera regular.
Aceptó comer algunas cosas, aunque, como yo, no comía carne. Para ella era una
abominación comer cualquier cosa que estuviera viva, comer animales era
demasiado. Ahora que lo recuerdo, Jess solía decir que la mente de los animales
era un enigma para ella, pues no podía explorarla como lo hacía con la mente
humana. Probablemente, por ese respeto que les tenía era que no se animaba a
comerlos.
Tiempo después descubrió que no había perdido del todo su
omnisciencia, pero ahora se manifestaban en su mente como flashes que venían a
ella sin que los invocara, casi como premoniciones, solo que no eran del
futuro, sino del presente y del pasado. Si era extremadamente necesario, Jess
podía utilizar sus poderes con voluntad propia para averiguar algo en
particular, pero eso la dejaba exhausta y la frustraba.
No había caso, Jess se había humanizado, y sabíamos que ya
no podríamos usar sus poderes para nuestro favor.
-
Al menos Kevin se pondrá feliz… - Le dije una
vez que la oí quejarse, recordando cuando nuestro amigo le había pedido que
intentara no usar sus poderes.
Sally no parecía preocupada al respecto, al contrario, se la
veía bastante feliz.
-
No entiendo porqué Jess se queja tanto. – Me dijo
una vez. – No debería sentirse culpable, y menos por nosotros. Ahora que tu
madre murió… - Recuerdo que titubeó en ese momento. – Bueno, lo que quiero
decir es que ya compramos los remedios, sólo necesitamos plata suficiente como
para poder sobrevivir, y eso lo podemos lograr sin Jess… Además, creo que le va
a hacer bien, ¿no? Kevin lo dijo una vez, que sus poderes le causaban esos
ataques… Supongo que ahora ya podrá estar un poco en paz… Pensalo, con el
aspecto que tiene ahora ya ni necesita esconderse… ¡Va a poder dejar ese abrigo
y esos lentes que acarrea para todos lados!
Toda esa perorata me dio a entender que Sally estaba feliz
de que Jess ya no sea tan extraña.
Y la verdad, nunca vi a Sally y a Jess tan unidas como en
esos tiempos. A veces me las encontraba hablando (igual que me los encontraba a
Kevin y a Jess) en voz baja, vaya uno a saber de qué. Se había convertido en
unas chismosas insoportables, pero en el fondo me alegraba verlas llevándose
tan bien. Sally hasta le ofreció prestarle un poco de ropa, para, como ella
misma había dicho antes, dejara de usar ese abrigo pesado.
Me acuerdo que la obligó a probarse un par de blusas y
polleras largas y me dijo:
-
Ahora es oficialmente una persona normal, ¿Acaso
no se ve hermosa?
Entonces observé a Jess, que se veía algo avergonzada por el
alborozo de Sally. Y no supe qué responder. Por un lado, jamás supe si Jess era
“hermosa”. Ahora que lo pienso, Jess era bastante bonita, siempre lo fue, incluso
cuando era albina, aunque bueno, en ese entonces era demasiado extraña como
para andar analizando si sus rasgos eran agradables o no. Pero nunca me pareció
atractiva, o al menos nunca pude pensar en ella de esa manera, aunque no sé
exactamente porqué. Por otro lado, la
ropa que Sally le había prestado a Jess (Que obviamente había heredado de sus
hermanas) era demasiado evidente que era ropa de Terrenos. Y a Sally le quedaba
bien, porque las telas livianas y los colores claros contrastaban con su piel
oscura, pero Jess, que incluso en esos momentos su tez era bastante pálida
(aunque ahora tenía un tono rosáceo) se veía… demasiado clara, demasiado transparente,
casi frágil. Para mí era extraño, Jess parecía disfrazada de Sally, y aunque no
era un disfraz creíble, me confundía un poco, de alguna manera…
No tardamos en decidir que
debíamos volver a la capital. Para empezar, realmente queríamos hablar con
Kevin, pensando que él tal vez podía ofrecernos más información acerca de la
reciente transformación de Jess. Y ahora que mi mamá estaba muerta, ya no tenía
razón ni ganas de quedarme. Por algún motivo, Sally decidió acompañarme, aunque
yo estaba seguro de que prefería quedarse un tiempo más en la villa. De todas
formas, no tardo en emprender su regreso, cuando tuvo la oportunidad y una “excusa”…
Quiero aclarar algo que tal vez no viene al caso, pero que
para mí es necesario. No odio a mi madre. A Mercedes, quiero decir. No podría
hacerlo.
No fue la mejor madre del mundo, es cierto, y también es
cierto que arriesgué mucho para comprarle los remedios a una señora que en
realidad me había mentido un montón de años, y ni siquiera llegué a tiempo.
Pero no la culpo, por nada. Ella solo me dijo lo que yo quería oír. Nunca quise
aceptar que yo no era un Terreno, y menos que era un nacido de Mágistral. Ella
me mintió, pero yo accedí contento al engaño, que al fin de cuentas, era
bastante obvio.
No habrá sido la mejor madre del mundo, pero estuvo ahí
siempre que la necesité, me cuidó cuando nadie más quería hacerlo. Se las
arregló para que me aceptaran en un mundo de terrenos, donde yo era
evidentemente diferente.
Me costó hacerle el duelo, al principio, porque
inmediatamente después a su muerte pasaron muchas cosas. Y admito que durante
un tiempo me costó perdonarla.
Pero en este último año, he tenido tiempo para pensar las
cosas más fríamente, y me di cuenta de que en realidad ninguno de sus engaños
podrán empañar todos esos años en los que se dedicó a mi… como pudo.
Le tengo mucho respeto a su recuerdo, y aún hay días en los
que me reprocho por no haber llegado a casa antes, por no haber podido tener
una conversación sincera con ella, por no haber podido perdonarla cuando
todavía estaba viva.
Pero sé que no vale la pena, que es inútil reprocharse esas
cosas. Que hay cosas que pasan porque tienen que pasar, y que no se pueden
cambiar, por mucho que queramos. Y porque es ridículo desear que mi madre
todavía viva, porque eso es pedir demasiado, es desafiar todo lo que viví
después de su muerte, es reprochar a la naturaleza de la misma forma que Kevin
y yo lo hacemos todos los días en el laboratorio, sin lograr ningún resultado
productivo.