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Procuren no chocarse con la luna!

domingo, 29 de enero de 2012

Utopías: Cap 1 "Antes que nada"


Matt estuvo en la Villa Terrena desde siempre, por eso nadie recuerda exactamente el momento que pisó el lugar por primera vez, ni saben nada acerca de su origen. Porque desde luego, con sus grandes ojos azules, su cabello rubio y su cara de nene inmaculado e inocente, no pertenece a la misma raza que el resto de sus vecinos.
Esto Matt no lo cuenta en sus “diarios de aventuras” pero es primordial saberlo para comprenderlo mejor, y también, comprender mejor su historia.
Su madre, o al menos la que cuidaba de él, era una mujer enorme, cuyo cuerpo parecía abarcar más de lo que en realidad hacía, debido a los múltiples pliegues de su anatomía, y también, a su cara de vieja sabía, que parecía poder observarlo todo con una mirada diferente. Era bastante mayor, y fácilmente podía pasar por abuela en vez de madre, pero Matt siempre la había llamado mamá. Tenía una justificada fama de mala salud, pero tampoco podía comprar los remedios. Por eso se quedaba siempre empotrada en su silla, lo que acentuaba su aire de diosa de la tierra. Era de piel morena, y una de sus enfermedades le había provocado manchas oscuras en la piel, pero nada de eso había logrado quitarle la dulzura maternal de su mirada, ni que su amplio regazo dejara de ser un nido seguro y lleno de amor.
A pesar de su don de madre y su aura de diosa ancestral, era increíblemente bruta, algo de lo que casi nadie se salvaba en las Villas Terrenas. Por culpa de eso, y de que ni siquiera era capaz de levantarse de la silla, Matt tuvo que criarse prácticamente solo. Lo cual, de todas formas, para el chico no era tan malo, porque le permitía mucha libertad y la libertad siempre fue algo que estaba primero en su lista de necesidades.
La comida y los remedios de la madre la conseguían sus vecinos. En ese lugar, la vida era dura, y habían acostumbrado a cuidarse entre todos, aunque eso no era lo común en esas clases de Villas. Los pocos habitantes que tenían un trabajo decente, conseguían la comida, los remedios y demás mercancía imprescindible, y trataban de repartirlo equitativamente entre todos, lo cual, desde luego, nunca alcanzaba. El resto intentaba conseguir beneficios por medios no tan legales, pero eso tampoco ayudaba mucho, ya que rara vez conseguían algo bueno, y en general solo servía para que la reputación de los terrenos sea aún más mala de lo que ya era de por sí.
Porque aquella villa, situada en algún lugar remoto del país de Mágistral, era el único lugar que tenían los terrenos que se habían refugiado de las guerras pasadas, de las cuales Mágistral había salido victoriosa.
Matt supo desde el primer momento que en aquél lugar, él era un bicho raro, algo que no encajaba. Le bastaba solo con mirar el aspecto de los demás: Morenos, altos, de nariz alargada. Cuando observada estos rasgos, una incógnita oscura invadía su interior, pero no sabía explicar la razón de su diferente apariencia, por lo tanto, el único modo de quitarse esa tristeza era un abrazo de mamá; y, cuando ya era un poco más grande, distraerse de sus problemas con los amigos.
El resto de los habitantes aceptaron al niño a pesar de su origen incierto, y lo criaron cómo a un igual, de lo cual Matt siempre se sintió agradecido. Guardó para siempre un gran cariño a aquel pueblo, y por eso llegó a convencerse de que él mismo era un terreno, y de que la que se hacía llamar su madre era realmente su madre, y que sus diferencias físicas no eran más que un extraño error de ADN.
La madre, encantada, alimentó las creencias del niño con mentiras sobre su pasado y engaños de su nacimiento, sin saber que, tiempo después, esas mentiras le provocarían una culpa que la llevarían a la muerte.
En seguida Matt trabó muchas amistades, entre ellas, Mark, un chico con el jugaba a patearse una latita, y Rachel, una niña que, como él, tenía un pasado incierto.
Porque ella no tenía recuerdos de sus padres, se había criado con sus dos hermanas, que, como no podía ser de otro modo, no eran para nada responsables. En la villa terrena, las hermanas de Rachel tenían fama de ser las jóvenes más hermosas y simpáticas de aquél pequeño refugio, lo cual les daba muchas oportunidades para divertirse y poco tiempo para cuidar de su pequeña hermana.
Por eso mismo, durante la niñez, Matt y Rachel fueron unidos por una complicidad infantil, en la cual los dos ya eran lo suficientemente listos como para darse cuenta de varios de los errores de los adultos.
Rachel era una pequeña siempre dispuesta a la aventura, a las novedades, a probar cosas nuevas. Había heredado el mismo encanto de sus hermanas, y ya desde entonces se corrían rumores de que ella también se convertiría en una joven espléndida que asombraría a todos con su belleza. Era igual de bruta que el resto de los ciudadanos, pero tenía un par de dones que con el tiempo había logrado perfeccionar, gracias a unas de las pocas veces que sus hermanas le ponían atención. Sabía cantar y bailar, y conocía un montón de canciones y bailes típicos de Terra, su país de origen; a causa de que los vecinos, al ver su talento, intentaron preservar en ella la poca cultura que recordaban.
También, tenía otra habilidad: poseía una fuerza sobrenatural, algo anormal en su cuerpo de niñita escuálida.
Su espíritu aventurero había hecho que su relación con Matt se convirtiera en una verdadera amistad, y pasaban el tiempo juntos divagando en las afueras de la villa.
Cuando eran pequeños, procuraban no alejarse mucho, y finalmente terminaban investigando las montañas de chatarra que se juntaban detrás de las pequeñas casuchas. Eso era algo realmente divertido, porque encontraban toda clase de cosas allí, pero llegó un punto en que las cosas interesantes se acabaron, y desde entonces tenían suerte si encontraban algo más que comida podrida.
Por eso, cuando fueron un poco más grandes, se animaron a atravesar el interminable desierto que rodeaba la villa. En realidad, esto era solo una excusa para pasar el tiempo juntos, porque si no encontraban cosas interesantes en las montañas de chatarra, menos lo iban a hacer en aquellas hectáreas de tierra árida.
Pero era divertido escaparse juntos de la Villa Terrena (Ese lugar tan familiar que resultaba aburrido) y también, de la vigilancia de los adultos.
En una de esas escapadas de charlas interminables, ocurrió algo que cambió para siempre la vida de Matt.
Iban caminando ya desde un largo rato, y temían que esta vez se hubieran alejado demasiado. Cuando de pronto, el interminable desierto llegó a su fin, y se hallaban en lo que parecía el límite de una ciudad. Era, desde luego, una zona apartada de la población, porque casi no había gente. Pero era una civilización. Limpia, ordenada, con edificios de cemento; y no de chapa y restos de madera, como los que conocían.
Miraron a su alrededor. Se encontraban entre una estación de tren (evidentemente, la última estación de aquella vía) y lo que parecía un negocio.
Como no podían dejar pasar esa oportunidad, los dos niños entraron al negocio.
Allí dentro se encontraba una mujer, rubia, esbelta, con rasgos aniñados y unos ojos azules que no podían menos que ser familiares.
La mujer observó a Matt, sin reparar en Rachel, y esbozó una sonrisa absurda, como la que suelen emplear los adultos cuando se dirigen a un niño.
- Hola pequeño, ¿buscabas algo para leer?
Solo ahí, Matt y Rachel se dieron cuenta que ese negocio era una biblioteca. Matt tardó en responder, porque se había quedado sorprendido en los rasgos de la bibliotecaria.
Era la primera vez que veía a alguien tan parecido a él, y en ese momento supo que los terrenos no eran la única raza que poblaba aquel mundo.
Sin embargo, se hallaba en una biblioteca, con estanterías y libros auténticos, y sintió que esa oportunidad no la podía dejar pasar. Nunca en su vida había visto un libro, y en la Villa se los mencionaba como algo inalcanzable, puesto a que la mayoría de sus vecinos eran analfabetas.
Entonces, tímidamente, Matt asintió con la cabeza. Rachel se sorprendió al ver este gesto en su amigo.
- Matt, tal vez leer algo sea divertido, pero esta vez nos demoramos demasiado. Tu mamá se va a preocupar.
En ese momento, la bibliotecaria reparó en la existencia de la niña, y sus cejas se levantaron en una mueca de horror. Se arrodilló, para ponerse a la altura de Matt, y luego le dijo en una voz que pretendía ser un susurro:
- ¿ella está contigo?
Matt la miró con desconfianza, pero respondió “si” con seguridad.
- No debes juntarte con esa gente. No te hacen bien, lo único que quieren hacer es robarte, o engañarte para que los ayudes en algún trabajo sucio.
El chico volvió a mirarla con incredulidad.
- Es solo una niña- dijo, señalando lo obvio. – y es mi amiga, y no es una mala persona.
La mujer se paró, al parecer, ofendida.
- Pues si ella no se va, tu no puedes quedarte.
Rachel se asustó. Había oído hablar de la discriminación hacia los terrenos, pero nunca la había experimentado. Ella era normalmente de carácter fuerte y difícil de intimidar, pero aquella situación la había desarmado. Fue la primera y última vez que se sintió tan indefensa, porque ese momento le enseñó a no asustarse de las mujeres rubias y altas que se escandalizaban cuando veían niños morenos. Incluso, luego de un tiempo, creyó comprender la razón de la discriminación, aceptándola, de alguna forma, como un hecho inexorable.
-¿Por qué no?- insistió Matt, que estaba experimentando, sin que se diera cuenta, su primera acción rebelde ante la raza que mandaba en ese país
- No importa, Matt- Murmuró Rachel, aterrada- igual no tenía ganas de quedarme. Ni siquiera sé leer.
- ¡Pero no tiene sentido!- Exclamó Matt, exasperado por lo injusto de la situación.- Si yo puedo quedarme, no veo porqué vos no…
- no importa, de verdad, ya tengo ganas de volver a casa- dijo Rachel en voz inconcientemente baja.
Matt miró las largas estanterías de libros que se encontraban a su alrededor, y por primera vez, sintió ganas de separarse de su amiga para descubrir el secreto que hacía a los libros algo tan inalcanzable.
Rachel se dio cuenta.
- Si querés quedarte, puedo volverme sola…
Matt la observó y sonrió.
- Bueno, pero cuidate…
La niña le sacó la lengua.
- Obvio, nene, no necesito que me cuides. Si soy más grande que vos.
Matt se rió, porque sabía de antemano que la chica reaccionaría así. Rachel también sonrió, pero luego observó el lugar con una fugaz mirada triste, comprendiéndose rechazada, y sintiendo que por culpa de una estupidez se estaba perdiendo todo un mundo. Se fue cerrando la puerta de cristal, sin mirar hacia atrás.

Así fue como Matt entró sin retorno al mundo secreto de los libros. Empezó con libros sencillos, que eran puro dibujo y solo te enseñaban a cantar el abc, pero al poco rato comenzó a interesarse en cosas más complejas. Libros que contaban historias fantásticas, que nunca habían sucedido, libros que contaban historias fantásticas acerca de la realidad, libros que le brindaban información que él jamás hubiera imaginado.
Rachel lo acompañaba hasta la biblioteca, pero no se atrevía a entrar. Se volvía procurando no acercarse mucho a la puerta de cristal.
Cuando la bibliotecaria la veía despedirse de Matt, volvía a intentar hacerlo entrar en razón, y convencerlo que esas no eran amistades para su categoría. Pero Matt no le hacía caso y la ignoraba olímpicamente.
La bibliotecaria no lo comprendía. No había razón alguna para que un nacido de Mágistral tan inmaculado como él se relacionara con terrenos. Por que desde luego, él era un nacido de Mágistral, cualquiera lo sabría con solo verlo. Bueno, cualquiera menos él. Y los nacidos de Mágistral se alejan de los Terrenos casi por instinto.
En el primer momento que Matt vio a la bibliotecaria, tuvo un eco de esperanza que poco tiempo después se transformó en horror. No podía creer que guardara algún parecido con aquel ser tan despreciable. Secretamente, allí comenzó el rechazo que le tenía a todos los que eran rubios, aniñados, de ojos celestes; consecuentemente sentía rechazo hacia sí mismo. Nunca pudo llegar a sentirse conforme con su aspecto, a pesar de sus esfuerzos por ser visiblemente diferente.
Pero la biblioteca, la biblioteca era para él un lugar maravilloso. Era similar a los juegos de explorar cosas, esos que inventaba con Rachel, pero esto era increíble, porque no tenía límites, porque sentía que podía estar en cualquier lugar o saberlo todo sin ni siquiera moverse de su silla.
Al poco tiempo de ir y venir a la biblioteca, Matt ya había aprendido un montón de cosas, razón por la cual se distanció con la mayoría de sus vecinos. Cómo casi todos sus conocidos eran personas incultas, que ni siquiera tenían la posibilidad de educarse, no les hizo mucha gracia. A parte de que el muchacho, a medida de que pasaban los años, estaba cada vez más extraño. Había incorporado una idea de higiene demasiado ortodoxa para lo acostumbrado en la Villa, y cada vez que alguien se lo mencionaba, empezaban a contar historias de lo más fantásticas que hablaban de unos seres llamados microbios y gérmenes. También, había venido con el cuento de había que tener una alimentación variada, porque si no el cuerpo no iba a tener suficientes vitaminas. Cómo si ellos supieran lo que eran las vitaminas.
Un día estuvo estudiando un libro de geografía, que hablaba de los distintos continentes de su mundo, y descubrió algo de los Terrenos que no sabía: Ellos valoraban la vida por encima de todo, y en su sociedad, era pecado matar. Pero no solo humanos, era pecado matar cualquier cosa, desde animales hasta el más pequeño de los insectos. Cuando apareció esa tarde por su casa, fue con el cuento de que a partir de ahora era vegetariano.
Los habitantes de la Villa no recordaban prácticamente ninguna de las costumbres de su país de origen, y solo conservaban la de las vestimentas: todos llevaban ropas sueltas de colores claros o pasteles, que contrastaban con sus pieles morenas. Por eso, la idea de Matt les pareció absurda y ridícula. ¿Por qué cambiaría algo tan delicioso como la carne por insípidos vegetales? Pero no había caso, el chico era terco como un poste.
A pesar de las burlas, Matt nunca dejó de tenerle cariño a aquél pueblo, y solo por eso, el pueblo tampoco podía perderle aprecio.
Cuando tuvo alrededor de 12 años, empezó a vagar por su cabeza la idea de irse a probar suerte a la Capital. No por rechazo a la Villa, sino por sus ganas de demostrar que podía. Que podía hallar la manera de hacer de la vida de sus vecinos una vida más fácil, y que era capaz de cambiar el orden de las cosas. Aún a esa edad, recordaba algo que había vivido de muy pequeño: El invierno mortal. No había forma de salvarse del frío, se colaba por las mantas, por los recovecos de las casuchas de madera, por la piel de las personas, hasta congelarles las entrañas. Mágistral era generalmente un país caluroso y húmedo (con una clara excepción al lugar donde se hallaba la Villa, que era prácticamente un desierto) Pero ese invierno fue increíblemente frío. No podían escarpar, no tenían recursos para defenderse. Los más débiles, murieron, y a los demás les quedó un catarro que tardó varios años en irse (a algunos les arruinó los pulmones de por vida). En ese momento Matt tenía 5 años, e incluso a los 12, 18 años, incluso el resto de su vida, siguió preguntándose por qué sucedía esto. Porqué nadie los ayudaba, ni se preocupaban siquiera. Al menos hubieran tenido la decencia de hacer de cuenta que les importaba y prestarles otra manta. Pero no, los dejaban morir como perros. Esas palabras las decía Matt y se prometió seguirlas repitiendo mientras tuviera voz.
Y desde entonces, supo que si tenía la posibilidad, iba a hacer algo.
Pero solo tenía 12, y sabía que mucho no iba a poder hacer siendo tan pequeño. Sin embargo, esa idea siguió dando vueltas hasta que consideró que ya tenía edad y motivos suficientes como para marcharse.
A los 12 su amistad con Rachel se había profundizado notablemente, mientras que su amistad con Mark y el resto de sus vecinos (a pesar de que no llegaba a desaparecer) se había ido desgastando. Esto era, más que nada, porque las ideas extrañas que Matt adquiría a partir de lo que había aprendido en los libros, generaba unas discusiones algo fuertes.
Matt odiaba a los nacidos en Mágistral, odiaba su fanatismo de pureza de raza, odiaba como trataban a los terrenos, odiaba su aspecto angelical, y sobre todo odiaba parecerse a uno de ellos. Pero contra todo pronóstico, los de la Villa Terrena no tenían nada en contra de los nacidos de Mágistral, y a Matt eso lo sacaba de quicio.
- Si no fuera por su fanatismo estúpido, ustedes podrían tener un trabajo digno, y no tendríamos que andar escondidos en esta villa, podríamos vivir allá entre la gente. – Objetaba Matt.
- Pero nosotros tenemos la culpa de que nos discriminen. Mágistral sería un lugar perfecto si no fuera por nosotros. Los nacidos de Mágistral ni siquiera se plantean en romper las reglas, en cambio, es común ver a un Terreno robando. – Solía replicar Mark, o su interlocutor de turno.- A parte de que la tierra donde estamos parados, es de ellos, y si no estamos de acuerdo con sus reglas o sus costumbres, también estamos despreciando el lugar donde vivimos. Tenemos suerte de estar aquí y no hundiéndonos en el mar. Fueron piadosos con nosotros.
- ¡No! ¡No es así!- Saltaba Matt, indignado de que su amigo se pusiera en el bando de los de Mágistral y no del suyo propio. – ¡Si hubieran sido piadosos, hubieran tenido la decencia de tratar a los terrenos como iguales! ¡¿Cómo quieres que un terreno no robe, si no puede conseguir un trabajo?! ¡No nos están tratando como humanos, nos tratan como animales!
Pero nadie podía comprender del todo el punto de vista de Matt. Ni si quiera Rachel, pero esta tenía la prudencia de no sacar el tema.
La diferencia crucial entre Rachel y los demás, era que ella era de mente abierta, y a las cosas extrañas de Matt; aunque algunas les parecían demasiado absurdas o incluso les impresionaban, siempre supo respetarlas. Pero eso no quería decir que Rachel se perdiera la ocasión de hacerle bromas al respecto para molestarlo. De todas formas, Matt siempre aceptaba las bromas con buen humor.
Igual, Rachel también tenía sus rarezas. Estaba su fuerza anormal, sus talentos poco comunes en ese pueblo perdido en el olvido, y también tenía la costumbre de saltar con temas recurrentes, de decir lo que pasaba por su mente sin tapujos, sin miedo a la vergüenza o al qué dirán.
También ella apoyaba la idea de su amigo de marcharse de la villa. Moría de ganas de saber que había allá afuera, que escondía aquél mundo desconocido, y no le tenía miedo a las discriminaciones ni a los insultos.
Un día, le dijo a Matt:
- Odio mi nombre.
El chico, que ya estaba acostumbrado de que Rachel saliera con cosas que no iban al caso, no se extrañó demasiado con aquella declaración.
- ¿Por qué? Rachel no es feo.
- Es que es muy común, muy soso. Me gustaría un nombre que tuviera más personalidad.
- Matt tampoco es la gran cosa. – Replicó el muchacho.- Es el nombre más común y trillado del mundo. Y suena más a abreviación que a nombre completo.
- No, pero Matt es lindo, tiene más gracia. Pero Rachel es tan… tan nada.
Matt se encogió de hombros y dio por terminada esa conversación. Para él, el nombre Rachel no tenía nada de malo, pero él también había aprendido a no discutir en ciertos casos.
Esta conversación carecería de importancia, si no fuera por la incursión a la biblioteca que tuvo al día siguiente. Había escogido un libro muy estúpido, que contaba una historia de amor al estilo de Pocahontas: El conquistador enamorado del nativo.
Sin embargo, para Matt, ese libro fue casi una revelación, o al menos lo fue en su momento.
El libro contaba la historia de un nacido de Mágistral que se enamoraba de una mujer Terrena, cuyo nombre era Sally.
Matt, que para ese entonces ya tenía edad suficiente como para apreciar la belleza natural de Rachel, le ofreció aquel nombre, un nombre que para él tenía el significado oculto de la remota posibilidad de que ella le correspondiera.
A Rachel, el nombre “Sally” le encantó. Matt no entendió porqué, porque para él Sally era incluso un nombre menos “especial” que Rachel. Pero Rachel estaba fascinada.
Durante esos días, le exigió a todo el mundo que la llamaran “Sally”, a lo cual le hicieron caso durante un tiempo; pero luego se olvidaron, y Rachel perdió interés por el nombre, hasta el punto que nadie recordó que ese había sido alguna vez su apodo.
No fue así para Matt, que siguió llamándola Sally hasta el final de sus días, hasta que el nombre terminó por convertirse en una especie de código entre ellos dos.
Matt supo desde el principio que Rachel nunca le iba a corresponder, o al menos no del modo que quisiera. Rachel no era una chica hecha para enamorarse, ella necesitaba ser libre, vivir un montón de aventuras, probarlo todo. Nunca ocultó su amor por ella, mientras estuvo en la villa, se le declaró al menos 3 veces, a lo cual ella nunca dio una respuesta precisa.
- Yo te quiero, Matt, pero no sé si te quiero tanto. – Más o menos eso era lo que le decía. Todo el mundo sabía que Matt andaba atrás de ella, y sin embargo eso no impidió que Rachel tuviera amoríos con otros chicos de La Villa, que comenzaron peligrosamente apenas ella cumplió 15 años.
Para Matt fue un golpe duro, pero nunca se animó a reprochárselo. Y, a pesar de los sentimientos no correspondidos, la amistad entre ellos dos nunca flaqueó, sino que se hizo más fuerte con el tiempo; Tanto, que eran capaces de contarse cualquier cosa, sin vergüenza ni pudor.
También en esa edad, Rachel comenzó a adquirir malos hábitos, a meterse de lleno en cosas que le causaban placer sin pensar en las consecuencias. Entre esas cosas, fumaba, algo a lo que Matt no se cansaba de reprocharle.
- Esa cosa que consumís te llena de humo los pulmones ¡dentro de un tiempo no vas a poder respirar!
Pero Rachel hacía caso omiso a las advertencias del joven, porque le parecían cuentos tan absurdos como la historia de las vitaminas, los alimentos variados o el vegetarianismo.
Por momentos, parecía que Rachel vivía una vida muy diferente a la de Matt, y sin embargo, el chico la esperó siempre. La veneraba con una devoción increíble, y se había acostumbrado tanto a quererla que tiempo después se dio cuenta de que no podría amar a ninguna otra chica ni aunque quisiera; más que nada, por fuerza del hábito.
Matt comprendió que había llegado el momento de marcharse cuando los remedios que le conseguían los habitantes de La Villa no eran suficientes para la salud de su madre. Hacían lo que podían, pero nunca alcanzaba.
Fue la excusa perfecta que andaba buscando desde hacía rato.
Para la ocasión, decidió raparse el pelo, pues ya estaba alto de ese maldito rubio que delataba su procedencia incierta. Igual, no quedó completamente pelado, le quedó un pelo incipiente que le daba a su cabeza la textura de un cepillo amarillo. De esa manera, ya estaba listo para marchar.
Se propuso a sí mismo conseguir el dinero de la manera que sea y lo más rápido posible. Le pidió a Sally que lo acompañara, pues ni se planteaba marcharse si no iba con ella, la cual aceptó sin pensárselo dos veces. Y por último, se despidió de su madre con un beso en la mejilla, rogándole que lo esperara para que pudiera entregarle los remedios, y así darle la oportunidad de devolverle todos esos años de crianza, y también, darle un sentido a su viaje remoto.
De esa manera, prepararon un escaso equipaje y se marcharon por el camino que cientos de veces tomaron para ir a la biblioteca. Pero esta vez, en vez de dirigirse al negocio, fueron a la estación de tren.
Con todo el dinero que tenían, compraron un pasaje y fueron rumbo a lo desconocido.
Matt sabía que sus posibilidades de lograr algo productivo eran escasas. Todo lo que sabía sobre la ciudad de Mágistral, lo había visto en libros, y la teoría suele ser diferente a la práctica. Pero era lo único que podía hacer.
Lo que no sabía era que durante su viaje, iba a contar con un poco de ayuda.