Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

lunes, 28 de febrero de 2011

EPDA- 6, el Árbol


El prado estaba lleno de gente.
La Princesa, el Ángel, la Hechicera.
Habían aparecido en ese orden, todas por un motivo distinto, y estaban dispuestas a quedarse.
Azul no pensaba que eso estuviera mal, pero aún no terminaba de conocerlas. No sabía a ciencia cierta si podía confiar en ellas, ni si quiera sabía si aguantarían mucho tiempo juntas sin que estallara alguna especie de pelea.
A Azul no le gustaban las peleas. La hacían sentir confusa, nunca sabía de que lado ponerse. Azul no creía en el bien y el mal, por lo tanto siempre le era imposible escoger un bando. Creía que todo el mundo debería seguir su camino, encargarse de sus problemas y punto.
Pero lo que más le irritaban a Azul eran las peleas sin sentido. Esas peleas cuyos participantes intentaban demostrar cual color era el más bonito, o cual flor olía mejor. Peleas por estupideces que llevaban a que ambos contrincantes terminaran diciéndose las cosas más horribles del mundo. Peleas que nunca terminarían, pues desde el principio ambos sabían que no lograrían hacer cambiar de opinión al otro, pero que aún así las comenzaban, por que les encantaba mostrar su punto de vista.
Ese tipo de peleas ponían a Azul nerviosa, más que nada por que le producían vergüenza ajena.
Esa manía era una de las tantas que había heredado de su madre, que desde pequeña le habían enseñado a que una integrante de la realeza siempre debía apreciar la paz.
Por todo eso, Azul estaba inquieta.
No es que hubiera peleas entre sus compañeras, más bien ellas intentaban hacer todo lo posible para llevarse bien. Pero la inminente posibilidad de que algo malo ocurriera habiendo tanta gente junta, a Azul no dejaba de molestarla.
Necesitaba un respiro, necesitaba otra vez la soledad, necesitaba a sus amigos imaginarios de vuelta.
Una tarde, mientras todas estaban muy ocupadas, salió a caminar.
Caminó mucho. Ni siquiera reparaba en el cansancio de sus propios pies, solo podía pensar en huir.
No fue una gran coincidencia que se volviera a encontrar con el árbol. Tenía acostumbrado ese camino, ya lo había hecho muchas veces. Y además ¿A dónde iría si no? No había absolutamente nada que fuera cercano a los prados.
Pero en realidad, Azul intentaba evitar a ese árbol. No por alguna razón en especial, solo temía que le recordara a su padre. Temía qué, al ver al árbol, un profundo arrepentimiento e incontrolables ganas de ver a su progenitor crecieran dentro de ella, y volviera corriendo al Reino de las Hadas.
Por que Azul no había escapado a causa de sus padres. Azul los quería mucho. Y los extrañaba.
Sin embargo, había huido…
¿Por qué lo había hecho? Ahora todo le resultaba tan confuso…
Azul se sentó en una de las raíces del árbol para descansar. Solo había tenido que detenerse para descubrir lo cansada que se encontraba.
Y mientras relajaba las piernas una idea se apoderó de ella.
Tal vez debía mirar al árbol. Debía mirarlo para asegurarse de haber hecho lo correcto. Para averiguar si era lo suficientemente fuerte como para soportar una vida sin sus padres, o si era mejor volver a casa.
Y entonces, lentamente, fue girando la cabeza para poder ver al árbol en todo su esplendor.
Al principio no pasó nada. Solo era un árbol, y, en opinión de Azul, no se parecía en nada a su padre.
Pero se detuvo unos segundos en observarlo con detenimiento. La fuerza de sus raíces, la seguridad con la que alzaba sus múltiples brazos, el colorido de sus hojas a la luz del mediodía. Sus pequeñas e infinitas arrugas que lo plegaban en un millón de marcas y dibujos, y la sombra que producía, tan irregular y tan pacífica…
Azul no pudo evitarlo. Vio en él realizados todos sus sueños, y cada cosa nueva que le descubría le parecía aún más maravillosa. Se enamoró de él, o al menos tanto como un hada se puede enamorar de un árbol mudo e inexpresivo.
Y en un impulso repentino se abrazó al él con fuerza, creyendo que así se anclaba para siempre a su sombra pacífica, a su profunda sabiduría, a su piel llena de dibujos, a su inquebrantable seguridad… Y en ese instante, perdió la noción de sí misma.


Azul ignoraba lo frágil que era su propio cuerpo. La mayoría de los seres vivos lo ignoramos. Si uno se lo pone a pensar, se da cuenta de que para que algo tenga vida es necesario que un montón de mecanismos imperfectos funcionen. Y apenas falla uno, ya es demasiado tarde.
El cuerpo de Azul estaba muy fusionado con su propio elemento. Era un cuerpo acuoso y sin forma propia. Un cuerpo que, casi inconcientemente, tomaba la forma de un hada flacucha y con cara aniñada. Pero era un cuerpo formado por agua. Un cuerpo que, prácticamente, podía cambiar a su antojo.
Eso tampoco lo sabían ni el Ángel, ni la Princesa, ni la Hechicera.
Pero ellas no tardaron en percatarse de la ausencia del hada. Y, preocupadas, la fueron a buscar.
No tardaron mucho en encontrarla, ya que no había mucho lugar donde buscar, pero ese no fue el principal problema.
La encontraron, como era de suponerse, abrazada al árbol.
- Azul, ¿qué haces?- Había exclamado la Princesa de las Flores.
Azul le respondió con un grito.
Y es que el árbol acababa de percatarse de que aquello que lo estaba abrazando era un cuerpo acuoso y sin forma.
Los árboles se alimentan de agua y sol para sobrevivir.
Y hacía mucho tiempo que nadie se ocupaba de regar a aquel árbol solitario.
Entonces, el árbol comenzó succionar a Azul, alimentándose de su cuerpo de agua.
Azul no sabía que hacer. Gritaba, pataleaba, concentraba todos sus esfuerzos en escaparse. Pero no había escapatoria.
Fue succionada lentamente hasta que la tragó por completo. Las demás no sabían que hacer, no acababan de entender lo que había ocurrido.
- ¿y ahora? – Se animó preguntar el Ángel con un hilo de voz.- ¿Qué pasó? no habrá… muerto, ¿verdad?
- No. – Respondió la Princesa, muy segura. – No murió.
Y dicho esto, se acercó al árbol con decisión.
- ¡Azul! ¿Estás ahí? – Le gritó al tronco. Las demás la miraban, estupefactas.
- Tengo miedo… - Respondió Azul con una vocecita.
Azul se encontraba nada menos que en el interior del árbol. Estaba muy nerviosa y no dejaba de temblar.
Pero la Princesa sabía que hacer. Ese era su poder, ella entendía a los árboles y a todo tipo de plantas.
- Necesito que te relajes. – Le dijo a Azul.
- No puedo. – respondió ella, sinceramente.
- ¡Tienes que hacer el esfuerzo! ¡Sino no lograré sacarte!
Azul respiró hondo, e intentó dejar inerte cada parte de su cuerpo.
-Está bien. – dijo ahora, más tranquila.
- Muy bien. – dijo la Princesa, mientras apoyaba una mano sobre el tronco. – Ahora, cuando sientas el impulso, haz todo lo que puedas para ir hacia arriba, ¿entiendes?
- ¿Hacia…?- Preguntó ella, extrañada.
- ¡Ahora!- Exclamó la Princesa, y Azul no tuvo tiempo para atinar a nada.
Fue una sensación hermosa.
Una repentina fuerza la empujó hacia arriba y ella navegó por el tronco, mezclándose con la sabia. Y cuando llegó arriba, todo su cuerpo se dividió en pequeñas partículas de agua que salieron disparadas por las distintas ramas del árbol. Y cuando flotaba en el aire, cada gota se encontró para formar de nuevo a una Azul que ya no estaba nerviosa, ni asustada, sino radiante de felicidad.
Hasta la Princesa se sentía sorprendida por lo que ella misma había hecho.
Había descubierto la fuerza de su propio poder, y algo dentro suyo tiraba y pedía salir a gritos. Era la magia de la vida y del perfume hipnotizante del polen.
De un momento a otro, Azul descubrió que su prado estaba lleno de flores.

sábado, 26 de febrero de 2011

EPDA 5 la hechicera del rayo de luz



Azul todavía no terminaba de asimilar que ya no estaba ella sola en el prado.
Sin recordar muy bien como, la Princesa y el Ángel habían encontrado allí su hogar.
Seguía sin saber como había permitido que aquellas dos personas se interpusieran en su pacífica vida llena de seres imaginarios. A decir verdad, Azul era más buena y más estúpida de lo que ella misma creía. Tanto, que iba a dejar que otra persona más se interpusiera en sus planes.
Todo comenzó en una mañana. Azul dormitaba tirada en el suelo, aunque ya casi había logrado despertarse del todo. Era temprano, el Gran Ojo aún no se había abierto.
Cuando se le acostumbraron los ojos a la oscuridad, observó a sus dos compañeras.
Aún dormían profundamente, recostadas sobre el verde pasto del prado. Pensó que sus amigas no se habían quejado casi nada, teniendo en cuenta las muchas cosas que les faltaban. Entre ellas, una buena cama. “Bueno, tampoco tienen derecho a quejarse, ellas eligieron venir aquí” Razonó Azul.
El Ángel de fuego había aprendido, más o menos, a controlarse. Por lo tanto los personajes imaginarios de azul ya no corrían tanto peligro. De todas formas, había tenido que reducir su cantidad a causa de las nuevas inquilinas.
Apenas presentó al Ángel con la Princesa de las flores, las dos se conectaron en seguida, como si se hubieran conocido desde antes. Azul se sentía un poco celosa de su repentina amistad, ya que a ella no le era tan fácil relacionarse con los demás. Además, ella tenía ganas de establecer una amistad con el Ángel de Fuego, ya que ésta había demostrado ser muy simpática, y además, buena persona. Pero a pesar de eso, Azul no expresó sus molestias. Era mejor que el Ángel y la Princesa se llevaran bien, antes de que la Princesa decida someterlas a otra soberanía sin sentido.
Mientras pensaba en eso, el Gran Ojo se abrió unos centímetros, dejando escapar unos rayos de luz. Azul pensó que aquella imagen tan rutinaria no dejaba de ser hermosa. Le gustaba observar los amaneceres, y como el cielo cambiaba lentamente de color (primero a un rosa pálido, y después, a un celeste inmaculado), en un perfecto degradé.
Y ahí se quedó mirando, mientras el Gran Ojo se abría lentamente. Los amaneceres le daban una infinita sensación de paz, así que se quedó, sin ser capáz de moverse a causa de una relajación total, pero con una sonrisa en los labios.
Un grito interrumpió su tranquilidad. Una figura precipitaba desde lo más alto del cielo, y parecía caer desde el mismísimo Gran Ojo.
Azul tardó unos segundos en comprender lo que estaba pasando, así que no pudo hacer nada para ayudar a esa persona desconocida.
Pero no fue necesario.
Sucedió algo increíble, algo que nunca se había visto en el Reino de las Hadas.
El hada que caía (Al parecer, había olvidado como volar) Se atajó de unos de los rayos que se filtraba por el Gran Ojo, y se quedó aferrada a él como si fuera una soga.
Inmediatamente la caída se frenó, pero el hada estaba muy asustada, a pesar de que ya no estaba muy lejos del piso.
Aunque tenía más o menos de la misma edad que Azul, sollozaba como una niña pequeña.
- ¡Ayúdenme! – decía entre lágrimas. - ¡Llévenme con mi mamá, por favor! ¡Yo no quería venir aquí, no quería!
Los gritos del hada despertaron al Ángel y la Princesa.
- ¡Quiero volver! ¡No quiero estar aquí sola! ¡No me dejen! ¡Quiero volver, quiero a mi mamá!
Repetía casi siempre lo mismo, y su nivel de voz aumentaba cada vez más.
Azul y las demás trataban de animarla a que bajase.
No comprendían su miedo, ya que ella no estaba a más de un metro del suelo. Pero su temor parecía provenir de un lugar lejano en el interior de su cabeza, y apenas le prestaba atención a lo que ocurría en la realidad.
Algo en su discurso conmovió a Azul. Tal vez su alma de niña, tal vez su miedo a existir en un lugar al cual no pertenecía. Algo hizo que Azul se sintiera identificada.
En algún momento el hada desconocida consiguió calmarse. Juntó valor y se animó a bajar lentamente hasta que sus pies tocaron el verde pasto.
Caminó un poco, insegura, pero esta vez en profundo silencio, y nadie se atrevió a interrumpirla. Parecía un poco avergonzada por la escena que había producido segundos atrás.
Como si fuera una decisión tomada en el momento, el hada se recostó entre las hierbas e inmediatamente cayó en un sueño profundo.
Estuvo en ese estado todo el día y casi toda la noche, y las demás no paraban de vigilarla para comprobar que se encontrara bien. Pero nada sugería que no estuviera en perfecta forma. Solo dormía.
Azul, el Ángel, y la Princesa la observaban intrigadas. Llevaba numerosas capas y pollerines, una manera muy extraña de vestir en un lugar tan caluroso. Decidieron sacarle todo ese ropaje de encima, así podría descansar mejor. La dejaron en shorts y musculosa.
Tenía la piel muy clara, más incluso que la de Azul (que había heredado de su padre una piel blanca y silenciosa como la de los jazmines) y el pelo demasiado oscuro.
Además también descubrieron una pulsera. Llevaba una placa con una inscripción, y también, un relicario colgando de uno de los eslabones. La placa decía “La hechicera de la luz y la oscuridad”. El relicario, por más que intentaron, no pudieron abrirlo.
Era obvio que aquella joven no era una hechicera. Las hechiceras no tenían alas, ella era, sin duda, un hada. Pero nunca le preguntaron su verdadero nombre (No es muy cortés preguntarle eso a un hada), así como Azul nunca se enteró del verdadero nombre del Ángel, o la Princesa, y por eso se limitaron a llamarla, simplemente, “La Hechicera”.
Dormía en un sueño llano y sin sueños. Su respiración era silenciosa y espesa. Por momentos, parecía una muerta.
Pero en realidad estaba agotada. Había viajado desde una dimensión muy lejana. Fue un viaje muy duro…
Llegó cansada, y con toda la cabeza revuelta. Estaba confundida, y reaccionó de una manera muy distinta al que hubiera reaccionado si hubiera estado del todo consiente. Quizá nunca se perdone por no haberse controlado, por haberse mostrado tan débil…
Venía de un lugar en el cual le habían enseñado que debía controlar sus emociones.
Su motivo de huida era un poco como el del Ángel, y el de Azul. Contaba con una gran responsabilidad, y también con un gran poder, el cual no podía controlar.
Nadie nunca supo que había en el interior de su relicario. Quien hubiera podido leer su contenido, habría comprendido muchas cosas de La Hechicera, cosas que parecían incomprensibles.
La hechicera venía de un lugar en el cual, al nacer, se te asignaba un destino. Ese destino debía mantenerse en secreto, por que ¿Qué te asegura que el destino de otra persona no es acabar con el tuyo?
Quienes se negaban a cumplir con su destino, nunca hallarían consuelo en el mundo de los muertos.
Y el destino de la hechicera era nada menos que destruir el mundo.
La hechicera era, por naturaleza, un ser de aura oscura, criada febrilmente para ser capaz de utilizar los más mezquinos estratos de la magia. Así que su misión no era lo que más le horrorizaba.
Pero a pesar de su naturaleza malvada, era una persona con tendencias a desarrollar sentimientos hacia la gente. Y se sentía incapaz de destruir un mundo en el que habitaba su madre, que la había cuidado a pesar de tener la certeza de que esa niña le traería desgracias al mundo, o su hermana, un ser lleno de luz que en nada se parecía a ella.
Así que decidió emprender viaje hacia otro mundo, pues si tenía que destruir uno, no quería que fuera ese en el que se encontraba su familia.
Que haya llegado justo al mundo donde habitaba Azul con las otras hadas marginadas no era una coincidencia, ni tampoco era el destino. Era una metáfora.
Cuando la hechicera despertó, Azul y las demás le hicieron varias preguntas, que ella respondió no muy dispuesta a dar demasiada información.
Azul también intentó ganarse su amistad, al igual que lo había intentado con el Ángel de Fuego. Pero la hechicera se mostraba muy esquiva. No tenía ganas de hacer nuevas amistades.
No vaya a ser que también tuviera que huir de ese mundo.

jueves, 10 de febrero de 2011

4 En la realidad - El prado de Azul


Pese a las cosas que ocurrían en el prado de Azul, el reino de las hadas aún seguía allí, alzándose majestuosamente entre los prados vacíos y los mundos celestiales.
Allí continuaba la incesante búsqueda del hada que había desaparecido. Y el rumor de que ella era la misma hada loca que se ocultaba en los lejanos prados se esparcía como pólvora.
Pero los padres de Azul no podían valerse por rumores.
Una tarde lluviosa, ataviados de capas para no mojarse, fueron a visitar a su sobrina olvidada.
Hacía años que no la veían, a causa de una pelea familiar cuyo origen fue expresar su deseo de ser pitonisa. Ahora vivía en los rincones más oscuros del reino de las hadas, siempre a la espera de un ser curioso que quiera conocer su suerte.
Esta vez, esos seres curiosos fueron sus tíos.
La Pitonisa los dejó pasar a su hogar sin resentimientos, aunque su presencia dejaba un halo de incomodidad. Sirvió té a sus inesperados invitados y se sentó delante de ellos. Los observó quedamente, mientras un fugaz resplandor violeta iluminaba sus ojos almendrados, y sus rojos labios esbozaban una media sonrisa.
- Supongo que están aquí por Azul…
La madre de Azul miró a su esposo con el semblante preocupado.
- ¿sabes donde está? – preguntó sin rodeos.
- No a ciencia cierta. Se que no está aquí.
La madre blanqueó los ojos, molesta. Sabía que era propio de las pitonisas dar predicciones inexactas.
- ¿Al menos sabes porque se fue?- repuso angustiada. – Nosotros no encontramos la razón para que haya escapado así… Los días previos a la huída, no vimos en ella nada significativo, ni siquiera un cambio de ánimo…
La pitonisa rió como si aquel comentario fuera alguna especie de chiste. A la madre, a pesar de sus esfuerzos de controlarse, le costaba no enfadarse ante esa muchacha que no hacía más que mirarlos con una sonrisa burlona. El padre, en cambio, se mantenía imparcial sin ningún esfuerzo.
- ¿Y desde cuando Azul ha expresado algo significativo? – Inquirió la Adivina, quizá algo divertida con la ignorancia de sus clientes. - ¿Desde cuando ella ha compartido sus pensamientos o sus deseos con ustedes? Obviamente Azul no actuó diferente a como actúa normalmente, ¿no creen que eso habría resultado sospechoso?
La madre se levantó de su asiento, enfurecida.
- ¿Cómo te atreves a hablarnos así? ¡Ni siquiera conocías mucho a tu prima!
- Pues soy adivina, es mi trabajo saber las cosas que normalmente no sabría.- Replicó la Pitonisa con clama. – Creía que por eso estaban aquí.
- ¡Pues si sabés algo, hablá! Todo el Reino depende de la reaparición de Azul.
- ¿Están tan seguros? – dijo con tono irónico.
- ¡Si! ¡La coronación será dentro de poco! ¡necesitamos de Azul antes de que sea demasiado tarde!
- ¿y ustedes le dijeron eso a Azul?
- ¡¿Qué quieres decir?!- Exclamó la mujer, exasperada.
Se produjo una pausa, en la que la madre consiguió calmarse. La Pitonisa agarró la tetera y se dispuso a servirse más té en la taza.
- Estoy segura, – dijo mientras colocaba lentamente la tetera en su lugar. – Que Azul no se habría escapado si supiera que en sus manos tenía tal responsabilidad.
La madre la miró extrañada. El padre desvió la vista hacía la ventana, incomodado en aquel ambiente lleno de discusiones.
- ¿insinuás… -tanteó la madre- … que Azul no sabía que era la heredera al trono?
- Exacto.- sentenció la Pitonisa, satisfecha de que su tía hubiera entendido tan rápido.
- Eso es una estupidez. –exclamó la mujer, incrédula.- ¿cómo no va a saberlo? ¡Nunca se lo ocultamos! ¡no hicimos otra cosa que hablar de eso los últimos meses! ¡pasamos mucho tiempo preparándola para cuando suceda!
Era una estupidez… Claro que era una estupidez. ¿Cómo Azul iba a ignorar que era heredera al trono? Nada menos que sobrina de la actual reina del mundo de las hadas…
Rosaura, hermana de la legítima reina y madre de Azul, era sin duda perteneciente a la realeza, de ademanes simpáticos, pero al mismo tiempo, profundamente majestuosos. De mirada abierta, pero también, llena de una gran sabiduría.
Sin embargo, al igual que el Ángel, ella escondía una especie de fuego en su corazón. Una locura aventurera y salvaje. Una locura que la llevó a conocer a Abel, un hombre que apenas podía llamarse hombre y nada quería tener que ver con la realeza.
Y es que el padre de Azul era en realidad uno de esos extraños magos que tienen el poder transformarse en árboles. Carecía de la locura salvaje y aventurera de su esposa, pero gracias a su alma de árbol amaba la naturaleza y la tranquilidad del sol al mediodía.
Así que una tarde hecho raíces en medio de un bosque, con la idea de quedarse allí para siempre. No se imaginó que en ese bosque conocería a la mujer que sería su esposa, ni que esa extraña adivinaría (con sus profundos ojos sabios) al hombre oculto en aquella jaula de madera, ni que se enamoraría profundamente de su alma salvaje, irrevocablemente y sin retorno.
Pero él era un hombre de bosque, y no sabía nada de reyes y doncellas. Vivió toda la vida con ella, creyendo que al ser solo la hermana de la reina no tendrían que involucrarse mucho en temas políticos.
Hasta que…
- No digo que se lo hayan ocultado. – Dijo la Pitonisa con lentitud. – Me refiero a que Azul tiene poca capacidad de concentración.
- ¡Por favor! ¡Azul no era idiota! ¿Cómo iba a hacer para no darse cuenta…?
- No, no, tampoco digo que Azul sea idiota. – Dijo con una sonrisa. – Simplemente no sentía un gran interés en formar parte de la realeza. Tampoco sabía bien cuales eran sus responsabilidades, y, de todas formas, las responsabilidades nunca le resultaron atractivas. Y si a eso le sumamos su ensimismamiento y su poca concentración…
- No nos andes con rodeos. Si realmente sabes donde está Azul será mejor que lo digas. Y si no, nos vamos. Ya soportamos suficiente tus palabreríos.
Por primera vez en toda la conversación, la Pitonisa se mostró disgustada. Tal vez aquel comentario la había ofendido. O quizá estaba dispuesta a todo para ocultar el paradero de su prima.
Sus rojos labios se torcieron en una mueca de disgusto.
- No me vengas con eso. – Dijo, muy seria.- No es tan necesario que yo te diga donde está Azul. Después de todo, Azul no es la verdadera heredera al trono ¿no? Estoy segura de que encontrarán a otra. – las últimas palabras las soltó con profundo desprecio.
Y es que en realidad la única y genuina heredera al trono era, increíblemente, la Pitonisa. Pero el derecho a la corona se le fue quitado cuando renunció a su naturaleza de hada, y cambió los mágicos y armoniosos poderes de la naturaleza por las ciencias inexactas de las barajas, las hojas de té, las runas y otras cosas por el estilo.
No es que a ella le importara demasiado, a ella tampoco le atraían mucho las responsabilidades. Pero aún así, no podía evitar sentirse un poco ofendida.
Rosaura la miró unos segundos, atónita. Y luego, con aire decidido, dijo:
- Listo. Nos vamos.
Y en medio de su ademán para marcharse, la Pitonisa la interrumpió.
- Está bien. – Dijo, mientras esbozaba de vuelta una sonrisita de suficiencia, quizá sabiendo que lo que estaba por decir no le iba a gustar nada a su tía.- Azul está escondida en los lejanos prados.
La madre volvió a mirarla, sin palabras, nuevamente incrédula.
- No. Claro que no. Mi hija no es el hada de los lejanos prados.
La Pitonisa se encogió de hombros.
- Creí que querías saberlo. – se limitó a responder.
- ¡Nos estás mintiendo!- Exclamó la mujer, dolida.- ¿por qué Azul se marcharía para ir allí? ¡en esos prados no hay absolutamente nada!
La Pitonisa no volvió a hablar. Se fijó en que la tetera ya estaba vacía y se dirigió a lo que era una especie de cocina para guardarla.
Rosaura y su esposo se quedaron a solas. Ella lo miró angustiada.
- ¿A vos que te parece?
- No sé. – dijo por primera vez. Tenía una voz profundamente grave, que tal vez no coincidía mucho con su apariencia asombrosamente esbelta.- Pero si es verdad que se escapó a los lejanos prados, yo no se lo voy a reprochar. Yo sé lo que es sentir el ansia de la naturaleza.
En cierto modo, el padre de Azul estaba feliz de que su hija hubiera escapado.
Por alguna razón, no le entusiasmaba demasiado que su hija sea una especie de princesa o reina, siendo tan joven. Además, estando ella tan acostumbrada a los mimos de su hogar, le haría bien vivir un tiempo lejos de casa.
Claro que de todas maneras, estaba preocupado. Pero era una niña valiente. Todo iba a estar bien.
“Todo va estar bien” Le dijo dulcemente a su esposa, mientras apoyaba un brazo sobre su hombro.
Ella lo miró, agradecida por sus palabras.
“¿y si en realidad es eso?” se preguntaba la mujer. Tal vez era cierto. Quizá Azul había heredado el alma de Árbol de su padre, y había huido en búsqueda de una tranquilidad verde.
Ese pensamiento, por alguna razón, la reconfortó un poco.
Se despidieron de la Pitonisa diciendo que ya habían escuchado lo que querían oír.
Y continuaron con la búsqueda.
Pero no buscaron en los lejanos prados.
Si era verdad que estaba allí, el padre prefería no encontrarla.
En cambio, la madre, directamente se negaba a aceptar que estaba allí. Guardaba la esperanza de que la Pitonisa se hubiera equivocado, o, resentida, les hubiera mentido.
Así que hicieron oídos sordos a los rumores.
Y siguieron buscando.