Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

domingo, 12 de agosto de 2012

Utopías capítulo 8 - Regreso a casa


A diferencia de los otros dos, Jess realizaba ese recorrido por primera vez. Naturalmente, había visto aquel parámetro de tierra desierto en los recuerdos de sus dos amigos, pero recorrerlo ella misma era otra cosa.
A pesar de que Matt y Sally estaban (obviamente) emocionados por volver a casa, con los remedios correspondientes para la madre de Matt, a Jess ese pequeño viaje le daba malos presentimientos.
Lo cual le inquietaba, porque generalmente sus malos presentimientos eran fundamentados. Tal vez solo era que seguían estando demasiado cerca de la capital, lugar que siempre le causó escalofríos, por alguna razón. Aunque lo más probable sea que (a pesar de que ella se negaba a aceptarlo) que no tenía nada de ganas de perder a los únicos dos amigos que tenía en el mundo…
De hecho, en los últimos días estuvo pensando bastante al respecto. ¿Qué haría cuando sus amigos se reencontraran con sus familiares? Ahora que ya habían conseguido los dichosos remedios, no había razón alguna para volver a la ciudad. Probablemente quieran quedarse en la Villa Terrena para reencontrarse con sus amigos. Y ella… ¿Qué haría en aquel lugar? ¿La aceptarían? Y Matt y Sally… ¿No se olvidarían de ella, ahora que ya no la necesitaban?
Todas esas preguntas pasaban por su mente a gran velocidad, pero sin embargo no se animó a hacerlas verbales delante de sus dos amigos, que iban charlando entusiasmados, sin percatarse del silencio de Jess.
Cuando llegaron a la villa, el lugar estaba aparentemente desierto. Nadie salió a recibirlos, porque nadie los esperaba.
Había pasado tan solo un año, y sin embargo, Matt y Sally sintieron que habían crecido un montón en aquel transcurso, y que la última vez que se habían encontrado en aquel lugar, eran tan solo unos niños, muy lejanos a su situación actual.
Las pequeñas casas de la villa le parecieron mucho más humildes de lo que eran antes. Parecían construcciones de juguete, que podían desmoronarse con la fuerza del viento más débil. Dos niños pasaron corriendo cerca de ellos, pero ninguno les prestó atención.
Matt suspiró. Después de tanto tiempo, ya estaban en casa.
Fueron hacía dónde Matt había vivido todos sus 17 años. El chico llamó a la puerta. El que abrió era un hombre alto, de cara cuadrada cuyo distintivo siempre fueron sus lentes rotos. Matt se acordaba de él, se llamaba Frank, y era uno de los pocos vecinos que habían logrado conseguir un trabajo en la capital, pero que aún así seguía viviendo en la Villa Terrena. El Hombre se sorprendió al ver al muchacho rubio, y lo único que hizo fue exclamar:
            - ¡Mercedes! ¡Tu hijo volvió!
Reinaron unos segundos de un silencio incómodo, hasta que se escuchó la débil voz de la mujer.
            - ¿Estás hablando en serio, Frank?
El hombre le hizo a Matt un gesto con la cabeza, indicándole que pasara. Sally también entró, con total confianza. Jess, en cambio, se quedó parada sin saber muy bien qué hacer. Frank la miró detenidamente, y sus ojos se detuvieron en su rostro blanco como el papel más frágil, y en su cabello que parecía plateado a la luz  intensa del sol. La observó con curiosidad, pero al rato desvió la mirada, como si hubiera decidido que en la capital habían muchas cosas extrañas que él aún desconocía.
Él también se fue al interior de la casa, pero había dejado la puerta abierta, y Jess lo interpretó como una invitación para pasar.
Allí dentro se encontró con la madre de Matt, Mercedes, empotrada en su silla, saludando efusivamente a los dos chicos.
Matt la encontró, al igual que al barrio, más decrépita, arrugada y grande de lo que la recordaba. Pero estaba tan feliz de haber concluido su viaje que se dejó estrujar por sus brazos tiesos hasta que casi lo dejó sin oxígeno, y se dejó besar las infinitas veces que ella quiso, sin que le importara el contacto de su piel húmeda, blanda, y pegajosa.
 Jess, observaba la escena desde lejos, y empezó a sentir un odio profundo que nunca antes había sentido. Esa mujer se pavoneaba de su invalidez y de sus debilidades, pero era una cruel mentirosa. Matt había viajado, había sufrido de hambre y de frío solo por una vulgar mentirosa. Y eso no estaba bien, o al menos para Jess, eso era una terrible injusticia que debía equilibrarse.
Matt le dijo algo a Sally, y luego la chica se acercó a dónde estaba Jess.
            - Matt quiere estar un tiempo a solas con su madre. – Le dijo. – Así que ¿No te importaría acompañarme a visitar a mis hermanas?
Jess se limitó a asentir, sin pensar realmente si tenía ganas de conocer a las hermanas de Sally o no.
Se dejó conducir por la chica, sin prestar atención a dónde iban, sumida en sus pensamientos. Sally sacó un cigarrillo, y comentó:
            - No sabés qué bueno estar en casa de vuelta, ¡De verdad! Creí que yéndome de acá me sentiría más libre, y bueno, por un lado fue así, pero por otro…- hizo una pausa mientras agarraba el encendedor y prendía el cigarro.- La verdad, no se puede ser totalmente libre con Matt al lado. Ya sabés que lo quiero un montón, pero es un poco paranoico. No me deja hacer casi nada…
Exhaló el humo al mismo tiempo que suspiraba, aparentemente feliz y fresca.
Jess no dijo nada, y Sally no se extrañó de eso. En el camino se cruzó con un par de personas que la reconocieron y la saludaron alegremente. Pero ninguno se detuvo a charlar con ella. Finalmente llegaron a la casa de las hermanas de Sally.
Jess hubiera jurado que la casa era un poco mas humilde que la de Matt… poco después se dio cuenta de que en realidad era que estaba más desordenada. Desde fuera se escuchaba una música bochinchera y ruidosa. Sally llamó a la puerta, y tuvo que llamar un par de veces más, porque al parecer la música estaba algo fuerte.
Abrió la hermana del medio, Becca. Al ver a su hermana, sonrió ampliamente y se abalanzó sobre ella en un abrazo afectuoso.
            - ¡Rachel! ¡Cuánto tiempo! Ruth decía que no ibas a volver, pero yo decía que no ibas a poder olvidarte tan fácilmente de nosotras…
            - Jaja, si, seguí soñando…- le respondió Sally con una sonrisa.
            - Pero tan equivocada no estaba, ¿No? por lo menos volviste…
            - Claro que iba a volver, teníamos que traerle los remedios a la madre de Matt…
            - Si, bueno, pero con vos nunca se sabe. – Cuando dijo esto, se apartó de la puerta e hizo un gesto para que las demás pasaran. Entró, y bajó el volumen del grabador, y entonces la música yo no parecía tan ruidosa. No se percató de la presencia de Jess hasta que estuvo adentro de la casa. La miró de arriba abajo sin disimulo y luego le dijo a Sally.
            - ¿Y a ésta de dónde la trajiste?
Sally se rió.
            - Es Jess. Nos ayudó mucho, tuvimos mucha suerte de encontrarla.
            - ¿Ah, si? ya me parecía que no podía haberle salido todo bien a ustedes sin un poquito de ayuda… ¿Y en qué los ayudó?
            - Ella…- Comenzó a decir Sally, y luego esbozó una sonrisita de complicidad.- Ella puede saberlo todo. Absolutamente todo.
Eso no era cierto, y era evidente que Sally lo había dicho así para agregarle un poco más de dramatismo. En otro momento, Jess hubiera saltado y habría corregido esa información, pero en ese instante se sentía extraña, como si estuviera demasiado concentrada en otra cosa, o como si estuviera en un lugar al cual ella no pertenecía. Estaba muda, desaparecida, inexistente. Más que nunca.
            - ¡No jodas! ¡Qué esas cosas no existen!
            - Lo digo enserio. Puede saber todo lo que pasó alguna vez y todo lo que está pasando en cualquier lugar del mundo. Puede saber hasta lo que estás pensando.
            - ¡No es cierto!
            - Preguntale a ella…
Becca se sentó en una silla, apoyó el codo en la mesa y miró a Jess, expectante.
            - Bueno, dale. Decime en qué estoy pensando.
Jess le respondió sin entusiasmo.
            - Estás pensando en mí.
Becca frunció el ceño.
            - No exactamente…
            - Es que no puedo saber exactamente lo que estás pensando. Tus otros pensamientos se contaminaron con el hecho de que estás pensando en mí, y eso bloquea gran parte de mi habilidad. No puedo saber los pensamientos de las personas cuando tienen que ver conmigo.
Becca se quedó callada durante unos instantes y luego miró a Sally con una expreción de decepción.
            - ¡Así cualquiera…!
Sally se encogió de hombros.
            - Lo creas o no, ella realmente es capaz de verlo todo… bueno, con algunas excepciones, pero muy pequeñas, la verdad. Gracias a ella logramos conseguir la plata suficiente para los remedios y estoy acá.
Becca torció el gesto y luego dijo.
            - Si vos lo decís… tendré que creerlo, porqué no. Hay tantas cosas extrañas en este mundo, que una más no hace nada… Bueno, pero sientense acá conmigo y cuentenme como fue su viaje… - Y luego miró a Sally.- Dale, que aunque no lo creas, te extrañé mucho…
Sally se rió, sabiendo que su hermana no había pensado en ella ni un solo día.
Las dos chicas se sentaron alrededor de la vieja mesa de madera, y enseguida Becca y su hermana se enfrascaron en una conversación en la cual volvieron a olvidarse completamente de Jess.
Esta se puso a observar los detalles de aquella habitación, que parecía ser algo así como una cocina/comedor, aunque bastante primitivo, a decir verdad. El piso era de tierra, las mesadas unos muebles viejos y gastados, mal colocados y cada uno de un diseño completamente diferente al otro (arriba de uno de ellos se encontraba el grabador). En un costado, había una palangana con agua aparentemente limpia, y otra con agua sucia. Uno de los muebles tenía bolsas de hielo adentro, hielo que estaba bastante derretido y se notaba gracias a un pequeño charco que amenazaba con crecer. Amontonados en un rincón, varios vasos y platos sucios que eran rondados por las moscas. Se encontraba también, entre las mesadas, unas garrafas de gas.
Las paredes eran de cemento sin pintar, y había otra habitación, cuya puerta estaba cerrada.
            - ¿Dónde está Ruth? – Escuchó que decía Sally en un momento.
            - Durmiendo, obviamente. Anoche se fue a no sé dónde y volvió tarde. – Dijo mientras hacía un gesto hacia la puerta cerrada.
Jess se puso a pensar en que conocía la historia completa de Sally y sus hermanas. Ellas eran Ruth, Rebecca y Rachel, y bien podrían llamarlas “Las hermanas R”.
Ruth era la más hermosa de las tres. Sus rasgos eran menos acentuados, a diferencia de sus hermanas, cuyo mayor defecto podría ser una nariz larga. Tenía la cara redonda, los ojos negros como la oscuridad más espesa, la nariz delicada y los labios gruesos, pero sin exagerar. Su piel era uniforme y del moreno más cálido.
Pero no era para nada perfecta, de hecho, era bastante antipática, o por lo menos, la menos simpática de las tres. Aunque quería a Sally, de pequeña siempre la descuidaba, y era de expresiones torpes, por lo cual solía verse más bonita cuando se quedaba quieta. Sally sabía que nunca iba a poder encontrar a Ruth levantada antes de las 4 de la tarde, y todas las noches las pasaba fuera de casa.
 Rebecca (Becca para casi todo el mundo) era la contraparte de Ruth. No era tan linda como sus dos hermanas, sus rasgos eran más marcados y su nariz era decididamente larga. Pero tenía un encanto natural, era cálida y agradable con casi todo el mundo, lo cual también le daba hermosura. Tenía una buena relación Sally cuando era pequeña, mejor que la que tenía Ruth, pero tampoco era muy responsable con ella. Aún así, siempre fue un poco más recatada que Ruth y procuraba quedarse en casa por las noches para no dejar sola a la pequeña Rachel.
Así, casi podemos decir que Sally es una mezcla de las dos. Pero la verdad es más larga que eso. Rebecca no es pariente sanguínea ni de Ruth ni de Rachel. Las tres emigraron a Mágistral cuando eran muy pequeñas, huyendo de las guerras de Terra. Sus padres las metieron en ese barco, cómo hicieron con muchos de los jóvenes. Ruth y Rebecca eran pequeñas y Rachel, casi era una bebé. Rebecca tuvo la suerte de encontrarse con Ruth en el barco, y desde entonces no estuvo más sola. Se ayudaron entre ellas durante toda su vida, de manera que prácticamente olvidaron que en realidad no son hermanas. De hecho, Sally nunca supo que Becca no era pariente suyo, y como son bastante parecidas entre sí, en la Villa siempre asumieron que eran hermanas. Ninguna guarda recuerdos de su pasado, y Sally nunca les preguntó sobre su origen, o sus padres, por un lado porque pensaba que a sus hermanas no les gustaba hablar del tema, y por otro porque, en realidad, no le importaba demasiado. Sally siempre fue de encarar al futuro y no pensar en el pasado, y como junto con sus hermanas se las arreglaba bastante bien ¿Para qué necesitaba un padre o una madre?
Pero Jess sí sabía todo eso, y se estaba dando cuenta de que en la Villa Terrena, los lazos familiares eran bastante extraños, y se estaba preguntando si debía hacer algo al respecto…
            - … Y ese chico, Matt, ¿sigue enganchado con vos? - Escuchó que preguntó Becca en un momento.
Sally se encogió de hombros.
            - Supongo que sí.
            - Ese chico sí que es raro. Y bastante terco, además.
Sally se rió.
            - Sí, es verdad. Pero tiene su lado divertido. Y es el único con ganas de cambiar las cosas. También es el único que me ofreció la oportunidad de irme de acá, lo cual fue lo mejor que alguien hizo por mi.
            - ¡Hey! no seas así, este lugar no es tan malo…
            - Decís eso porque no conocés nada mejor.
Becca lanzó una carcajada.
            - Me parece que Matt te está llenando la cabeza.
Sally sonrió.
            - Puede ser. – Admitió.
Se quedaron un rato en silencio, y luego Becca retomó la charla.
            - Pero si algún día decidís sentar cabeza… Matt no es un mal chico, ¿no? Y te quiere. Y además es bastante listo, así que seguro que puede cuidarte bien.
            - Yo también quiero mucho a Matt, pero no necesito que alguien me cuide. Y él, me cuida demasiado… Es decir, no es que él no me guste, pero creo que nunca podría estar con él. Estar con Matt es sinónimo de comprometerse, y no estoy segura de que eso sea bueno para mí. A parte, sé que si algún día empiezo a estar con Matt, no me animaría a dejarlo, y eso me asusta. Sé que podría mandarme muchas cagadas y terminar lastimándolo, más de lo que tal vez ya lo hice. No creo que sea bueno para él que yo le corresponda.
            - Es una lástima. Ojalá alguien me quisiera así.
            - ¡No digas estupideces! ¿Quién no te quiere a vos?
Becca volvió a reír.
            - ¿O sea que no le vas a dar nunca una oportunidad?
            - No sé… Tal vez.
Jess volvió a distraerse, pensando en que el día que Sally le diera una oportunidad a Matt, ella estaría pasando por un muy mal momento.
Su mente fue hasta la casa de Matt y comprobó que éste estaba cruzando la puerta, yendo a saludar unos vecinos y ver si alguien podía conseguirle un poco de agua limpia. Pensó en que esa era su oportunidad y se levantó. Las dos hermanas detuvieron su charla y la miraron sorprendidas.
            - Eh… Tengo que hacer una cosa. – Se excusó Jess torpemente, y sin esperar respuesta alguna se fue hacía la salida. Aún cuando había cerrado la puerta, le llegó a la mente el comentario de Sally “No te preocupes, es medio rara. Supongo que no puede evitarlo”.
Durante el trayecto que hizo hasta la casa de Matt, no se detuvo a pensar seriamente en las consecuencias de sus futuras acciones. En realidad, en ese momento, las consecuencias no le importaban. Jess no podía ver el futuro, y no podía arrepentirse de cosas que todavía no habían pasado.
Hizo algo muy estúpido e impulsivo. Algo casi humano. Abrió la puerta de la casa de Matt y fue allí donde estaba su madre, Mercedes, sentada en su silla. La pobre mujer apenas la había visto antes, y no tenía la menor idea de quién era aquella extraña joven, pero de golpe le pareció una aparición de las pesadillas más aterradoras que nunca había imaginado tener. Vio cómo la mirada invisible de la albina se dirigía hacia ella, y sintió cómo la misma sensación que había tenido Matt cuando miró por primera vez a aquellos ojos blancos la abrazaba, la asfixiaba, la aturdía. Esa era la sensación que se debe tener cuando le mirás la cara al vacío, era el vértigo de lo inevitable.
Y entonces Jess se puso gritarle cosas sin pensar. Le dijo que era una hipócrita mentirosa, que con esas cosas no se juega, que la identidad de una persona es algo importante, que si realmente querés a alguien no le hacés esas cosas, que si nadie le decía la verdad se lo iba a decir ella misma, que lo sabía todo y que nada impedía que hiciera algo al respecto.
Probablemente Mercedes apenas captó el significado completo de aquel parloteo infernal, pero un par de palabras le bastaron para ponerse de piedra, casi literalmente.
Supo que Jess era nada menos que el espíritu de la culpa, y que era hora de pagar por sus pecados, pero no estaba segura de querer hacerlo. Le agarró un miedo imparable, y si le hubiera dado la voz, las energías y la vida se hubiera puesto a gritar como una loca, o por lo menos habría intentado salir corriendo (aunque eso no la habría ayudado a escapar de su destino). Pero no pudo, y toda esa emoción le explotó adentro del cuerpo como una bomba.
Y antes de que se diera cuenta, Jess le estaba gritando a un cadáver.

viernes, 3 de agosto de 2012

Átomos y vetores

Desde el momento que Bianca nació, todos supieron que sería alguien especial, sobre todo sus padres. Estaban convencidos de que provenía de algún extraño lugar maravilloso, que había caído en este mundo por error, por alguna desastrosa casualidad. Pero se sentían afortunados de ello.
Había nacido por cesaria, razón por la cual su rostro no había sido estrujado en sus esfuerzos por salir a la vida. Su cara cristalina, armoniosa y casi transparente era extraña en un bebé que llevaba apenas horas de vida. A pesar de eso, fue un parto complicado, en el cual la vida de la criatura corrió riesgo porque se negaba a respirar. Estuvo conectada a un aparato que respiraba por ella durante unos días, hasta que por alguna razón reaccionó y comenzó a hacerlo por sus propios medios.
Ese pequeño accidente, si podemos llamarlo así, fue la excusa que los padres utilizaron para mimarla y consolarla, para que no se sintiera rara en un mundo tan horrible en el cual había que respirar para existir. Al final, lograron convencerla de que era especial, ya que a la pequeña no le daban oportunidad para pensar en otra cosa.
El resto de sus familiares no la querían mucho. No era muy cálida, casi ni hablaba, y jamás dio la menor muestra de querer relacionarse con los demás.
Era cierto que sus facciones eran increíblemente delicadas, pero era tan falta de emociones que su belleza no lograba atraer a la gente.
A ella no le importaba. Había llegado a creerse tanto su propia magia, que adoptaba una posición misteriosa, enigmática, como si llamar su atención fuese algo inalcanzable, y por eso mismo, sublime.
Desde muy temprana edad, comenzó a sentir rechazo hacia ciertos aspectos de la vida. El pulóver picoso la agobiaba, las burbujitas de las gaseosas reventaban estrepitosamente en la superficie de su lengua, la barba de su tío era demasiado rasposa.
Se negaba a comer y también a ir al baño, y las caras de las personas desconocidas le parecían dibujadas por el caricaturista más morboso. Parecía no comprender algunas cosas cruciales en la vida cotidiana. Sus padres trataron de ayudarla a integrarse en el mundo real, pero nunca le faltaron el respeto a sus caprichos.
Algunas cosas las aceptó. Llegó a comer, beber y dormir con normalidad. A medida que iba creciendo, se iba acentuando más su inexpresividad y su aislamiento. Pasaba el tiempo dibujando, leyendo, o mirando tele.
A su madre le preocupaba lo que podía encontrarse en la televisión, esa ventana tan estridente y subjetiva que supuestamente daba al resto del mundo. Cuando veía que pasaban un programa que tenía la menor insinuación sobre un tema que ella consideraba peligroso (Cómo por ejemplo la muerte o los fantasmas), apagaba el aparato sin escuchar las quejas de su hija.
Pero Bianca sentía que su madre no entendía nada, que no le tenía miedo a la muerte ni a los fantasmas. Lo que la llenaban de terror eran otras cosas, pequeños detalles que le hacían sentir un miedo que se le escurría en un sudor frío en la parte baja de su espalda.
Lo que de pequeña le hacía llorar, ahora era algo que se quedaba adentro, inevitablemente clavado en la garganta.
Odiaba el calor que la hacía traspirar, la luz del sol que cegaba sus ojos delicados. El murmullo incesante de la gente al hablar, el tono de sus voces, las palabras complicadas y desconocidas. Odiaba cualquier cosa que le recordara la tristeza y la brutalidad del mundo, odiaba a la gente inteligente por sus agudas pero punzantes opiniones, y odiaba a la gente estúpida por su banalidad insoportable.
Pero por sobre todas las cosas, odiaba todo lo orgánico, todo lo que estaba vivo e irrumpía en su vida sin que ella pudiera detenerlo. Las plantas que atraían el zumbido de los insectos, la comida muerta, putrefacta, segregando líquidos que se descomponían en su propio cuerpo; el ruido imperceptible de la sangre arrastrándose por sus venas, las líneas de las expresiones que deformaban los rostros hasta convertirlos en máscaras espeluznantes.
Ella misma se sentía una masa deforme de carne, atrapada en un ciclo perpetuo de sudores y secreciones, consumiendo la porquería que su cuerpo exhalaba, y deseaba por sobre todo cualquier cosa inmaterial, algo que la salvara de la vida llena de tierra y de latidos que retumbaban majestuosos en lo recóndito de sus entrañas.
Anhelaba un sueño, un suspiro, algo suave y bello como ella, que le enfriara su mente hirviendo de pensamientos. Y un día mientras miraba la tele se dio cuenta de que estaba rodeada de gente como ella. De que no era única ni especial, de que todo en este mundo era frío y muerto, como el plástico, como lo etéreo, como el más sutil de los espíritus. Lo veía en la búsqueda de la adrenalina, en la fragilidad de las modelos anoréxicas. En el fondo, lo más emocionante y bello de todo era estar muerto.
Bianca nunca supo la gravedad de aquel pensamiento, y de hecho podría haber muerto por falta de alimento si no fuera porque la visión de sus costillas le produjo tanto rechazo que se largó a llorar, estrujando su rostro perfecto como no fue estrujado el día que nació, sorbiendo las lágrimas saladas como si fueran una comida proteínica que le devolvería la figura que antes ocultaba las partes más escabrosas de su fisionomía.
La madre la escuchó y se acercó a consolarla. Bianca quiso resistirse pero no pudo, y se dejo vencer, hundiéndose en el pecho de su madre, mientras recibía el delicado tacto de sus dedos de uñas largas acariciándole el cabello. El regazo de su madre se convirtió en algo cálido, infinito, algo que estaba más allá de lo orgánico o lo etéreo.