Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

viernes, 19 de agosto de 2011

EPDA 15 El extraño que vino del Infierno


Había pasado poco tiempo desde que las innumerables plantas de menta habían desaparecido, y sin embargo su olor refrescante fue rápidamente reemplazado por uno desagradable, similar al de huevo podrido, que arrugaba las narices de las habitantes del prado.

Unos segundos antes, un leve temblor había sacudido la tierra. Y entonces, llegó el olor.

El olor cada vez se hacía más intenso. Al mismo tiempo, la Temperatura del lugar había aumentado de forma considerable.

- ¿Qué está pasando? – Exclamó Azul, tapándose la nariz y haciendo muecas de desagrado.

- No sé… - Murmuró el Ángel, pero unos instantes después abrió desmesuradamente los ojos, como si repentinamente hubiera recordado algo, o como si violentas imágenes se cruzaran por su cerebro. De golpe sintió un miedo irracional y unas ganas de huir ante lo que sus instintos le decían que era un peligro inminente. Pero se quedó quieta, en su lugar, sin poder reaccionar.

Su memoria comenzó a funcionar sin poder controlarla, recordándole los momentos más horribles de su vida, y luego los recuerdos se distorsionaron para mostrarle cosas que en realidad no había vivido, pero que aún así le producían escozor. Imágenes de los castigos divinos a causa de los pecados capitales, las condenas naturales de los excesos y otras cosas terribles de las que nadie se salvaba.

El Ángel supo que significaba todo aquello, conocía los síntomas. Pero no hizo nada, por que si algo le había enseñado su estadía con las hadas, era a desconfiar de sus instintos angelicales, y a no creer en el prejuicio del bien y el mal.

Al cabo de un rato, confirmando sus sospechas, apareció un joven caminando por el prado.

Estaba lastimado, manchado de un menjunje de sangre, cenizas y sudor; y caminaba con mucha dificultad. A penas vio que cerca de él había gente que podría ayudarlo, sintió tanto alivio que perdió el conocimiento y se desplomó sobre el pasto.

Azul y la Princesa pegaron un grito al ver tal aparición, y fueron corriendo a ver que era lo que le había ocurrido, pero el Ángel se quedo atrás, a una prudente distancia.

- Tal vez no sea buena idea que nos acerquemos a él…- Tanteó, aunque mostrando indiferencia.

-¿Por qué no?- Preguntó la Princesa.

- ¡Necesita ayuda! –Objetó Azul – Además no sabemos desde donde vino, ni hace cuanto que…

- Ese es el caso. – La interrumpió el Ángel- Creo que viene de allá abajo. – Y con un gesto señaló al piso.

Las dos la miraron sin comprender.

- ¿Cómo que de “allá abajo”? – Inquirió la Princesa.

Él Ángel las miró con impaciencia, frustrada por el poco tacto que ambas tenían con las indirectas.

- Del infierno- Dijo a regañadientes, como si acabara de soltar una palabrota. - ¿de dónde más?

Ahora Azul y la Princesa las miraban incrédulas.

Y, de golpe, la Princesa soltó un gritito y se alejó del joven moribundo.

- ¡No hagas eso! – La chistó el Ángel.

- Pero… ¿no se supone que el infierno es un lugar malo, o algo así? ¿No se supone que eso es lo que tú crees?

- Esa no es excusa para tratarlo así, como… como si estuviera contaminado, o si te diera asco acercarte a él.

- ¿entonces como hay que tratarlo? ¿Podemos confiar en él?

El Ángel la observó detenidamente antes de responder.

- Ya no sé que pensar... – y se quedó un rato absorta.

- ¿Estás completamente segura de que viene del infierno?. – Inquirió Azul.

El Ángel asintió.

- Me sorprendería mucho que no fuera así.

- ¿Y cómo estás tan segura?

El Ángel ladeó la cabeza.

- Para empezar, apesta a Azufre. Según las leyendas que contaban en el Reino Celestial, el infierno está lleno de lava, fuego y azufre. Aparte ¿no vieron el rastro que dejó al caminar?

La Princesa y Azul giraron la cabeza. Y descubrieron que allí por donde el joven había caminado, se encontraban rastros de una destrucción.

No era como el Ángel, que cuando el fuego se le desbordaba chamuscaba la hierba del prado, si no algo mucho más catastrófico.

El pasto no solo estaba quemado, la tierra también se encontraba rajada, como si de golpe alguien hubiera decidido abrir el suelo en dos.

Destructivo o no, si era de fiar o no, daba igual, de todas maneras el extraño joven se quedó en el prado.

Recuperó el conocimiento un par de horas después, y aunque no habló mucho (pues aún se encontraba cansado) Se mostró bastante cortés.

La Princesa en seguida superó su primera impresión, y lo trataba con total confianza.

Azul se encargó, con sus poderes de agua, de limpiarle el rostro de aquel menjunje, producto del sufrimiento y el dolor.

Hasta el Ángel se acercó a hablar con él.

Él chico era de piel morena y llevaba puesta ropa negra, holgada y rotosa. Aún no conocían su nombre, ni pudieron confirmar si venía del infierno.

Sin embargo, una vez que recuperó fuerzas nadie le hizo preguntas sobre aquello. Él se había mostrado muy agradecido por las atenciones de las hadas, y poco después habló de sus intenciones de marcharse. Pero aún se encontraba demasiado débil, tanto que solo podía mantenerse en pie unos segundos. Así que tuvo que desistir de sus esfuerzos, y a pesar de que no le hacía mucha gracia, tuvo que reconocer que en esas condiciones no podía ir muy lejos.

El muchacho pudo disfrutar un poco más del privilegio de ser el nuevo centro de atención, al menos por unos días.

La Princesa hablaba mucho con él. Demasiado, quizás, pero el joven no se quejaba. Le parecía divertida aquella chica que saltaba siempre con un tema distinto y se enredaba con sus propias palabras. Sin embargo le pareció que era una persona muy común, con intereses comunes. En fin, alguien con quien entretenerse para pasar el rato.

Ella era capaz de contarle cualquier cosa, ya que estaba un poco aburrida de tener que hablar siempre con las mismas. Un día le dijo:

- Así que… ¿vienes de lejos?

El muchacho la miró con una sonrisa irónica.

- ¿por qué preguntas?- dijo alzando una ceja.

- Por que yo me quiero ir. Estoy harta de este lugar.

El joven rió.

- ¿ah, si? Igual, acá no se está tan mal.

- Si, eso decís vos, por que estás todo el día tirado y nosotras te tenemos que cuidar.

El chico lanzó una carcajada más audible.

- ¿Y a donde quieres ir, si se puede saber?

La Princesa hizo como que lo meditaba.

- No sé, -mintió.- Algún lugar más interesante.

El joven volvió a reír, divertido por la espontaneidad de la Princesa.

- ¿y vos? ¿Por qué viniste acá? – Preguntó ella.

El chico se puso un poco más serio, aunque volvió a sonreír de forma irónica.

- Yo estoy harto de las cosas interesantes. Necesitaba un poco de tranquilidad.

Azul, en cambio, era la más desconfiada. No por un tema en especial. Aunque no pareciera, Azul y las demás ya llevaban un tiempo considerable en el prado, y habían crecido. Estaban casi por atravesar la adolescencia. Y pasar todo ese tiempo, aislada del mundo y sólo con sus amigas, la habían hecho más desconfiada de lo que ya era, por no mencionar el poco contacto que había tenido con el género opuesto.

Además, ese chico era tan confiado y tan cortés, que Azul no podía menos que pensar que algo andaba mal. Que algo debía de estar ocultando. Y si el Ángel tenía razón, y venía del infierno…

El Ángel lo trataba, pero solo lo justo y necesario. Se mostraba cálida y agradable, como se mostraba con todo el mundo, pero nada más. Y sin embargo, el muchacho se dio cuenta de que ella era distinta. De que no era un hada, pero tampoco era exactamente un ángel, por que algo extraño interrumpía su aura de perfección. Algo que era casi humano.

Un día decidió preguntárselo. Ella estaba caminando por ahí cerca y él la llamó. Ella se acercó más y le preguntó si necesitaba algo.

- No, estoy bien. – Le respondió.- Solamente me preguntaba… Tú no eres un hada ¿verdad? Eres como yo.

El Ángel sonrió, pero, tratándose de ella, era una sonrisa fría, que no llegaba a derretir sus ojos de miel.

- No, no soy un hada. Pero tampoco soy exactamente como tú.

El joven copió su sonrisa inexpresiva. Si ella quería ponerlo difícil…

- Ya veo. Entonces, vienes del Cielo… ¿Me equivoco?

- No, no te equivocas.

Se produjo un silencio tenso. Ambos se miraban como si se sintieran superior al otro en algún aspecto. Sin embargo, el joven no estaba de humor para pelear con esa chica, por lo que agregó en un tono que pretendía ser amigable:

- No debe ser fácil para ti estar aquí… Recién vi como le echabas un vistazo a las nubes.

- ¡Eso no es de tu incumbencia!- Lo atajó el Ángel, creyendo que se estaba burlando.

- Tal vez no, pero tal vez yo pueda entenderte. De hecho, yo también escapé ¿o no?

Ella lo miró por un momento y sintió que tenía razón. Sus palabras la ablandaron un poco. Entonces murmuró, con una vocecita arrepentida:

- Si, no es muy fácil estar aquí. A veces siento que no podré resistir más el Llamado Celestial.

- Algún día te tendrás que ir, no podrás eludirlo por siempre.

- Si, es verdad. Pero no puedo volver allí. De cualquier forma, no tengo ganas de marcharme todavía. Al menos aquí tengo tranquilidad…

El chico la miró unos momentos, como si pensase sobre sus últimas palabras. Luego, dijo, como si siguiera el hilo de sus pensamientos:

- Sin embargo, tu partida es inevitable. Además no puedes ser del todo feliz aquí con las hadas… ellas nunca te comprenderían.

La chica volvió la cabeza hacia él, intuyendo algo.

- ¿Qué insinúas?

El joven se quedó callado, mirándola fijo.

Eso era raro, hasta ese momento, el joven jamás se había mostrado tan titubeante.

- Me estás asustando. – Murmuró el Ángel, nerviosa por la intensa mirada del muchacho.

Luego, el chico sonrió un poco, aunque fue una sonrisa muy pequeña y muy breve, y luego dijo:

- Podrías irte conmigo.

Se había estado aguantando de decirle eso desde el momento que la vio, tan pura y al mismo tiempo tan sencilla…

Y sin embargo, se dio cuenta, ella no era perfecta, o al menos desde el punto de vista celestial. Lo supo porque los ángeles solían causarle una sensación molesta, como si un ruido blanco aturdiera sus oídos, e intentara purgar su interior. Sin embargo lo único que ella le producía era… calor.

Calor. Ahí estaba la clave de todo. Con el paso de los años, había aprendido a detestar el fuego, porque allí de donde venía, el fuego era sinónimo de destrucción, y se devoraba todo a su paso; lo bueno, lo malo, todo. Y sin embargo, se había olvidado de que el fuego también era una bendición. Y a pesar de haber convivido toda su vida con lava, con fuego, con destrucción, por primera vez desde que tiene memoria, pudo sentir el calor como algo hermoso que se esparce por las entrañas, para derretirlas y fermentarlas hasta convertirlas en un jugo dulce que produce éxtasis en las arterias y acelera el latido del corazón.

Desde el momento que la vio, supo que no podía dejarla ir, porque la felicidad que ella producía a su alrededor no podría producirla nadie más, y porque era la única persona en todo el mundo, en todas las dimensiones y universos distintos que existían en esa vida, que podía brindarle esas sensaciones. Y porque la necesitaba. La necesitaba para recordar que el fuego era más que destrucción, que era vida, por que ella era vida; y por que ya no podía el solo con los castigos de las tinieblas, y las guerra entre el cielo y el infierno, y que aunque había vendido su alma necesitaba recordar que habían otras cosas en ese mundo, cosas hermosas.

Ella reaccionó ofendida.

-¿¡Qué estás diciendo!?¡Yo nunca podría irme contigo! ¡Yo vengo del cielo ¿Recuerdas?!

- Pero ahora no estás ahí. – Replicó el muchacho, sin perder la calma. – Vamos, si al fin al cabo, guardas un infierno en tu interior.

El Ángel se sintió terriblemente insultada.

- ¡Pero yo no caí tan bajo! ¡Aún puedo ser una persona inmaculada! – farfulló, sin darse cuenta que con sus propias palabras estaba despreciando a su interlocutor.

El chico la miró, todavía sin inmutarse, aunque sí algo decepcionado. “Vaya, esta chica será muy diferente a las demás, pero aún conserva el estúpido orgullo perfeccionista de los ángeles” Pensó.

- No sabes como es el Infierno. No es tan malo…

- Si, claro. Allí de donde vengo se habla mucho de ese lugar ¿sabes? Los castigos divinos, la condena de los excesos… ¿crees que no los conozco? Ni si quiera sé porque razón te encuentras allí, pero no quiero ni imaginarlo…

- ¿Ah, si? Pues de donde vengo tampoco se habla muy bien del cielo. No es como crees… Nada es tan perfecto, ni tan perfectamente terrible… - El muchacho vio como la otra lo miraba enfadada, y como sus ojitos de miel se mezclaban con las lágrimas, y decidió cortar por lo sano. – … Está bien, no importa. Tienes razón, no te mereces el infierno. Haz como si no hubiera dicho nada.- Y dio media vuelta, terminando con la conversación.

El Ángel se sintió confundida, pero aceptó alejarse de buena gana. Tenía unas ganas increíbles de soltar todo el fuego de su corazón para convertir el prado en un interminable desierto, pero creyó que ni siquiera eso bastaría.

El muchacho maldijo por lo bajo. Cuando quería podía mantenerse calmado, pero cuando tenía que actuar de verdad se volvía torpe, y terminaba haciendo cosas que no quería hacer. Supo que había perdido su oportunidad con el Ángel, porque después de aquel suceso, no se animaría a verle la cara nunca más. Pero no podía dejarla ir… No podía.

Azul se acercó al muchacho, que estaba dormido. Éste despertó al oír sus pasos sigilosos.

- Ah… hola, ¿que ocurre? – Dijo, aún sin despabilarse del todo.

Azul no le contestó. Lo miraba terriblemente seria, y luego de un lapso de silencio murmuró:

- Vete.

- ¿Qué?

- Ya estás casi recuperado. No es necesario que te quedes aquí. Puedes marcharte.

El muchacho la estudió con la mirada. Azul había sido la residente del prado que menos le había llamado la atención, parecía que ella misma hacía el esfuerzo de que nadie la mirara. Sin embargo, ahora que la observaba por primera vez, se dio cuenta de que era pequeña, lánguida, y aún así parecía tener fuerzas para guardarle a él un profundo rencor. La poca aparición que tuvo delante de su persona, no había sido casualidad.

-¿Porqué me echas?

Azul frunció el ceño.

- No soy tan estúpida como parezco. Sé que me voy a quedar sola en este prado, tarde o temprano. ¿Creías que nadie se había dado cuenta de las intenciones de la Princesa antes de que te las contara a ti? Somos pocas, pero no tenemos otra cosa que hacer que conocernos. Así que nos conocemos. También sé que tarde o temprano el Ángel se va a ir. Pero… ¿Pero a ti que te incumbe? Eres solo un chico cualquiera que acaba de llegar, y simplemente te crees dueño de hacer con nosotras lo que te plazca. No juegues con ella. Y no juegues conmigo tampoco. Tal vez no lo entiendas, ni lo entiendas nunca, pero no puedo quedarme aquí, sola. No puedo. Ahora que entiendes la magnitud del problema, te voy a pedir que te marches.

Soltó todo esto sin pensarlo, y las palabras salieron fluidamente de su boca para dejar en libertad aquello que tenía dentro.

El chico la miró un rato en silencio, como si estuviera asimilando aquel discurso.

- Eso que dices es terriblemente egoísta. ¿Acaso no puedes pensar en los deseos de ella?

Azul se enfadó aún más.

- ¿Y tú no eres egoísta? ¿Y Qué sabes si soy egoísta? ¡Tal vez tengo un motivo para actuar como actúo! ¡Tal vez… tal vez solo esté muy asustada!

Y sin poder evitarlo se puso a llorar. Primero soltó unas lágrimas, como compadeciéndose de ella misma, pues lo que acaba de decir le producía mucha pena. Y después se largó a llorar, de bronca, de bronca por ser tan llorona, y por llorar ante un desconocido que encima quería llevarse consigo a una de sus amigas, y que seguro se reiría de ella, o no la comprendería, pues… ¿Cómo podría comprenderla alguien que había conocido hace dos días atrás?

Pero el chico no se rió de ella, aunque tampoco se apiadó. Esperó a que ella se calmara un poco, y después dijo:

- ¿Por qué tienes tanto miedo a quedarte sola?

Azul tragó las lágrimas y soltó un desdeñoso

-¿Y a ti que te importa?

Pero en realidad dijo eso porque no sabía que contestar. Le tenía miedo a sus propios pensamientos, tal vez. Pero no a los mundos imaginarios, sino a esos pensamientos sueltos que se suceden uno encima del otro, que simplemente acechan por los lugares más oscuros de tu mente, esperando el momento oportuno para atacar.

O tal vez le tenía miedo al vacío, a la nada misma. Por que ella siempre tuvo la certeza de que algo le faltaba, una pieza al rompecabezas de su persona. Pero cuando estaba acompañada, se olvidaba de eso, y de todo.

Pero tampoco era eso. Seguramente era pura y sencilla cobardía. Cobardía a enfrentar a su destino sola, sin que nadie la apoye en el camino, sin que nadie la reconforte cuando se caiga o no pueda más, sin que nadie le diga “no importa, está bien” cuando falle en su cometido. Pero no podía decirle eso. No podía decirle que era una cobarde. Estaba terriblemente avergonzada de ser una cobarde. Muy avergonzada.

- Si no aprendes a estar sola, todo será muy difícil después. – Dijo el chico, contemplándola con tranquilidad.

- Ya lo sé.- Respondió ella, con bronca. “Y éste quién se cree para darme consejos” Pensó.

-A parte no tienes que ponerte mal. Ella me rechazó, no quiere irse conmigo.

- Eso es mentira. Terminará yéndose contigo, de cualquier forma.

- ¿Cómo lo sabes?

- Por que le gustas. – Dijo ella, enjuagándose las lágrimas con las manos, ya casi calmada.

- ¡…! Espera… ¿¡Qué!?

- Por favor, si yo me doy cuenta, con lo despistada que soy, no me vas a decir que no te enteraste.

- ¡¡…!! ¿Pero como lo sabes?

- Bueno, estuvo todo el día fuera, pensando… No se acercó a nosotras ni un segundo. Creo que si fueras uno cualquiera, no se haría tanto drama. Parece que le diste un planteo interesante. – Y al decir esta última frase, bajó el semblante un poco afligida.

El chico la miró, bastante irritado. ¿Por qué diablos Azul le decía algo así, cuando en realidad no tenía pruebas concretas? Claro, se había olvidado que Azul estaba molesta con él. Ahora todo tenía sentido. Seguro era una mentira de mal gusto.

La conversación quedó ahí, y Azul se fue, olvidándose de recordarle que mañana se debía marchar, o en todo caso, olvidándose de decirle que había cambiado de opinión.

Sin embargo, al otro día, él no se marchó, y Azul no le dijo nada.

El Ángel se acercó a hablar con él.

El muchacho se sintió incómodo, creyendo que el Ángel iba a mencionar la conversación del día anterior, y no tenía ganas de ser rechazado por segunda vez. Pero al parecer, ella solo estaba aburrida y quería charlar con alguien.

El muchacho había creído que no podría volver a dirigirle la palabra al Ángel, pero ella actuaba tan naturalmente que no le costó mucho hacer como si nada hubiera ocurrido.

Al poco tiempo, Azul se sumó a la conversación. Ya no le causaba sensación de languidez y de rencor; ahora ella se reía y hacía comentarios graciosos e intrascendentes.

No había caso. Al parecer, fuera del infierno, estaban todos locos.

lunes, 8 de agosto de 2011

EPDA 14 Trébol y Menta


La realidad es inevitable.
Podés ignorarla, pero no podés escapar de ella, y aunque luches con todas tu fuerzas por lo contrario, siempre va a dejar marcas profundas en tu persona.
No importa cuanto corras ni que tan lejos te vayas, la realidad va a estar siempre ahí, inquebrantable. No importa cuanto huyas de ella, siempre vas a tener que soportarla, aunque más no sea, unos minutos al día.
Al mismo tiempo, intentar escapar de ella es estúpido. Es negar algo que vive y que respirará por siempre en tu corazón.
Pero lo más importante, la realidad es vengativa. Mientras más la ignoras, más difíciles son aquellos minutos que tienes que soportarla. Ella es capaz de usar aquello que tú armaste para poder sobrevivir, destruirlo, y usarlo en tu contra. Destruir tu realidad de mentira, y exponerte la cruda verdad.
No importa cuanto corras, es inútil esconderse, la realidad siempre te encuentra.
No importa cuanto corras, porque por más lejos que llegues, nunca vas a poder escapar de ti mismo.

Ya era de día, y La Princesa acababa de abrir los ojos. Se quedó un par de minutos mirando el cielo, que rebosaba de luminosidad.
“Ya debe ser mediodía” Pensó, y echó una mirada para ver si sus compañeras ya se habían levantado. Pero no, estaban completamente dormidas, e ignoraban los rayos de sol que inútilmente intentaban despertarlas.
Decidió no molestarlas, aunque en realidad no supo bien porqué. Es decir, lo normal hubiera sido que, siendo la hora que era, al menos intentara llamar su atención.
Últimamente se encontraba sin muchas ganas de hablar con ellas, pero en especial, no tenía ganas de hablar con Azul. No sabía como explicarlo, pero sentía que Azul era cada vez más parte del Prado, y que eran dos cosas fusionadas, imposibles de separar. Y, sinceramente, ella ya se estaba hartando de la tranquilidad verde.
Últimamente pensaba en que quería tener un futuro, pero no quería un futuro de hada marginada. Y, dicha sea la verdad, Azul la hacía sentir infinitamente culpable por esto. Entonces, había decidido evitarla, aunque sea un poco.
Ella sabía como era Azul, y sabía que si se iba podría estar causándole un gran daño. Pero no podía con todos los sentimientos juntos. Necesitaba ser un poco egoísta. Además, después de todo, ¿Acaso ella no era “la Princesa”? ¿Por qué alguien le iba a evitar hacer lo que quería?
Se refugiaba bajo todos esos pensamientos, pero en realidad estaba un poco asustada, y a pesar de que se engañaba a sí misma, lo sabía. Asustada por miedo a no hacer lo correcto, a equivocarse, a lo desconocido, miedo de lastimar a Azul.
La Princesa se refregó la cara, como si algo le molestara.
No, no tenía que pensar en eso. Cuando llegue el momento, escaparía, y entonces sería libre de hacer lo que quisiera. Volvió a mirar al cielo un poco más, imaginándose a que distancia se encontraría el Gran Ojo.
Lo miró hasta que la luz le cansó la vista y no tuvo otra que mirar hacia otro lado.
Desvió la mirada al suelo, parpadeando repetidamente, intentando recuperar la visión normal.
El prado solo le parecía un enorme manchón verde, hasta que pudo enfocar la vista. Y entonces descubrió una extraña planta en el suelo.
Era una planta verdaderamente fácil de pasar por alto, porque era pequeña, y del mismo verde que el resto de la vegetación. Era una planta que consistía de un tallo y cuatro hojas en la punta. No parecía ser más que un yuyo.
Esa planta era un trébol.
No cualquier trébol, era un trébol de cuatro hojas.
La Princesa no había visto un trébol en su vida (no eran plantas muy comunes en el reino de las hadas) Y menos que menos un trébol de cuatro hojas.
Despertó a sus compañeras para mostrarles su hallazgo.
Naturalmente no se manifestaron muy agradecidas de que las hayan despertado por un yuyo que no medía ni cinco centímetros.
Tampoco se sorprendieron tanto como la Princesa esperaba. Ellas tampoco habían visto nunca a un trébol, pero ¿Qué daño podría hacer una planta tan insignificante, que apenas se la distinguía entre la hierba?
- Y ese trébol… ¿No será invención tuya?- Preguntó el Ángel, mientras se desperezaba por segunda vez.
- ¿A que te refieres? – Preguntó la Princesa, sinceramente extrañada.
- Vamos, no seas tonta. ¿Ya te olvidaste de cuando llenaste el prado de flores? ¿No pudiste haber creado esa planta, aunque sea inconcientemente?
- ¡Pero si es la primera vez en mi vida que veo un trébol! – Protestó.
El Ángel se limitó a levantar los hombros como respuesta.


El Reino de las Hadas es un lugar prestigioso. Allí reina el orden y la calma. Sus habitantes no suelen causar problemas, y a pesar de que sus poderes podrían provocar estragos, esto rara vez sucede. La diferencia entre los distintos seres mágicos que viven allí es infinita, y sin embargo, nunca sus diferencias han sido motivo de discusión.
Podrían decir que esta es una ciudad utópica. Se podría decir que todo esto se debe al buen reinado que había realizado la familia de Azul. Pero nada de eso sería del todo cierto.
El Reino de las Hadas era un lugar pacífico, pero estaba lejos de ser perfecto. Los problemas de la vida cotidiana seguían existiendo, y el prestigio normalmente solo consigue traer más problemas.
Se podría decir que todo era causa de un buen reinado, pero entonces estaríamos ignorando a la gente que se encuentra en las afueras de la ciudad.
No, no es el caso de Azul y sus amigas, sino el de aquellos que construyeron al límite de la ciudad luego de ser desterrados.
Es verdad que dentro del Reino de las Hadas los conflictos eran extraños, pero esto era porque a las cosas conflictivas se las expulsaba de la ciudad. Cosas demasiado fuera de lugar para pertenecer a una ciudad tan respetada.
La gente expulsada construía su propio mundo justo al límite del reino, y era ahí cuando la paz y el orden terminaban y eran sustituidos por la sorpresa de lo indecible y la tentación de lo incorrecto.
La gente desterrada solían ser seres que habían nacido con alguna deformidad muy extraña (y, que a diferencia del caso de Azul, no tenían solución); Criaturas pertenecientes a un mito muy diferente, o al cual nadie estaba acostumbrado (Como bien podría ser el caso de los ángeles); O hadas y criaturas normales que habían desviado sus caminos cometiendo actos prohibidos por el colectivo de la gente, o hadas y criaturas que han renunciando a sus poderes, tal vez por simple deseo a la simpleza, o tal vez por preferir otro tipo de magia, más oscura, engañosa e inútil.
La Pitonisa, se encontraba entre los desterrados.
Ya casi nadie se acuerda de su sangre de nobleza, ni del momento en el cual fue echada para siempre de la ciudad.
Se construyó una pequeña casa en el medio de aquellos suburbios. Su casa, al igual que todas las que la rodeaban, era humilde, simplona, y sin gracia, que causaba un duro contraste con las coloridas arquitecturas del Reino de las Hadas.
Allí dentro solo tenía una habitación, en la cual se las arreglaba para meter una mesa y un par de sillas, un lugar para reposar, una biblioteca llena de libros de cualquier tema, y en el fondo, una especie de cocina que utilizaba solo cuando tenía ganas de hacer alguna especie de experimento, y para hacer té, que era prácticamente su único alimento, y el que solía ofrecerle a sus clientes.
Se ganaba la vida con las sesiones de adivinación. Era verdad que habitaba un mundo que no era muy querido por los ciudadanos del reino, y que las adivinas no estaban bien vistas, pero sin embargo nunca le faltaban clientes. La gente es capaz de muchas cosas cuando cae en la desesperación. Los padres de Azul son el ejemplo perfecto a esa situación.
No existe una magia completamente eficaz para adivinar ciertas cosas, principalmente el futuro. Y hay personas que dependen del futuro de una manera asombrosa.
Por todo eso, a pesar de todo, los ciudadanos del Reino se acostumbraron a pasear por el mundo de los desterrados cuando necesitaban de la magia negada.
Incluso con su vida dura, la Pitonisa no se arrepiente de nada. Si hay algo que puede asegurar que no le falta, es diversión. Por que el suburbio de los desterrados será un lugar humilde, y tendrá edificios muchos menos bonitos que el Reino de las Hadas, pero todo eso es compensado con la sorpresa y alegría de no tener nada que perder. Aquel es el refugio de gente extraña y desquiciada, y aunque la paz no exista, ¿Cómo alguien puede aburrirse de un mundo tan sorprendentemente nuevo?
Por eso, aquel que recorre aquellas calles se queda con la sensación de que en ese mundo de casitas cuadradas y mal construidas, hay una chispa secreta, de la cual el Reino carece; y que además hay toda una forma de vida misteriosa (y por eso mismo atrayente) a la que al parecer, hay que perder la cordura para poder pertenecer.


Si lo pensamos bien, desde que Azul se instaló en el prado, este tuvo innumerables mutaciones.
Sobrevivió a una plaga de insectos, a una semana de oscuridad, a los poderes florales de la Princesa, al agujero negro creado por la Hechicera, a los desbordes de fuego del Ángel, y al sinfín de ilusiones imaginarias creadas por Azul.
Costaba creer que después de todo eso, el prado aún conservara su característico color verde lleno de vida.
El prado era casi un ser vivo más, con caprichos propios, y que era capaz de cambiar según su gusto y darle un giro drástico a la vida de sus habitantes.
En ese momento, por ejemplo, se le había dado por los tréboles de cuatro hojas.
Al primero que había identificado la Princesa le siguieron unos mil más.
Claro que, de todas maneras, eso no afectaba demasiado la vida de las hadas.
De hecho, últimamente nada afectaba sus vidas.
Los días se habían convertido en algo manso, que transcurrían sin que nada alterara la perfecta sensación de paz.
Tal vez la Princesa estaba un poco ensimismada y se negaba a hablar con Azul, pero esto, lejos de ocasionar problemas, volvía a las cosas un poco más tranquilas. La Princesa no quería relacionarse demasiado con Azul, y Azul no quería saber del motivo por el cual estaba tan absorta, así que nadie se podía quejar.
Lo único que estaba fuera de lugar eran los tréboles de cuatro hojas, pero nadie les prestaba atención.
Últimamente sus actividades eran tan escasas que no tenían otra que inventarse nuevos pasatiempos, sentarse a mirar pasar las horas, o entablar alguna especie de conversación.
Como la Princesa no se prestaba mucho, Azul hablaba con el Ángel.
Una de esas tardes vacías, Azul hablaba de trivialidades con su amiga, y la Princesa se había alejado para dar una vuelta y estirar las alas. Cuando volvió se dio cuenta de que sus compañeras aún seguían hablando, y como no tenía ganas de interrumpir ni de que le prestaran atención, se quedó un poco más atrás, escuchando.
- Entonces… ¿por eso escapaste de casa? – escuchó que preguntaba el Ángel.
- No exactamente. Ser princesa no me molestaría tanto si hubiera tenido que lidiar con ello desde que nací.
- ¿A qué te refieres?
Azul suspiró.
- Yo no debería estar ahí. Si ser princesa era mi futuro, si yo hubiera sabido desde siempre que debía tomar tal responsabilidad, hubiera juntado fuerzas y habría hecho lo posible para que mi gobierno sea justo. Pero… ¿Cómo podría lograr un gobierno justo cuando la verdadera heredera al trono es mi prima?
- ¿Entonces tu no eres la verdadera heredera al trono? ¿Qué ocurrió con tu prima? – inquirió el Ángel, aparentemente sorprendida.
- Fue desterrada por practicar la adivinación, y otras magias similares.
- ah… vaya. – Musitó. Comenzaba a creer que las hadas no eran tan liberales como creía, y que cada civilización tenía sus reglas, por más estúpidas que fuesen. - ¿y cuando la desterraron?
- Cuando yo tenía alrededor de 7 años… no se si tuve la oportunidad de conocerla bien, porque era un tipo de persona muy críptica. Pero… pero creo que de alguna manera tenía una extraña conexión con ella. Antes de que fuera desterrada, mi mamá solía decir que a ella le debíamos mucho, aunque no sé exactamente porqué… De cualquier manera, lo más extraño es que sentía que me podía comunicar con ella sin hablar, sin decir nada. Que ella, de alguna forma, siempre supo lo que estaba pensando, o lo que yo sentía, y al mismo tiempo, yo sabía que ella sabía lo que yo estaba pensando, y sabía, no sé como, que era lo que opinaba al respecto. Creo que ella estaba destinada a ser adivina… Creo que no podía ser otra cosa…
Ese discurso fue tan largo que ninguna supo qué más agregar. La Princesa había escuchado todo con mucha atención. Se encontraba atónita.
Primero, por que se acaba de enterar que Azul era una princesa, una princesa de verdad.
Y segundo, porque, al parecer, Azul había rechazado su puesto como si nada. Ella, que tenía el complejo de princesa desde que tenía memoria; ella, que, como si fuera poco, se hacia llamar nada menos que “La Princesa” no pudo creer que alguien tan común y tan fácil de someter como Azul pudiera ser de la realeza, y que encima hubiera rechazado todo aquello a lo que le hubiera gustado pertenecer.
Aunque se hacía la fuerte, y la egoísta, la Princesa tenía una idea muy romántica sobre la vida. Pensaba que ser de origen noble, tener un novio apuesto, enamorarse, ser respetada y querida, era lo mejor que a uno le podía pasar.
Lamentablemente no era de origen noble, y por más que luchaba para conseguir todas esas cosas, cada vez se le hacía más difícil, y más imposible conseguirlas.
Y a pesar de que Azul rechazaba todo aquello que ella anhelaba, creció dentro de ella una especie de admiración. De alguna manera, le pareció fantástico que Azul desechara todo aquello, y que aún así pudiera aceptar a la vida y ser feliz.
Por un momento, deseó ser como Azul.
Pero… ella no era Azul, era la Princesa. Y siempre se había enorgullecido de ello. Sin embargo…
- Entonces… ¿Qué vas a hacer?- Dijo de repente el Ángel, distrayendo a la Princesa y a Azul de sus pensamientos.
- ¿Qué voy a hacer con qué? – Respondió Azul, pues por un momento había olvidado de lo que estaban hablando.
- Digo, ¿Cómo vas a solucionar el problema? Ya sé que no quieres ocupar el puesto de tu prima, pero… Alguien debe ocuparlo, ¿no?
Azul meditó seriamente aquellas palabras.
El Ángel tenía razón. Azul simplemente había dado por hecho que una vez que se escapara, necesitarían a una nueva princesa y las cosas se solucionarían por sí solas.
Pero… ¿Y si era al revés? ¿Y si en vez de devolverle el puesto a la Pitonisa, los demás hubieran optado por buscar un camino incluso más complicado? En ese caso, se generarían más problemas, y Azul tendría la culpa. Y no podía dejar las cosas así. Tendría que hacer algo.
Azul volvió a pensar en su prima, y se la imaginó en una humilde casa viviendo un vida miserable (En realidad Azul no había vuelto a verla desde que la echaron, y nunca había visitado el suburbio de los desterrados, pero había oído que allí subsistencia no era sencilla) y se sintió horriblemente mal, en ese prado tan verde, tan lleno de vida, y tan sin nada. Sin aventuras ni problemas. Sin nada que hacer.
Deseó con todas fuerzas estar con ella, ayudarla. Después de todo, ¿Qué derecho tenía de vivir una vida pacífica cuando había gente en el mundo que sufría?
Y supo que no podía dejar las cosas así, ni que se podría quedar en aquel prado para siempre. Porque, por más lejos que estés, la realidad es inevitable.
Y, la mejor forma de soportarla, es construyendo un mundo mejor.
La Princesa también pensaba en su huída irremediable. Pensaba en como construir una realidad habitable, una que pudiera soportar. Tal vez la vida no fuera un cuento de hadas, y sin embargo, ella haría el intento. El intento de encontrar a su caballero soñado, para llevar por delante a todas las tristezas, hacerle frente al miedo y todas las cosas horribles que acechan en las sombras.
En ese instante, en el pecho de Azul y el de la Princesa, brotó una sensación extraña, una determinación. El nacimiento de una promesa inquebrantable.
Al mismo tiempo, los tréboles del prado fueron desapareciendo, hasta ser reemplazados por plantas de Menta, llenando al lugar de un aroma refrescante, y perfumando la piel de las hadas cuando éstas se recostaban a descansar. El aroma tardó varios días en desaparecer.

viernes, 1 de julio de 2011

EPDA 13 el anillo


El mundo en el cual había nacido la Hechicera se llamaba Médium. Esto era porque a aquel mundo estaba divido a la mitad.
Dos mitades dominadas por el prejuicio del bien y el mal.
Era un mundo dominado por teorías como el yin yang o la dependencia de los complementarios, u otras hipótesis similares.
Por lo tanto, una mitad del mundo era considerada una región ordenada, pura y que solo buscaba la paz, mientras que el otro lado era un lugar desagradable, donde todos hacían lo que querían sin una ley que los gobernara, y un lugar poco aconsejable de visitar, pues te encontrarías con trampas y peligros.
Pero la ley mas importante que regía a aquel mundo era la asignación de destinos. Se creía que todo ser viviente tenía algo que cumplir en el mundo, y un lugar al cual pertenecer.
Obviamente también existía la creencia de que a aquel que nacía en la mitad “oscura” se le serían asignados destinos más desagradables que en la mitad “luminosa”. Lo malo de todo esto, es que estas creencias solían ser certeras.
Naturalmente, la hechicera había nacido en la mitad “oscura”.
No era algo que ella padeciese mucho.
La madre de la hechicera no conocía el destino de su hija, porque ella nunca había querido revelárselo, pero sabía que era algo bastante terrible.
Su otra hija había nacido en el lado luminoso, y le era difícil criar a dos niñas tan diferentes.
Así como la madre de la hechicera no conocía el destino de su hija, tampoco la hechicera conocía el destino de su madre. Incluso, la madre de la hechicera creía haberlo olvidado. Se había resignado a una muerte intranquila.
Sin embargo, no quería que a sus hijas les ocurriera lo mismo. Y las alentaba a continuar, sin importarle que tan horribles o que tan maravillosos fuesen sus destinos.
La madre de la hechicera, gracias a sus hijas, pudo observar de primera mano la constante lucha entre la luz y la oscuridad.
Se atacan, se consumen y se hacen daño, pero nunca se matan. Están condenadas a existir en un flujo eterno sin descanso.
Luchan por un objetivo, pero nunca lo cumplen, por que saben que si alguna vez realizan el cometido, se quedaran sin rumbo, sin algo porque seguir. Y todo terminaría.
La madre nunca llegó a comprender del todo que aquel no era solo el ciclo de la luz y la oscuridad, si no el de su propio mundo.
Todos están condenados a luchar entre sí por un destino, pero en vez de luchar, están manteniendo un sutil equilibrio.
Después de todo… si el destino de la hechicera era destruir el mundo, ¿acaso no sería lógico que hubiera alguien destinado a salvarlo? Claro que lo era, y seguro que en algún lugar de aquel mundo existía una jovencita con ese propósito.
Aunque no todo está marcado por blancos y negros perfectos, la lucha de dos entes contrarios existe. Y también existe la necesidad de creer en un destino, de sentir que al menos sufrimos de la existencia por una razón. Y esto no solo ocurre en Médium.
Ocurre en la Tierra.
Ocurre en los Mundos Celestiales.
Ocurre en el Prado de Azul.

Desde que tiene memoria, Azul lleva en el dedo del medio de la mano derecha un anillo con una piedrita Azul, que hace referencia a su nombre. No sabe como lo obtuvo ni que significa, pero lo tiene allí desde siempre, y está tan acostumbrada que apenas nota su presencia.
Nunca pensó que ese anillo pudiera tener una utilidad especial. Hasta ahora, solo lo había usado para saber distinguir cual es la izquierda y cual es la derecha, pues tenía dificultades para ello.
Por eso, no notó cuando lo perdió. O al menos, no inmediatamente.
La primera mañana que despertó sin el anillo, se estiro, y de golpe sintió algo flojo en su interior, como una angustia sin sentido. No le prestó mucha atención.
Hacía muy poco que la Hechicera se había marchado, era lógico estar un poco angustiada.
Pero el Ángel y la Princesa también notaron cambios en ella. El aire a su alrededor era mucho más lánguido que de costumbre, y su presencia era cada vez menos corpórea.
De golpe, a Azul le costaba más de lo normal centrar sus ideas, y se quedaba con la mirada vacía hacia el horizonte.
Todo se volvía menos consistente.
Ocurrían blancos en su memoria.
Se le hacía muy difícil retener cualquier cosa… los recuerdos, las ideas y hasta su propia persona.
Hasta que una mañana despertó, con el cuerpo pesado, la cabeza confundida, y al primer paso se deshizo en un charco de agua.
La Princesa y El Ángel lanzaron gritos de horror, sin comprender lo que había ocurrido.
Sabían que Azul era un ser compuesto principalmente por agua, casi sin carne y sin otros órganos, pero nunca imaginaron que podría ocurrir algo así. Que la Azul que conocían, podría perder su forma hasta quedar reducida a una pequeña cantidad de líquido.



Cuando Azul vino al mundo, no era más que una cosa carente de forma propia, que sin embargo adoptaba la forma del recipiente que la contenía. Muchos creerían que una criatura así no tenía posibilidad de existir en el mundo, o al menos de llevar una vida normal.
Rosaura sufrió mucho en esa época, sin saber del todo si había dado a luz a una persona, o a algo que simplemente estaba condenado a subsistir en una existencia vacía.
No era demasiado raro en el Reino de las Hadas. Se acostumbraba a ver nacer niños de contextura física incierta, ya que esta misma suele estar arraigada a la clase de poder que los niños poseen, la cual puede variar de cualquier forma.
Además, teniendo de padre a un hombre que puede cambiar su fachada aparentemente humana por la de un árbol, era de esperarse en Azul alguna fisonomía extraña.
Cuando ya se creía que para Azul no había ninguna esperanza, la Pitonisa divisó en el recipiente de agua que la contenía, algo parecido a unas imágenes que se reproducían inexplicablemente en su interior.
En ese entonces, la Pitonisa solo tenía 9 años, y aún no era una pitonisa. Era bendecida por el nombre de Aitana, y todavía no había renunciado a su don de hada.
Los poderes son cosas extrañas. Varían mucho, ninguno es exactamente igual a otro. Aitana tenía un don único, y prácticamente inclasificable, pero se le había dado el nombre de El Poder de las Ilusiones.
Tenía la capacidad de crear imágenes y sensaciones irreales.
Tal vez a causa de esa capacidad tenía esa constante aura de misterio, y al mismo tiempo de seguridad. Tal vez hasta su propio aspecto de ojos marrones con destellos violetas, de cara pecosa, y de labios rojos esbozados casi siempre en una perfecta sonrisa burlona, era solo una ilusión más.
Pero en ese entonces solo era una niña de 9 años que vagaba por el castillo, del cual sería dueña cuando creciera, según su destino.
Cuando vio las imágenes proyectadas en el cuerpo sin forma de su acuosa prima, supo de inmediato que no solo estaba viva, si no que poseía una gran inteligencia y que cumplía con los requerimientos suficientes para vivir la vida (excepto, tal vez, un cuerpo normal).
La Pitonisa sabía de esas cosas, porque entendía de imágenes, y conocía las mentiras de las ilusiones. Eran parte de su poder.
Así fue como la familia de Azul no se rindió hasta poder darle un cuerpo decente, por que sabían que lo que se encontraba en aquel recipiente pensaba y tenía alma propia.
Hasta que se enteraron de las Piedras Preciosas.
Eran piedras que producían alteraciones en los cuerpos mágicos. Habían muchísimas, y su significado variaba según su color. Las de colores cálidos (Como rojos, o naranjas) sirven para relajar tensiones nerviosas. La Verdes sirven para curar heridas graves. Las de colores neutros (Blancas o negras) para pensar con claridad.
Y las Azules, para la consistencia de los cuerpos.
La leyenda dice que hay una Piedra por cada hada. Es decir, que cada piedra es única, y que para todas las hadas hay una piedra correspondiente que es perfecta para curar todos sus males.
Gracias a esa piedra, Azul tuvo fuerza suficiente para crear un cuerpo, y recibió un nombre.
A pesar que desde entonces no se había sacado su anillo, su cuerpo líquido dejó huellas en su personalidad. Ella era, de por si, una persona poco consistente, con tendencia a olvidarse de las cosas que no consideraba importantes, a dejarse llevar por las circunstancias, a irse de la realidad. Tenía pocas opiniones firmes (aunque en algunas ocasiones era muy terca), un aura debilucha, y parecía que en cualquier momento su alma podía irse a un mundo desconocido y no regresar jamás.
En eso pensaba Abel últimamente. Pensaba que ya sabía que Azul se iba a escapar de casa alguna vez, y que ni siquiera todo el cariño que un padre le pudiera otorgar la retendrían. Era parte de su personalidad huir siempre a un lugar mejor. Después de todo, retener al agua con algo tan material como las manos, es imposible.


Cuando Azul volvió a abrir los ojos, no recordaba nada. Sus dos amigas la miraban con atención, fijándose si se encontraba bien.
Ellas conocían las leyendas de las Piedras Preciosas, así que no tardaron en suponer que el problema se debía a la ausencia del anillo, pero si les costó un poco encontrarlo.
De todas formas, Azul seguía sin recordar lo sucedido. No comprendía la razón por la cual sus amigas la miraban como si estuviera incubando alguna especie de enfermedad.
Al final, Azul seguía sin comprender el sacrificio de sus padres, ni su propia debilidad.

sábado, 4 de junio de 2011

Indecisa



Esta soy yo
Así será el resto de mi vida.
Este es mi camino,
Y no creo que haya una salida.

Es difícil ser fuerte,
La mayoría de las veces,
Cuando todo está oscuro,
El temor crece y crece.
---
Mirame, estoy temblando,
Soy como un bebé a punto de morir,
Como un ser tan sano,
Que sin embargo,
Va cometer el peor de los pecados.

Estoy ciego, cariño,
O ciega, ya no lo sé,
Mi espíritu ahora es carne,
Mis deseos gritan de sed.
---
Esta soy yo,
Hallaré la forma de ser feliz,
Este es mi camino,
Es sinuoso, pero es para mi.

No soy nada fuerte,
Y no puedo levantarme
Las heridas me duelen
Pero nadie puede desarmarme.

Esta es la peor
Fórmula para ser feliz,
Mi niño.
Esta es la peor
Fórmula para ser feliz,
Mi amor

---
Mirame, estoy temblando,
Soy como un bebé a punto de morir,
Como un ser tan sano,
Que sin embargo,
Va cometer el peor de los pecados.

Estoy ciego, cariño,
O ciega, ya no lo sé,
Mi espíritu ahora es carne,
Mis deseos gritan de sed.
Gritan de sed…

cap 12 El viaje de la Hechicera EPDA




Los miedos de Azul no tardaron en hacerse realidad.
Cuando ya se estaba por cumplir el 7º día de oscuridad, el Gran Ojo volvió a abrirse, y todo se llenó de luz de nuevo.
Todas disfrutaron de los rayos que alumbraron la mañana. Todas menos la Hechicera.
Apenas despertó y observó el cielo, pegó un grito de horror.
El Ángel celebró aquel momento de debilidad, pues la Hechicera acababa de demostrar que no era inmune al miedo. Y es más: Su peor temor se estaba haciendo realidad.
¿Qué era lo que había fallado? ¿Acaso aquella era una demostración de cobardía? ¿Realmente no estaba lista para concluir con su trabajo?
La Hechicera estuvo el resto del día absorta en sus pensamientos. Era inútil intentar hablarle, o intentar averiguar que era lo que le ocurría. Meditaba, ignorando los juegos de las demás que festejaban la renovada luminosidad. Meditaba intentando encontrar el punto medio de sus sentimientos, luchando por hallar la estabilidad total, aquella posición neutral y extracorporal que necesitaba urgentemente para no caer en la desesperación, para poder comprender sus errores y sus emociones bloqueadas.
Se esforzó tanto en encontrar una salida a su dolor (el cual crecía y crecía en forma descontrolada) que halló la forma de escapar de su cuerpo, liberándose de las opresiones corporales y del nudo de su garganta. Su alma se desprendió de las ataduras, y ahora navegaba inerte en el cielo de aquel mundo que no era el suyo.
Ahora podía verlo con total claridad, sin la molesta interrupción de necesidades físicas o dolores emocionales. Por un momento, pudo observarlo todo y saberlo todo. Pudo comprender al universo, al ciclo de la vida, y a la milésima de detalles de la existencia cotidiana que cualquiera pasaría por alto.
Y solo en ese estado pudo hallar un camino y una respuesta.

La Hechicera había dejado su cuerpo vacío en medio del prado. Al principio, ninguna de las hadas se preocupó, pues no era raro que la Hechicera estuviera meditando.
Pero entonces comenzó a brillar. Era una luz oscura en medio de aquel prado luminoso.
Sus amigas intentaron hacerla entrar en sí, pero a pesar de que probaron todo lo que se les ocurría, no lograron hacer que la Hechicera diera el menor signo de estar viva.
Lo único que hacía era largar más y más oscuridad, amenazando con volver a llenar el prado de tinieblas. Al cabo de una hora, ya no se podía ver el cuerpo de la Hechicera, y en su lugar se hallaba un enorme agujero negro.
A partir de ese momento, las demás hadas no pudieron hacer más que esperar.

Al alma de la Hechicera le costó mucho regresar a su cuerpo. No se había dado cuenta de que cada vez se estaba yendo más lejos, y que mientras descubría más secretos y más verdades de la existencia, estaba dejando un poco de su propia vida en aquel abismo desconocido e infinito.
No sabía a donde se estaba yendo, pero definitivamente aquel lugar no era el reino de las hadas, ni Médium, ni el interior del Gran Ojo, ni tampoco era ninguno de los Mundos Celestiales.
En ese momento tuvo la certeza de que no importa que tan atrás hayas dejado tu humanidad, ni que tan cruel o tan bondadoso seas, siempre puedes caer más allá.
Por que El Abismo es desconocido e infinito. Y siempre hay espacio para caer más abajo.
Lo único que la impulsó a luchar para volver, fue el miedo. Era realmente ilógico que un ser que conocía todos los secretos de la oscuridad le temiera a lo desconocido.
O tal vez era eso. Había confiado tanto en la oscuridad, que se había olvidado que no se podía confiar en la muerte.
En aquel viaje no obtuvo demasiado. La mayoría de los conocimientos que había aprendido, los olvidó en cuanto tuvo conciencia de ser ella misma.
Era algo realmente confuso volver a la realidad cuando descubres que la realidad no es nada comparada con el enorme abismo de lo desconocido.
Y le costaba centrar sus ideas.
Lo único que ganó en aquel viaje fue un poco más de fuerza, y una meta.
Por un momento, pensó que su destino no tenía sentido. Porque supo que todas las almas tienen el mismo camino.
Pero después se dio cuenta de que a pesar de que todas las almas siguen el mismo camino, no todas las almas son iguales. Y ella no quería recorrer el camino infinito con un alma atormentada.
Cuando volvió en sí, estaba llorando.

Después de mucho tiempo de observar como la Hechicera expandía su oscuridad interna, Azul y las demás observaron que, lentamente, la oscuridad estaba desapareciendo, y se iba metiendo nuevamente dentro del cuerpo de la Hechicera.
La oscuridad desapareció bastante rápido y de manera repentina. En su interior encontraron a una Hechicera llorosa y sentimental, que de la nada empezó a abrazar a todas a sus amigas, a decirles que lo lamentaba, y que las quería mucho, y que en su vida ellas habían sido sus únicas amigas de verdad, y las únicas que no la habían tratado mal, o las únicas que no la habían tratado como si fuera alguien demasiado despiadado, o como si tuviera alguna extraña enfermedad, y que otra vez lo lamentaba, pero se iba a tener que ir, por que si no iban a pasar cosas malas, cosas muy malas.
Esa fue la única vez que la Hechicera le dijo a sus amigas palabras de afecto.
Ninguna pudo evitar acordarse del día en el que la Hechicera había bajado al mundo, agarrada de un rayo de luz, y todas pensaron que ella se guardaba demasiadas cosas, nunca demostraba los sentimientos agradables, ni tampoco aquellos que duelen, y que al final aquellos sentimientos que duelen terminan contaminando a los demás, y todo duele, y todo es difícil de sacar… sin llorar.
Pero ninguna comprendió la razón por la cual huiría, y trataron de calmarla, y de decirle que todo iba a mejorar, pero no había caso.
Su razón de escape era algo profundo que al parecer ellas no comprendían.
Tuvieron que dejar que se alejara por el horizonte, por que no había nada capaz de encarcelar la libertad que en ese momento le permitían sus alas.
Azul, el Ángel y la Princesa la miraron alejarse con tristeza.
Azul pensaba en sus miedos, que se cumplían irrevocablemente, y el Ángel en lo triste de las despedidas.
Pero de golpe la Princesa alzó vuelo y fue a buscar a la Hechicera, dejando a las demás con desconcierto.
- ¿Adonde vas? – Le preguntó la Princesa cuando la alcanzó.
La Hechicera ya había gastado toda la gentileza que le quedaba.
- ¿Qué haces acá? No tenés que seguirme.
La Princesa ignoró la pregunta.
- Vas a ir allá, ¿verdad? Al interior del Gran Ojo, al lugar donde se juntan las dimensiones.
La Hechicera la miró con la peor cara que pudo.
- No es de tu incumbencia.
La Princesa tomó aquello como una afirmación.
- Quiero ir con vos.
La Hechicera la miró, y no pudo comprender sus deseos. Le pareció que lo que le estaba pidiendo era absurdo y estúpido.
- No seas tonta.- Respondió con decisión. – Estar en aquel lugar no es algo agradable.
Se produjo silencio, y la Hechicera creyó que la Princesa había entrado en razón.
- Entonces, ¿Por qué vas a ir ahí?- Dijo la Princesa aparentemente enfadada.
La Hechicera sonrió.
- Eso tampoco es de tu incumbencia.

A pesar de todo, Azul siempre había admirado a la Hechicera. Odiaba la forma que trataba a las demás, pero siempre le tuvo respeto. Creía que detrás de sus misteriosas acciones y de sus infinitas barreras, había un deber noble.
Nunca más volvieron a saber de ella.
La huida de la Hechicera tuvo bastante resonancia en las habitantes del prado.
Y sin embargo, la más afectada parecía ser la Princesa. Últimamente se juntaba mucho con el Ángel de fuego, y hablaban en voz baja.
Azul odió, como siempre había odiado, aquella extraña conexión que tenían sus amigas, a la cual nunca pudo pertenecer. Ahora se sentía más sola que nunca.

Lo que nunca supieron, tanto las habitantes del prado como la Hechicera, fue la verdadera razón por la cual el Gran Ojo estuvo cerrado casi toda una semana. Era algo en lo que la Hechicera no tenía nada que ver.

viernes, 22 de abril de 2011

EPDA cap 11 Miedo



- …Fue entonces cuando las predicciones de María la Sangrienta se hicieron realidad, y su alma fue condenada a vagar en busca de aquellos locos que creían su historia.
Se hizo un silencio profundo en el cual las oyentes pudieron apreciar cada palabra.
La Hechicera solía tener la voz algo ronca, pero cuando narraba aquellas historias de terror su habla se tornaba profunda y sumisa.
Luego de interminables segundos de un silencio mortal, la Hechicera cambió lentamente su expresión seria por una poco convincente cara crispada por el terror. Y otra vez con una lentitud exasperante, levantó el brazo, señalando a algo que se encontraba detrás de las oyentes.
Azul sabía que haría eso. Todas lo sabían.
Pero no podían evitar hacerle caso.
La Princesa fue la primera en volver el rostro. El Ángel y Azul la siguieron.
Entonces, las abrazó un viento helado y distinguieron con toda claridad un movimiento sutil típico de los fantasmas.
La Princesa y el Ángel pegaron un grito. Y también Azul, a pesar de que se había prometido a sí misma que no se dejaría engañar otra vez.
La Hechicera se desternilló de la risa.
Ese truco lo repetía, por lo menos, cinco veces por noche. Y las demás caían siempre.
Azul no entendía como lo hacía, debía tener alguna especie de talento especial para asustar, o algo así.
Segundos después de haber pegado al grito, las habitantes del prado se daban cuenta de que aquel movimiento sutil que habían confundido con un fantasma, se trataba de una hoja arrastrada por el viento. Probablemente, aquella hoja perteneciera a ese único árbol que se encontraba a mitad del camino que llevaba al reino de las hadas.
- No seas mala, deja de asustarnos. – Le reprochó la Princesa a la Hechicera, que era la más dramática, la más sentimental, y la que se asustaba más fácilmente. Ella no tenía ningún pudor en demostrar que estaba asustada, pero Azul solía tener la opinión de que sus ataques de susto eran algo exagerados.
La Hechicera no parecía nada culpable.
- No puedo creer que hayan vuelto a caer. ¡Fue tan obvio! – dijo, interrumpida por sus risas, que al parecer no podía controlar.
- Deja de hacerlo. Al principio era divertido, pero ya es irritante. – dijo Azul, molesta.
La Hechicera dejó de reírse y la miró con malicia.
- ¿Sabes que es lo que me molesta de ti? En estos momentos te haces la madura, pero es probable que seas la más inmadura de las cuatro. Tu también gritaste. No te hagas la adulta. No eres inmune al miedo.
Bueno, Azul no podía contradecirla sin mentir. Aunque, francamente, seguía pensando que entre el Ángel y la Princesa, ella era la más valiente.
- Nadie es inmune al miedo. – se salió por la tangente. – ¿O me vas a decir que nada te asusta?
- Pues no. – Respondió con una sonrisita de suficiencia.
Azul blanqueó los ojos, pero no dijo nada. No podía creer la niña llorona que había caído del Gran Ojo le estuviera diciendo que nada le aterraba.
No dijo nada por que hace tiempo había aprendido que discutir con la Hechicera era tan inútil como discutir con la Princesa, e incluso la primera lograba que te enroscaras en tu propio discurso, y al final terminabas confundido, y sintiéndote un imbécil.
Sin embargo, fue el Ángel la que habló.
- No seas tonta. Todos tenemos algo que nos asusta.
- Bueno, yo no. – replicó la Hechicera sin dejar de sonreír.
- ¿Sabes qué? Un día de estos te la vamos a devolver. Y vamos a demostrar que no eres “inmune al miedo”. – Agregó el Ángel muy segura.
La Hechicera lanzó otra risa.
- ¡Ustedes no son capaces de asustar a nadie! ¡Hagan lo que quieran, no me preocupa!
El Ángel sonrió y se acercó a la Princesa para idear un buen plan.


Ella tenía la piel del color silencioso de los jazmines. Y en los ojos, el reflejo verde de un prado infinito.
Era un reflejo verde que desde los tiempos de oscuridad corría peligro de desaparecer, ya que desde que el Gran Ojo se había cerrado, Azul no había podido observar al verde pasto con naturalidad.
En esos momentos oscuros no podían hacer mucho. Dormían, hacían fogatas, contaban historias de terror.
Y Aunque el Ángel y la Princesa eran siempre las más asustadas, era Azul la que no podía dormir y la que lloraba por las noches.
No lloraba por miedo, porque sabía que siempre que estuviera acompañada por sus amigas, nada sería demasiado terrible.
Entonces… ¿Por qué lloraba?
Una noche, harta de llorar a escondidas, fue a hallar una respuesta.
Casi podemos decir que flotó hacia el árbol como una sonámbula. Cómo si hubiera decidido de antemano ir hacia allí, como si el árbol la llamase.
Nunca le contó a nadie que el recuerdo del árbol absorbiéndole su vitalidad de agua de rocío no le asustaba, y que solo había conseguido que se obsesione más con aquella planta.
La sensación que tuvo cuando viajó por la sabia, y se dividió en millones de partículas, fue gloriosa. Ese fue el único momento en toda su vida en el que recuerda haberse sentido completa y pura.
Pura, porque en ese momento ella no era un ser corpóreo y sucio, sino algo que se mimetizaba con lo natural, y experimentaba la vida inocente y sencilla de un vegetal.
Tardó en darse cuenta en que se dirigía al árbol porque le hacían falta todos esos sentimientos.
De todas maneras, cuando llegó a su objetivo y estuvo parada al lado de aquellas raíces descomunales, lo único que sintió fueron sus ganas de llorar, pero intensificadas.
El Árbol se veía majestuoso a la luz frágil de las estrellas, y ella se sintió tan insignificante y… sola.
Sola, sola, sola.
Se repitió esa palabra mientras que un manantial de agua pura brotaba por sus ojos, y se deshacía de esa humedad inútil e incompatible que su cuerpo había estado acumulando.
Y se dio cuenta de que estaba equivocada, que lloraba porque estaba asustada, y que la Hechicera tenía razón y que ella era una cobarde, la más cobarde e inmadura de las cuatro.
Se había desacostumbrado a la soledad. Al fin y al cabo, sabía que eso pasaría, y que nada bueno podía surgir de aquellas invasoras, a las que ahora llamaba “mis amigas”.
Se había convertido en un ser débil y dependiente. Y la única razón por la cual las historias de la Hechicera no le aterraban, era por que ahora ella estaba acompañada y se sentía segura, pero ¿Qué pasaría cuando sus amigas la abandonen y la dejen… sola?
No se sentía capaz de enfrentar eso.
Y mientras pegaba patadas en el suelo maldijo el momento en el conoció a la Princesa, el momento en el que conoció al Ángel, y el momento en el que conoció a la Hechicera, en ese orden y con una ira descontrolada.
Le llevó un tiempo calmarse, pero al final lo consiguió.
Luego de varios segundos de silencio pudo volver a pensar fríamente. Notó que tanto desahogo frenético la había agotado, y que las noches sin dormir le pasaban factura.
Se sentó entre las raíces del árbol, olvidando que ahora no se encontraba la Princesa por si se metía en problemas.
Y se puso a recordar, y a sacar conclusiones.
¿Por qué sus amigas encontrarían razón para abandonarla? En ningún momento ellas hicieron una insinuación, pero Azul se encontraba angustiada, como si se fueran a ir en cualquier momento.
Azul no podía engañarse a sí misma, al menos no en ese momento. Es verdad que nunca le habían insinuado nada, pero sabía que acabaría por terminar sola.
Bastaba ver el semblante de preocupación que ponía a veces la Hechicera, y las barreras que ella levantaba para que nadie pudiera acercársele sentimentalmente. Actuaba como si no pensara en quedarse, si no como si el prado fuera una parada, un puente hacia otro mundo.
Bastaba ver como el Ángel levantaba la vista y sentía el llamado de los reinos celestiales, de su casa, de su familia, de su padre enfermo de fuego. Azul sabía que llegaría el día en el que no podría soportar más la urgencia de sus añoranzas y huiría sin decir adiós.
Y la Princesa… Azul no sabía mucho de la Princesa. A pesar de ser la más extrovertida del grupo, nunca había hablado de su pasado. Y eso a Azul la inquietaba, y nada le garantizaba que ella no huiría como las otras.
Mientras seguía pensando en todo eso (ahora sin llorar, pero con algo de tristeza) dejó andar libre a su mente y a sus pensamientos, y de golpe se encontró recordando su casa, su vida entera.
¿Y que era lo que le garantizaba que ella se quedaría en el prado y no volvería a casa?
Esa pregunta pasó por su mente de manera fugaz, y no tuvo que respondérsela.
Ella no podía volver a casa. Todavía no.
Ella estaba unida al prado por algo sólido, algo que no podía ignorar. Ella había huido en busca de paz emocional, en busca de tranquilidad, en busca de una ciudad imaginaria.
Y por ahora, no había conseguido todo lo que había buscado.
Antes de volver a casa, debía aprender a vivir en paz consigo misma, y solo así podría hacerle frente a la soledad.
Y mientras su mente cavilada por aquellos lugares mas ocultos y olvidados de su memoria, se dio cuenta de que estaba expresándolos en voz alta.
No solo eso, los estaba compartiendo con el árbol.
El árbol, tan callado pero tan real en esos momentos, se había vuelto a convertir en su ancla, y como Azul le temía a la soledad, se las ingenió para convertir al árbol en un amigo. Un viejo amigo.
- Ahora que me acuerdo, he tenido muchos sueños. – Decía Azul. – Sueños extraños, y en todos aparece un niño. No conozco a ese niño, o no recuerdo haberlo conocido. Pero siempre está. Creo que está buscándome… - Se quedó desconcertada ante aquel último pensamiento. No supo como continuar el hilo de sus ideas, así que se quedó callada por unos minutos.
Se dio cuenta de que deseaba ver al niño de sus sueños, pero no sabía porqué. Y su recuerdo solo lograba confundirla, no podía pensar en él mucho tiempo sin que surgiera un blanco en sus propios pensamientos.
Se acurrucó en las raíces mientras murmuraba trivialidades.
Un viento frío los envolvió, y Azul escuchó el crujir de una rama.
Se sobresaltó un poco. No creía que aquel viento débil fuera capaz de tumbar al árbol.
Pero Azul no se había dado cuenta del estado del árbol.
Estaba frágil. Muy frágil, y enfermo.
El color de sus ramas ya no era de un marrón profundo, sino de un beige seco y sin vida.
Ya casi no le quedaban hojas.
El árbol había sido capaz de sobrevivir a las sequías, pero no podía continuar viviendo con la falta de luz y calor.
Él ancla de Azul se había convertido en algo inseguro.
Ni siquiera tenía las fuerzas suficientes para robarle al hada su vitalidad de agua de rocío.
Ignorante a todo, Azul se abrazaba a sus pies, creyendo que el árbol había superado por fin sus ansias de alimento, y la había aceptado como a una igual.

domingo, 3 de abril de 2011

10 Oscuridad EPDA


Estaba atardeciendo. Bueno, eso no debería ser nada extraño. Si no fuera porque estaba atardeciendo demasiado pronto. Apenas habían pasado un par de horas desde que el Gran Ojo había lanzado sus primeros rayos, y ahí estaba, cerrándose otra vez. Ninguna de las chicas habían visto comportarse al sol de aquella forma. Azul tuvo la idea recurrente de acercarse al Gran Ojo. Pero no pudo elevarse mucho ya que sus rayos, a pesar de que cada vez era menos intensos, le dañaban la vista. No les quedó otra que observar como el ojo se cerraba lentamente, sin que pudieran hacer nada. El atardecer no tardó en convertirse en una noche negra como la tinta. Como obviamente no tenían sueño, el Ángel prendió fuego un par hojas secas, con la intención de hacer una fogata. Azul cuidaba que el fuego no quemara el verde pasto y no pasara a mayores. Hicieron una ronda alrededor de esa única fuente de luz. La Princesa miró con avidez a las llamas, sintiéndose atraída por su calor y luminosidad. Nunca lo habría admitido, pero ella también padecía el amor simbólico que una vez padeció Azul. Ella estaba enamorada del sol. No del Gran Ojo. Ella siempre se sentía vinculada a todo aquello que provocara calidez, pero sobre todo, siempre se sentiría atraída por aquello que brille. Pero el sol, el sol era algo único, algo que producía luz propia, algo indispensable para cualquiera. Algo enorme, inalcanzable, acogedor. Algo que la encandilaba. Inalcanzable… La Princesa sufría mucho cuando miraba hacia arriba. Creía que los rayos que el Gran Ojo emitía, en realidad eran producidos por un sol que el Gran Ojo ocultaba entre sus pestañas. Era un amor imposible, sobre todo porque sabía que si se acercaba, ella se marchitaría como una rosa en invierno. Con el correr de los tiempos, se había conformado con solo verlo de lejos. Pero sabía que todo había terminado. Lo sabía porque ahora el aire era un sopor frío que congelaba los huesos, y por que la invadía una absoluta sensación de soledad. El sol la había abandonado para siempre. No fue la única que se dio cuenta. Ese frío, sin dudas, no era algo normal. La teoría de la Hechicera era diferente. Esa oscuridad pura, era, claramente, obra suya. Significaba que su poder oscuro se estaba extendiendo, y que la profecía continuaba haciendo su trabajo. Cuando se cumpliera el 7mo día de oscuridad total, sería hora de comenzar con la destrucción. Azul miraba hacía el cielo con el semblante preocupado. También se sentía angustiada. Y sola, pero no en el mismo sentido que la Princesa. Sentía como si aquella persona que las vigilaba y las cuidaba desde arriba se hubiera marchado y las hubiera dejado a su suerte. - Y… ¿Saben porqué pudo haber ocurrido? – Murmuró el Ángel, inquieta por el ensimismamiento de las demás. - No lo se. Que yo sepa, esto nunca antes había pasado. – Respondió Azul, aún pensativa. - Tampoco había pasado en mi mundo…- Susurró la Hechicera, en un intento de no levantar sospechas. - ¿En tu mundo también existía el Gran Ojo? – Exclamó el Ángel, sorprendida. La Hechicera la miró levantando las cejas. - Pues claro, el Gran Ojo está en todas las dimensiones. Se produjo un silencio breve, y entonces, de golpe, Azul se llevó la mano a la frente y exclamó, dirigiéndose a la Hechicera. - ¡Pero si tú vienes de otra dimensión! - Gracias, señorita evidente… - ¡Sabes a lo que me refiero! ¡Tú vienes de ahí arriba! ¡Estuviste dentro del Gran Ojo! Él Ángel soltó un gritito de sorpresa y la Princesa levantó la cabeza, atenta. - ¡Es verdad! – Exclamó el Ángel. - ¿Y no tienes ninguna idea de que es lo que hizo que se cerrara? - Acabo de decirte que no lo sé.- Dijo la Hechicera, incómoda. - ¿Pero que es lo que había ahí dentro? – Inquirió Azul. Todas miraron a la Hechicera con curiosidad. Se demoró unos instantes en responder. - Miren, no recuerdo mucho de lo que pasó ahí. Las imágenes son borrosas… Fueron momentos muy extraños. Piensen que no es nada fácil cambiar de dimensión, y es muy duro adaptarse, tanto mental como físicamente. - Intenta recordar. – Tanteó el Ángel. – Tal vez sea la solución a este problema. La Hechicera frunció los labios. La verdad no le gustaba pensar en ese tema, sobre todo por que cuando pretendía acordarse le daba jaqueca. Además, no estaba de más decir que el traspase de una dimensión a otra, no solo consistía en un hechizo muy complicado, sino que estaba prohibido en su mundo. - No lo se…- Murmuró. – Creo que primero aparecí en un cuarto totalmente oscuro… tuve miedo de haber echo mal el hechizo. - hizo una pausa. – luego vi una luz… pequeña, como una estrella lejana. Y después otra, y otra. Esas luces me abrumaban. Creo que luego me eché a correr, aunque no puedo especificar cuanto tiempo… Fui a dar con una puerta, que me llevaba a una habitación completamente blanca, demasiado luminosa. No era lo que yo buscaba, quería algo de tranquilidad, paz… era algo que no parecía posible en ese momento, porque la cabeza me daba vueltas, y no podía pensar con claridad.- Hizo otra pausa, y cerró los ojos con fuerza. – Y creo… creo que después choqué contra alguien… Una persona que llevaba ropa de metal… una armadura… - ¡¿Un caballero?! – Interrumpió la Princesa sin poder evitarlo. El Ángel y Azul la chistaron, porque definitivamente no estaba bien interrumpir el discurso más largo (y aparentemente el más sincero) que había dado la Hechicera desde que estaba en el prado. Pero a la Princesa no le importaba. ¿Qué importaban los modales, si era probable que estuviera escuchando las palabras más importantes que escucharía en toda su vida? - No lo sé… no estoy segura de quien era, pero creo que no me equivoco al decir que ahí había alguien. En ese momento solo recuerdo mi confusión. Creo que la otra persona me zarandeó un poco, lo cual no me ayudó a centrar mis ideas. Me soltó y… y luego me encontraba aquí. Se hizo silencio. Ninguna de las oyentes habían asumido que la historia había terminado. - ¿Así nada más? – Se animó a decir el Ángel - Bueno… eso es lo que recuerdo. En ese momento, mi mente parecía desconectada a mi cuerpo. Nadie dijo otra palabra por un rato, y todas recordaron el día que la Hechicera pisó el verde pasto del prado por primera vez. Recordaron lo vulnerable que se veía, y les costaba creer que ahora fuera la misma persona. La Hechicera se sintió incómoda, pues intuía que ella no era la única que estaba recordando. Se apresuró a decir algo. - Así que ya ven… lo que yo vi ahí adentro no sirve de nada. - Bueno… no podemos decir eso… ¿Y si la oscuridad que viste dentro de aquella habitación se desbordó?- Inquirió el Ángel Azul se mostró de acuerdo con esa teoría, aunque agregó que eso no cambiaba nada. Que aún no sabían que hacer para desvanecer a la oscuridad. Ni la Princesa Ni la Hechicera escuchaban. La Princesa estaba ocupada imaginando al caballero que custodiaba la entrada del sol. Imaginó que su armadura tendría un brillo excesivo, producido por el choque entre el metal y los rayos luminosos. Tal vez era ese caballero al que estaba buscando cada vez que miraba arriba y, era él a quién le sonreía cuando los rayos acariciaban su corazón. Tal vez, él la estaba esperando, y se había decepcionado al no encontrar sus rasgos en el rostro de la Hechicera. Tal vez… Mientras la Princesa se entregaba a la lógica insegura de las ilusiones, la Hechicera suspiraba de alivio. Se relajó un poco al ver que Azul y el Ángel creaban hipótesis sobre las posibilidades de un desborde de oscuridad. Pero, por alguna razón, aún se encontraba inquieta. Y Se dio cuenta de que se sentía culpable. Sí, culpable. Culpable por mentirles y darles una pista falsa. ¿Cómo podía ser tan débil? Y Se dio cuenta de que estaba empezando a quererlas de forma inevitable. A pesar de que intentaba no hablar con ellas, a pesar sus esfuerzos por no relacionarse, ella empezaba a sentir afecto hacia las demás. Y las quería solo por que estaban ahí. Porque formaban parte de su vida. ¿Cómo podría destruir una parte de su vida? Y aunque la oscuridad era tan pura y tan negra como la tinta, esa noche la Hechicera no pudo dormir, como si el miedo fuera una luz que le quemaba los ojos.

jueves, 24 de marzo de 2011

9 Contrarios EPDA


La Ley de los contrarios de Livra aseguraba que, cuando un ser es capaz de dominar cualquier clase de poder, también es capaz de de mantener a la raya al contrario de este, por lo tanto, también puede dominarlo.
El ejemplo perfecto está en la luz y la oscuridad. Donde no hay luz hay oscuridad, por eso es que si alguien sabe crear luz de la nada, en cierta forma también sabe hacer desaparecer la oscuridad. Y consecuentemente, tiene control sobre ambas partes.
Esta regla se aplicaba a cada una de las habitantes del prado, aunque no todas estaban muy concientes de ello.
Azul era capaz de manejar todo lo húmedo. El agua de los lagos, los fluidos corporales, y hasta su propio cuerpo. Pero aún así, también tenía control sobre las brisas áridas que venían de vaya uno a saber dónde, que poblaban sus oídos con historias de mundos desconocidos, con los cuales nutriría su civilización imaginaria, si es que aún existiera.
La Princesa sabía como crear vida de la nada, conocía sus secretos y su insólita chispa, esa que hacía que un montón de mundanos órganos se pusieran en movimiento. Pero también poseía los secretos de la muerte y el de los mundos celestiales, y sabía como hacer que la chipa de la vida desapareciera sin dejar rastro alguno. Era algo de lo que ni ella misma estaba enterada, y era un poder que tenía escondido en lo más profundo y oscuro de su alma, enredado en una jaula de enredaderas.
Pero el caso del Ángel era diferente. Pues… ¿Cuál era exactamente su poder? Ella era un ángel, no un hada, algo que últimamente se le estaba olvidando. Los ángeles, normalmente, no tienen ningún poder especial que no tengan sus pares. Sí tienen unas grandes alas de plumas blancas, bien fuertes y muy útiles a la hora de volar a grandes alturas y distancias. Sí tienen increíbles dotes para la lucha, y también poseen una presencia casi tan frágil como el cristal, que les permite desvanecerse en los momentos oportunos.
Pero ella, ella tenía una locura de fuego desatada en el fondo de su corazón, un fuego que le había costado su hogar y a que a veces le era muy difícil mantener bajo control.
¿La Ley de los Contrarios se aplicaba también a su locura? En ese caso… ¿Cuál era su poder? ¿El fuego? ¿La destrucción? ¿La… calidez?
Le costaba ser la distinta, aunque nadie se daba cuenta de ello.
El Ángel tenía la costumbre de hacer de cuenta que todo andaba bien, incluso cuando el fuego de su corazón amenazaba con destruir sus entrañas. Su alegría siempre era contagiosa, nadie podía sentirse mal mientras estaban al resguardo de sus cabellos dorados. Era por eso que todas las habitantes del prado deseaban tenerla cerca, incluida la Hechicera.
La felicidad era algo que nadie podía reprochar.
Sólo Azul la había visto llorar. Fue únicamente en dos ocasiones, y aún así le habían parecido tan extrañas que no pudo olvidarlas.
El Ángel padecía inquietudes propias de su especie.
Sentía que los mundos celestiales tiraban de ella, la llamaban. Pero ya no podía volver a esos cielos inmaculados, porque ella misma no era inmaculada.
Últimamente observaba a sus amigas y se le hacía más difícil divisar la línea del bien y el mal, y se preguntaba si ella estaría cometiendo más errores de los que debería.
Todo se le había vuelto tan confuso…
Y todo había empezado cuando la fuerza de su corazón se desbordó, revelando las propiedades sulfúricas del infierno.
El fuego era algo prohibido en el Reino de los Cielos. Les recordaba a su más temido enemigo.
Y ahora ella misma ya no sabía si era un ángel, o un demonio, o si realmente había lugar para un ser tan extraño como ella.
Por eso fue en busca de los seres más neutrales que conocía: Las hadas, a la espera de que la comprendieran.
Ya no sabía si había hecho lo correcto o no, por que las conductas de las hadas la confundían. Ellas no actuaban bajo ningún reglamento, sino según la libertad que les permitían sus alas.
No temían al castigo eterno del infierno, ni entendían la obsesión de la perfección.
Esas actitudes chocaban con sus costumbres angélicas.
Y le dolía estar lejos de su hogar, le dolía ser tan imperfecta.
Por eso, cuando la necesidad tiraba demasiado fuerte, alzaba vuelo y se alejaba de sus compañeras. Pero ya no tenía el poder de volar tan alto, ni de tocar las nubes con las manos. Ya no…
Azul estaba acostumbrada a que sus compañeras desaparecieran de vez en cuando. Cada una tenía sus problemas, sus caprichos… hasta ella misma se ausentaba a veces, con la intención de no desacostumbrarse mucho de la soledad, pues al fin y al cabo, ella es realmente quien nunca te va a abandonar…
Por eso no se preocupaba si el Ángel se iba.
Lo que realmente le preocupaban eran los momentos en los que su alegría comenzaba a flaquear de forma misteriosa, y en sus ojos se notaba una duda repentina, una duda que recordaba al miedo y a la tristeza. Eran momentos muy fugaces, pero aún así altamente inquietantes.
No sabía por que le preocupaba tanto. Había algo extraño en esa niña.
La verdad era que el Ángel había sido prácticamente su fuente de felicidad en los últimos días. Ella era la razón por la que no estallaban peleas y ninguna enloquecía. No era algo muy bueno que aquella fuente alegría corriera peligro. Era lógico estar preocupado.
Una de esas tardes que el Ángel se marchó, Azul salió a buscarla porque sabía que se había puesto a llorar otra vez. Azul conocía el arte de las lágrimas. Eran, también, parte de su poder.
Mientras buscaba al Ángel encontró un rastro de pasto chamuscado. Y cenizas. Muchas cenizas.
Pensó que aquello no era una buena señal, aunque no estaba del todo segura. No sabía que era lo que producía el desborde de fuego en su corazón.
Luego de unos largos minutos, la encontró flotando unos centímetros arriba del pasto chamuscado. No lloraba, pero tenía la cara roja. Cerraba los ojos, lo cual daba a suponer que estaba reflexionando sobre algo, pero al mismo tiempo se abrazaba con las manos, como si quisiera protegerse. El viento enredaba su largo cabello.
Azul la miró un rato, pero no se acercó. Siempre ocurría lo mismo. Por un lado, tenía ganas de ir a consolarla, pero por otro tenía miedo de ser rechazada, y tampoco estaba muy segura de querer cargar con los problemas de los demás.
Azul no hizo nada, pero el Ángel habló.
No supo que fue lo que la motivó a hacerlo, ni cuando comenzó, pero de un momento a otro el Ángel estaba hablando.
Le contó de su vida en el Mundo Celestial. Le contó de quienes la criaron. Sus padres.
Le contó de su fuego desatado en el corazón, le contó que fue desterrada por eso. Le contó de sus imperfecciones, de su miedo a ser un demonio. Le contó que el fuego lo había heredado de una maldición que había recibido su padre, una maldición que poco a poco incendiaba sus órganos internos. Le contó que nadie sabía de aquello a causa del orgullo. Que sus padres le habían prohibido que hablara por el orgullo. Que todos tenían algo que acarrear de sus progenitores, y lo que a ella le tocaba era el orgullo, el maldito orgullo de ser un inmaculado y perfecto ciudadano del Cielo. Pero ella no era inmaculada. No lo era.
Azul no sabía si escuchaba, o si aquello que perforaba sus oídos no era más que un zumbido distorsionado por su propia imaginación. Pero aunque la otra hablaba, y ella no estaba del todo segura de comprender el significado de sus palabras, una angustia que mutaba a desesperación fue creciendo dentro de ella.
Se dio cuenta de que se había equivocado, que no debía de haber ido a buscar al Ángel.
Porque no se había dado cuenta de que la quería.
De que necesitaba su felicidad para ser feliz. Y ella no se veía nada feliz.
Azul nunca se había interesado en buscar la verdadera amistad, esa que no solo significa un deber, si no también un sacrificio que uno debía de entregar sin que este le molestase.
Pero Azul no estaba lista para hacer una amiga ¡No lo estaba!
Porque se sintió horriblemente culpable cuando vio al Ángel llorar, y ella odiaba el sufrimiento, el sufrimiento de cualquier tipo.
El Ángel seguía confesando sus miedos y sus penurias. “¡para ya!” Quería gritar Azul, pero estaba clavada en la más absoluta inmovilidad.
Le parecía imposible que una persona pudiera tener que cargar con tantas cosas, y más aún el hecho de que rara vez se notaba su tristeza.
Por un momento, pudo odiarla con todas sus fuerzas. Odió su naturaleza expansiva de sentimientos, porque ahora podía sentir como las penas del Ángel traspasaban su cuerpo hasta llegar a su corazón y hacer un nudo en su garganta.
Y de golpe, como si el torrente de sensaciones que vivía en ese momento no fuera suficiente, se dio cuenta de otra cosa.
Las lágrimas del Ángel, que resbalaban por sus cachetes y caían al maltratado pasto, revivían la hierba muerta.
Eso hizo que Azul se sorprendiera, olvidando su odio y su angustia compartida.
La ley de los contrarios de Livra…
El Ángel tenía la capacidad de sanar aquello que había destruido. Tenía la capacidad de entristecer a aquello que había alegrado.
¿Qué importaba si era un ángel, un hada o un demonio?
Si la Ley de los contrarios de Livra se aplicaba a todo… ¿Por qué agua y fuego no podían ser amigas?
Azul no había dicho nada, aunque deseaba con todas su fuerzas que la confesión del Ángel acabara.
Él Ángel no se percató de su odio repentino, pero supo apreciar su escucha silenciosa.
Volvieron con las demás en silencio, y nunca más tocaron los temas que al Ángel le preocupaban.
Pero aquel momento las marcó a ambas, haciendo que su amistad sea solo un poco más sólida que antes.
Cada vez que Azul y el Ángel se reían por alguna trivialidad, el hada no podía evitar sentirse un poco culpable.
Culpable porque ella intuía que, casi sin pensarlo, escondía cosas importantes.
El Ángel, a pesar de todo, había tenido la valentía de desahogarse, de darle un respiro a su alma.
¿No iba siendo hora de que Azul hiciera lo mismo?

domingo, 13 de marzo de 2011

EPDA 8 Las sombras


El reinado florido de la Princesa acabó por culpa de la Hechicera.
Ésta última se le acercó un día, mientras la otra estaba muy ocupada confeccionando una nueva flor.
- Estoy harta de estas malditas flores. – Le dijo sin levantar la voz, pero terriblemente seria. – o te deshaces de ellas, o juro que te haré daño.
La Princesa la miró atónita.
Nadie se esperaba aquella reacción.
La Hechicera parecía tener secuelas de alguna extraña enfermedad bipolar.
Es verdad que a veces no era muy agradable y que a veces se mofaba de las demás, pero de todas formas nunca se mostró dispuesta a hacerle daño a nadie. Tampoco provocaba peleas.
Incluso había días que se levantaba de buen humor y era muy amigable.
Pero jamás se imaginaron que fuera capaz de decirle eso a la Princesa, y al parecer, la Princesa tampoco.
Le hizo caso de inmediato, y en pocos segundos, el prado se encontraba tan verde y tan deshabitado como siempre.
Azul nunca se habría imaginado que la Princesa se rendiría de esa forma.
La Princesa nunca se había dejado controlar por nadie. Además, ella era muy terca y obstinada, y siempre ponía argumentos antes de ceder.
Pero esta vez le hizo caso sin oponer resistencia. Parecía repentinamente asustada por aquella amenaza insólita.
Cuando la Hechicera comprobó que en el prado ya no había ninguna planta, se echó en el pasto y se durmió en el acto.
Las demás la observaron, sorprendidas en silencio.
La Hechicera hallaba consuelo en el mundo de los sueños. Su mente se despejaba aún más que cuando meditaba. Por eso, dormía mucho.
A pesar de que siempre se había mostrado indiferente, ella tampoco era inmune al miedo a lo desconocido. Y aunque no lo había demostrado, la época en la que el prado se había llenado de insectos la torturó mucho. Y decidió que lo que debía hacer era asegurarse de que eso nunca volviera a ocurrir.
Porque ella tenía prohibido demostrar debilidad. Era algo que había aprendido desde pequeña.
No podría demostrarla por nada del mundo, ni siquiera cuando la profecía se comenzara a cumplir.
Y a penas se fueron las flores, llegaron las sombras.
La primera en sentirlas fue Azul, o al menos eso creía ella, pues no se animaba a consultarlo con nadie.
Sucedió una noche en la que no podía dormir. Tenía los ojos absolutamente acostumbrados, y veía todo con total claridad a la luz de las estrellas.
Entonces las vio… Eran sombras, solo sombras que, a pesar de que estaba todo oscuro, se distinguían perfectamente y se desplazaban sin la necesidad de que algo sólido las guíe.
Y cuando se acercaron a Azul, comenzó a oír murmullos.
“Tu no vales nada… nada”
“¿Sabes lo que hicieron tus padres cuándo descubrieron que escapaste? Se rieron de ti por ser tan cobarde… ni siquiera te están buscando, preferirían no encontrarte…”
“Eres tan débil… no tienes la fuerza para llevar una vida tu sola”
“Esas chicas que están ahí al lado… no te aprecian, están contigo porque no tienen a dónde ir…”
Y en cuanto escuchó esas voces (voces que se confundirían con el viento si corriera algo más que una leve brisa veraniega) Azul tuvo la certeza de que decían la verdad, y por eso no tuvo fuerzas para desmentirlas o enfrentarlas.
Al comprobar su angustia las sombras largaron una risa amarga y exclamaron “¡Débil! ¡Débil!”. Palabras que resonaron en la cabeza de Azul durante toda la noche.

A partir de entonces las sombras nunca la abandonaron. Habían descubierto una presa fácil.
Azul no lo había comentado con las demás porque creía que eso implicaba revelar sus miedos. Y Azul, como la Hechicera, no era una persona que le gustara hablar de sus sentimientos.
Entonces, soportó a las sombras todas las noches, como si aquello fuera una especie de deber noble.
Durante el día estaba cansada, y más quisquillosa que de costumbre. Y las demás se dieron cuenta.
Pero al poco tiempo, Azul no fue la única que se comportaba de manera extraña. Ni la Princesa ni el Ángel daban señas de haber dormido bien, y aunque la Hechicera se encontraba más enérgica que de costumbre, se mostraba especialmente inquieta. Parecía estar muy a la defensiva, y se sobresaltaba por pequeñeces. A menudo se apartaba del grupo y abría su relicario, siempre cuidando de que nadie más que ella viera su contenido.

Una noche especialmente oscura, Azul esperaba a las sombras casi como si aquello fuera algo natural. No tardaron en llegar, como tampoco dudaron en atacarla nuevamente.
“Estás tan sola “– se mofaba una. – “¿Cómo sabes que las niñas que te rodean están dormidas y no muertas?”
“Nunca nadie podrá entenderte… ¿quién se ocuparía de entender a un hada medio loca?”
“Eres tan fácil de acobardar… eres tan inocente, tan frágil…”
Volvieron a reír. Azul cerraba los ojos con fuerza, pero eso no le impedía escuchar.
“¡Ya eres nuestra!” – Dijo otra, con voz estremecedoramente corpórea y autoritaria.- “¡No tienes escapatoria, niña! ¡Estás en nuestro poder!”
- ¡Basta! ¡¿por qué hacen esto?!- Exclamó Azul, pese a sus esfuerzos por mantenerse callada. Creía que hablar con las sombras solo empeoraría las cosas, y, sobre todo, las volvería más reales. Pero a esas alturas no pudo con su genio.
Las sombras se carcajearon con maldad otra vez.
“Eres tan imbécil, tan ingenua…”
“No puedo creer que seas tan ciega… ¿de verdad no te diste cuenta…?”
“Tus lamentos son, para nosotras, poder, niña idiota…”
En ese momento, de golpe, todas se callaron, y un haz de luz interrumpió la oscuridad
Era el Ángel de Fuego, que ahora estaba levantada y lanzaba llamaradas hacia las sombras, que, aterradas, retrocedieron.
Azul le miró el rostro. Tenía los ojos hinchados, y los cachetes colorados. Pero, a parte de eso, tenía el semblante impregnado de una absoluta seguridad.
Las sombras no desaparecieron, pero ya no molestaban, y se habían quedado allí, inmóviles.
- ¿Estás bien?- Le preguntó el Ángel a Azul
Ella contestó con un pequeño “si”.
El Ángel se mantuvo unos segundos en silencio, como si pensara en algo, y luego agregó.
- Esas sombras también me estuvieron molestando a mí…
Azul observó su rostro colorado, y el rastro de unas lágrimas que ya había terminado su recorrido, y no pudo evitar sentirse un poco culpable…
- No me había dado cuenta…- murmuró Azul, tratando de excusarse. Decía la verdad, pero no entendía cómo no había notado que las sombras merodeaban al Ángel, si ella misma no había dormido nada en las últimas noches.
- No te preocupes. Yo tampoco me había dado cuenta de que te molestaban…
El Ángel aún se mostraba seria, algo extraño en ella.
Azul se quedó en silencio, le hubiera gustado decirle algo alentador, pero no se le ocurrió qué.
En ese mismo instante, la Hechicera se despertó.
Miró a las dos chicas levantadas, y luego a las sombras, alejadas a una prudente distancia.
- ¿¡Qué les hicieron!? – Le espetó al Ángel y a Azul.
- ¿Qué?- exclamó el Ángel, sin entender a lo que se refería.
- ¡¿Qué les hicieron a ellas?!- repitió, ahora señalando a las sombras.
- ¡¿Estás loca?!- se encolerizó – ¡Esas malditas sombras no nos dejaban en paz!
Pero la Hechicera ya no escuchaba, por que en cuanto la oyeron hablar, las sombras se dirigieron hacía ella.
“Nos dijiste que no nos harían daño…”
“… Nos mentiste”
“Nos perteneces, niña… ahora tu gran poder está a nuestro servicio…”
-¡Aléjense! ¡Aléjense!- gritaba ella, y otro haz de luz centelleó en la oscuridad, ésta vez, provocado por la Hechicera.
Nuevamente, las sombras se alejaron.
- Nunca se olviden de quién es quien manda.- Exclamó, fulminando a las sombras con la mirada.- Y ahora váyanse, ya no las necesito.
Las sombras obedecieron, y se marcharon lentamente.
- y ustedes ¿Qué miran?- les espetó a Azul y al Ángel.
Ellas no respondieron, se acostaron en el pasto, y por fin pudieron descansar en paz.
No fue así para la Hechicera.
La profecía rezaba que para juntar fuerzas, la Hechicera debía apoderarse de la felicidad de los demás. Pero aunque ella era un ser guiado por la oscuridad, una persona criada para poder controlar los estratos más siniestros de la magia, no tuvo fuerzas para hacerlo ella misma. Y lo hicieron las sombras, esos seres que ella creaba inconcientemente, pero que no podía controlar del todo.
Guardaba un gran desprecio a aquellas sombras, porque eran de naturaleza traicionera.
Incluso ahora la atacaban a ella. Sí, a su creadora. Y ya ni siquiera se molestaba en desecharlas.
“No tienes valor para continuar…”
“Te vas a pudrir en el infierno”
“Te vas a terminar encariñando con ellas, como lo que pasó en tu hogar…”
- Cállense. – Murmuró, acurrucada en el pasto.
“¡No puedes darnos ordenes!”
“Ya no somos tuyas”
“Terminarás trasformándote en nosotras, ya lo verás…”

“si, consumiremos tu cuerpo, hasta que solo quede la sombra…”
Pero la Hechicera no les hacía caso.
Porque la ley de los contrarios de Livra dictaba que cualquier ser que pueda manejar una clase de poder, puede mantener a la raya su contrario, y por lo tanto, puede dominarlo.
Por eso, la Hechicera sabía que jamás sería una sombra.
Porque aunque ella era un ser guiado por la oscuridad, una persona criada para poder controlar los estratos más oscuros de la magia, ella era también un hada de la luz.
Y ese rayo de luz era la razón por la que jamás se podría convertir en una sombra.
Era la razón por la cual nunca podría acabar con su destino.