Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

miércoles, 20 de octubre de 2010

La Fuerza de la Risa


- ¡Che! ¿Me escuchás?
Ella lo miró de manera indiferente, como lo hacía siempre que le convenía hacerse la boluda. En realidad tampoco podía contestarle de una manera sincera, pues ni ella misma estaba totalmente segura de si estaba escuchando o no, así que optó por no responder. Pero no tomó esa decisión por ser fiel a la sinceridad, si no porque simplemente le era más fácil no hacerlo.
- Te hice una pregunta ¿entendés a que me refiero?
- Si.- respondió con involuntaria voz inocente e infantil. Esa voz que sabía que a él le molestaba, pero que no podía evitar.
- Bueno, ¿y que pensás al respecto? ¿No tenés nada para decir?
En cuanto escuchó esa pregunta tan esperada un manantial de pensamientos invadió su cabeza. Sí, obvio que tenía algo para decir. Quería que supieran que estaba de acuerdo, pero aún así no quería ceder a ese chantaje de cariño tan común en ellos. Quería que supieran que si ella hacía algo mal o algo que les molestaba no era por otra cosa que por la rebeldía estúpida, típica de la adolescencia. Porque ella los quería, claro que los quería, y estaría genial que ellos lo supieran.
Pero fueron tantos esos pensamientos que no pudo digerirlos todos en ese momento, así que no pudo hacer otra cosa que mirarlos con cara de vaca que ve pasar el tren, y hacer un gesto de no saber que decir. Además, no tenía buenas experiencias en sincerarse con sus padres.
Él, al confirmar su presentimiento, sintió que una furia ciega lo invadía.
- ¡No puede ser que no tengas nada para decir! ¡No puede ser que no te importe nada! ¿De verdad es eso lo que esperás hacer con tu vida? ¿¡Nada?! ¿¡No te gustaría salir con tus amigos!? ¿¡No te gustaría salir con un pibe!? ¿¡Cuando seas grande vas a pasarte la vida pelotudeando en la computadora y mirando dibujitos animados en la tele!? ¡No podés ser tan boluda! ¡No podés ser tan insensible!
A pesar de sus esfuerzos inmensos por no escuchar lo que él decía, no puedo evitar parar las orejas cuando éste hizo un resumen completo de todo lo que le venía preocupando en los últimos años.
Entonces, sintió que un deseo irreprimible e incoherente de reír nacía desde el interior de su pecho. Y tuvo que dejarlo ser, nomás.
Lanzó una carcajada voraz, eufórica, interminable, que resonó en toda la casa y en todos los corazones de los presentes, como si se hubiera largado a gritar. Pero no, estaba riendo. Era una risa tan fuerte y tan cargada de placer, que daba miedo.
Ni ella misma supo porqué.
Recordó su incapacidad de sentir. Su indiferencia hacia la vida. Su escasez de deseos. Su sueño de volar y de no crecer, ni tener que cambiar ni independizarse. En fin, todo lo que le hizo recordar, quizá sin ser del todo consiente, su padre.
Y seguía riendo, sin encontrar la manera de detenerse.
Tal vez reía por todo el dolor. Porque esas palabras, en algún rincón de su corazón, debieron hacerle daño. Y porque ya estaba harta de llorar por estupideces, porque debe ser más lindo reir que llorar. Y en cada carcajada, dejaba escapar, un poco, todo el lamento que sentía por dentro.
Como las equivalencias que se realizan en las matemáticas y en otras artes similares, porque casi nadie sabe que la fuerza que produce el llanto, los gritos, y la desesperación, es la misma que la fuerza de la risa.

domingo, 17 de octubre de 2010

Donde se juntan los mundos


Mirar mariposas puede ser peligroso,

todo el mundo lo sabe,

podés correr el riesgo

de distraerte un instante.



Podés creer que sos libre,

libre de volar por ahí,

y no te das cuenta

que no vas a salir.



Y un caballero de armadura

te mostrará donde se juntan los mundos.

Te dejará que lo acompañes en su viaje,

sin compromiso alguno.



Pero te confundirá con otra mariposa,

en invien¡rno te dejará morir,

sin arrepentimiento ni compasión,

no existe un final feliz.



Mirar mariposas puede ser peligroso,

todo el mundo lo sabe.

Podés correr el riesgo

de enamorarte.



Y una guerrera de cabellos rojos,

te mostrará donde se juntan los mundos.

Te dejará que la acompañes en su viaje,

sin motivo alguno.



Pero te confundirá con una llave,

una llave para salir de allí,

y por mucho que te pese,

no existe un final feliz.

8ï8 Vomitando mariposas


Ella era una criada que nada sabía del amor ni de las naturalezas humanas. Apareció un día dentro de una canastita, al lado de la puerta de una casa lujosa, al igual que otros miles de niños habían aparecido antes de la misma manera.
Creció sin ninguna figura paternal, viviendo siempre de lo que sobraba de los demás. Quizá solo para tener un lugar al cual pertenecer en esa enorme casa, se dedicó a la limpieza del hogar.
Creció sin ninguna referencia al amor, pero el amor, aunque se desconozca su comportamiento y su mecanismo, aunque no tenga ningún sentido, a veces aparece sin que se le busque ni se le llame.
Por eso se sorprendió cuando una tarde observó por primera vez con ojos juveniles al hijo menor del dueño de la casa, que tenía aproximadamente su edad. Naturalmente no reconoció los síntomas, y solo había sentido un leve cosquilleo en el estómago.
Al principio creyó que algo que había comido le había caído mal, pero cuando se dio cuenta de que ese extraño cosquilleo no era algo casual si no algo que sentía de forma constante (Cuando veía al hijo, cuando observaba a las parejas en la calle, cuando alguien la llama con una confianza no correspondiente a lo común de la época) abandonó toda hipótesis y se sumergió en una especie de sopor propia de la fiebre del amor no correspondido.
Descuidó la limpieza de la casa. En cuanto se quedaba sola, se encerraba en la habitación de una de las hermanas del hijo y se ponía a leer sus novelas románticas, mientras soñaba tarareando los valses de moda.
Todas sus acciones se llenaron de una ternura distraída. De repente su mundo se había convertido en algo hermoso y frágil.
Y todo eso para sentir los cosquilleos en la panza. Cosquilleos que se movían deliciosamente en su estómago, que la sacudían cual descarga eléctrica, que le recordaban que estaba viva.
Se inducía a esos cosquilleos de una manera tan febril que no se dio cuenta de que lo que sentía no era amor, sino una descompostura en el estómago, tal como había sido su primera impresión.
Solo se percató cuando un estremecimiento fuerte la obligó ir corriendo al baño, y vomitó un centenar de mariposas.