Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

toda imagen aquí vista es pura creación de alguna persona, ecepto grillito, a menos que ella diga lo contrario. Si quieren ver dibujos de ella, vayan a http://lachicamariposa.deviantart.com/

Procuren no chocarse con la luna!

viernes, 19 de agosto de 2011

EPDA 15 El extraño que vino del Infierno


Había pasado poco tiempo desde que las innumerables plantas de menta habían desaparecido, y sin embargo su olor refrescante fue rápidamente reemplazado por uno desagradable, similar al de huevo podrido, que arrugaba las narices de las habitantes del prado.

Unos segundos antes, un leve temblor había sacudido la tierra. Y entonces, llegó el olor.

El olor cada vez se hacía más intenso. Al mismo tiempo, la Temperatura del lugar había aumentado de forma considerable.

- ¿Qué está pasando? – Exclamó Azul, tapándose la nariz y haciendo muecas de desagrado.

- No sé… - Murmuró el Ángel, pero unos instantes después abrió desmesuradamente los ojos, como si repentinamente hubiera recordado algo, o como si violentas imágenes se cruzaran por su cerebro. De golpe sintió un miedo irracional y unas ganas de huir ante lo que sus instintos le decían que era un peligro inminente. Pero se quedó quieta, en su lugar, sin poder reaccionar.

Su memoria comenzó a funcionar sin poder controlarla, recordándole los momentos más horribles de su vida, y luego los recuerdos se distorsionaron para mostrarle cosas que en realidad no había vivido, pero que aún así le producían escozor. Imágenes de los castigos divinos a causa de los pecados capitales, las condenas naturales de los excesos y otras cosas terribles de las que nadie se salvaba.

El Ángel supo que significaba todo aquello, conocía los síntomas. Pero no hizo nada, por que si algo le había enseñado su estadía con las hadas, era a desconfiar de sus instintos angelicales, y a no creer en el prejuicio del bien y el mal.

Al cabo de un rato, confirmando sus sospechas, apareció un joven caminando por el prado.

Estaba lastimado, manchado de un menjunje de sangre, cenizas y sudor; y caminaba con mucha dificultad. A penas vio que cerca de él había gente que podría ayudarlo, sintió tanto alivio que perdió el conocimiento y se desplomó sobre el pasto.

Azul y la Princesa pegaron un grito al ver tal aparición, y fueron corriendo a ver que era lo que le había ocurrido, pero el Ángel se quedo atrás, a una prudente distancia.

- Tal vez no sea buena idea que nos acerquemos a él…- Tanteó, aunque mostrando indiferencia.

-¿Por qué no?- Preguntó la Princesa.

- ¡Necesita ayuda! –Objetó Azul – Además no sabemos desde donde vino, ni hace cuanto que…

- Ese es el caso. – La interrumpió el Ángel- Creo que viene de allá abajo. – Y con un gesto señaló al piso.

Las dos la miraron sin comprender.

- ¿Cómo que de “allá abajo”? – Inquirió la Princesa.

Él Ángel las miró con impaciencia, frustrada por el poco tacto que ambas tenían con las indirectas.

- Del infierno- Dijo a regañadientes, como si acabara de soltar una palabrota. - ¿de dónde más?

Ahora Azul y la Princesa las miraban incrédulas.

Y, de golpe, la Princesa soltó un gritito y se alejó del joven moribundo.

- ¡No hagas eso! – La chistó el Ángel.

- Pero… ¿no se supone que el infierno es un lugar malo, o algo así? ¿No se supone que eso es lo que tú crees?

- Esa no es excusa para tratarlo así, como… como si estuviera contaminado, o si te diera asco acercarte a él.

- ¿entonces como hay que tratarlo? ¿Podemos confiar en él?

El Ángel la observó detenidamente antes de responder.

- Ya no sé que pensar... – y se quedó un rato absorta.

- ¿Estás completamente segura de que viene del infierno?. – Inquirió Azul.

El Ángel asintió.

- Me sorprendería mucho que no fuera así.

- ¿Y cómo estás tan segura?

El Ángel ladeó la cabeza.

- Para empezar, apesta a Azufre. Según las leyendas que contaban en el Reino Celestial, el infierno está lleno de lava, fuego y azufre. Aparte ¿no vieron el rastro que dejó al caminar?

La Princesa y Azul giraron la cabeza. Y descubrieron que allí por donde el joven había caminado, se encontraban rastros de una destrucción.

No era como el Ángel, que cuando el fuego se le desbordaba chamuscaba la hierba del prado, si no algo mucho más catastrófico.

El pasto no solo estaba quemado, la tierra también se encontraba rajada, como si de golpe alguien hubiera decidido abrir el suelo en dos.

Destructivo o no, si era de fiar o no, daba igual, de todas maneras el extraño joven se quedó en el prado.

Recuperó el conocimiento un par de horas después, y aunque no habló mucho (pues aún se encontraba cansado) Se mostró bastante cortés.

La Princesa en seguida superó su primera impresión, y lo trataba con total confianza.

Azul se encargó, con sus poderes de agua, de limpiarle el rostro de aquel menjunje, producto del sufrimiento y el dolor.

Hasta el Ángel se acercó a hablar con él.

Él chico era de piel morena y llevaba puesta ropa negra, holgada y rotosa. Aún no conocían su nombre, ni pudieron confirmar si venía del infierno.

Sin embargo, una vez que recuperó fuerzas nadie le hizo preguntas sobre aquello. Él se había mostrado muy agradecido por las atenciones de las hadas, y poco después habló de sus intenciones de marcharse. Pero aún se encontraba demasiado débil, tanto que solo podía mantenerse en pie unos segundos. Así que tuvo que desistir de sus esfuerzos, y a pesar de que no le hacía mucha gracia, tuvo que reconocer que en esas condiciones no podía ir muy lejos.

El muchacho pudo disfrutar un poco más del privilegio de ser el nuevo centro de atención, al menos por unos días.

La Princesa hablaba mucho con él. Demasiado, quizás, pero el joven no se quejaba. Le parecía divertida aquella chica que saltaba siempre con un tema distinto y se enredaba con sus propias palabras. Sin embargo le pareció que era una persona muy común, con intereses comunes. En fin, alguien con quien entretenerse para pasar el rato.

Ella era capaz de contarle cualquier cosa, ya que estaba un poco aburrida de tener que hablar siempre con las mismas. Un día le dijo:

- Así que… ¿vienes de lejos?

El muchacho la miró con una sonrisa irónica.

- ¿por qué preguntas?- dijo alzando una ceja.

- Por que yo me quiero ir. Estoy harta de este lugar.

El joven rió.

- ¿ah, si? Igual, acá no se está tan mal.

- Si, eso decís vos, por que estás todo el día tirado y nosotras te tenemos que cuidar.

El chico lanzó una carcajada más audible.

- ¿Y a donde quieres ir, si se puede saber?

La Princesa hizo como que lo meditaba.

- No sé, -mintió.- Algún lugar más interesante.

El joven volvió a reír, divertido por la espontaneidad de la Princesa.

- ¿y vos? ¿Por qué viniste acá? – Preguntó ella.

El chico se puso un poco más serio, aunque volvió a sonreír de forma irónica.

- Yo estoy harto de las cosas interesantes. Necesitaba un poco de tranquilidad.

Azul, en cambio, era la más desconfiada. No por un tema en especial. Aunque no pareciera, Azul y las demás ya llevaban un tiempo considerable en el prado, y habían crecido. Estaban casi por atravesar la adolescencia. Y pasar todo ese tiempo, aislada del mundo y sólo con sus amigas, la habían hecho más desconfiada de lo que ya era, por no mencionar el poco contacto que había tenido con el género opuesto.

Además, ese chico era tan confiado y tan cortés, que Azul no podía menos que pensar que algo andaba mal. Que algo debía de estar ocultando. Y si el Ángel tenía razón, y venía del infierno…

El Ángel lo trataba, pero solo lo justo y necesario. Se mostraba cálida y agradable, como se mostraba con todo el mundo, pero nada más. Y sin embargo, el muchacho se dio cuenta de que ella era distinta. De que no era un hada, pero tampoco era exactamente un ángel, por que algo extraño interrumpía su aura de perfección. Algo que era casi humano.

Un día decidió preguntárselo. Ella estaba caminando por ahí cerca y él la llamó. Ella se acercó más y le preguntó si necesitaba algo.

- No, estoy bien. – Le respondió.- Solamente me preguntaba… Tú no eres un hada ¿verdad? Eres como yo.

El Ángel sonrió, pero, tratándose de ella, era una sonrisa fría, que no llegaba a derretir sus ojos de miel.

- No, no soy un hada. Pero tampoco soy exactamente como tú.

El joven copió su sonrisa inexpresiva. Si ella quería ponerlo difícil…

- Ya veo. Entonces, vienes del Cielo… ¿Me equivoco?

- No, no te equivocas.

Se produjo un silencio tenso. Ambos se miraban como si se sintieran superior al otro en algún aspecto. Sin embargo, el joven no estaba de humor para pelear con esa chica, por lo que agregó en un tono que pretendía ser amigable:

- No debe ser fácil para ti estar aquí… Recién vi como le echabas un vistazo a las nubes.

- ¡Eso no es de tu incumbencia!- Lo atajó el Ángel, creyendo que se estaba burlando.

- Tal vez no, pero tal vez yo pueda entenderte. De hecho, yo también escapé ¿o no?

Ella lo miró por un momento y sintió que tenía razón. Sus palabras la ablandaron un poco. Entonces murmuró, con una vocecita arrepentida:

- Si, no es muy fácil estar aquí. A veces siento que no podré resistir más el Llamado Celestial.

- Algún día te tendrás que ir, no podrás eludirlo por siempre.

- Si, es verdad. Pero no puedo volver allí. De cualquier forma, no tengo ganas de marcharme todavía. Al menos aquí tengo tranquilidad…

El chico la miró unos momentos, como si pensase sobre sus últimas palabras. Luego, dijo, como si siguiera el hilo de sus pensamientos:

- Sin embargo, tu partida es inevitable. Además no puedes ser del todo feliz aquí con las hadas… ellas nunca te comprenderían.

La chica volvió la cabeza hacia él, intuyendo algo.

- ¿Qué insinúas?

El joven se quedó callado, mirándola fijo.

Eso era raro, hasta ese momento, el joven jamás se había mostrado tan titubeante.

- Me estás asustando. – Murmuró el Ángel, nerviosa por la intensa mirada del muchacho.

Luego, el chico sonrió un poco, aunque fue una sonrisa muy pequeña y muy breve, y luego dijo:

- Podrías irte conmigo.

Se había estado aguantando de decirle eso desde el momento que la vio, tan pura y al mismo tiempo tan sencilla…

Y sin embargo, se dio cuenta, ella no era perfecta, o al menos desde el punto de vista celestial. Lo supo porque los ángeles solían causarle una sensación molesta, como si un ruido blanco aturdiera sus oídos, e intentara purgar su interior. Sin embargo lo único que ella le producía era… calor.

Calor. Ahí estaba la clave de todo. Con el paso de los años, había aprendido a detestar el fuego, porque allí de donde venía, el fuego era sinónimo de destrucción, y se devoraba todo a su paso; lo bueno, lo malo, todo. Y sin embargo, se había olvidado de que el fuego también era una bendición. Y a pesar de haber convivido toda su vida con lava, con fuego, con destrucción, por primera vez desde que tiene memoria, pudo sentir el calor como algo hermoso que se esparce por las entrañas, para derretirlas y fermentarlas hasta convertirlas en un jugo dulce que produce éxtasis en las arterias y acelera el latido del corazón.

Desde el momento que la vio, supo que no podía dejarla ir, porque la felicidad que ella producía a su alrededor no podría producirla nadie más, y porque era la única persona en todo el mundo, en todas las dimensiones y universos distintos que existían en esa vida, que podía brindarle esas sensaciones. Y porque la necesitaba. La necesitaba para recordar que el fuego era más que destrucción, que era vida, por que ella era vida; y por que ya no podía el solo con los castigos de las tinieblas, y las guerra entre el cielo y el infierno, y que aunque había vendido su alma necesitaba recordar que habían otras cosas en ese mundo, cosas hermosas.

Ella reaccionó ofendida.

-¿¡Qué estás diciendo!?¡Yo nunca podría irme contigo! ¡Yo vengo del cielo ¿Recuerdas?!

- Pero ahora no estás ahí. – Replicó el muchacho, sin perder la calma. – Vamos, si al fin al cabo, guardas un infierno en tu interior.

El Ángel se sintió terriblemente insultada.

- ¡Pero yo no caí tan bajo! ¡Aún puedo ser una persona inmaculada! – farfulló, sin darse cuenta que con sus propias palabras estaba despreciando a su interlocutor.

El chico la miró, todavía sin inmutarse, aunque sí algo decepcionado. “Vaya, esta chica será muy diferente a las demás, pero aún conserva el estúpido orgullo perfeccionista de los ángeles” Pensó.

- No sabes como es el Infierno. No es tan malo…

- Si, claro. Allí de donde vengo se habla mucho de ese lugar ¿sabes? Los castigos divinos, la condena de los excesos… ¿crees que no los conozco? Ni si quiera sé porque razón te encuentras allí, pero no quiero ni imaginarlo…

- ¿Ah, si? Pues de donde vengo tampoco se habla muy bien del cielo. No es como crees… Nada es tan perfecto, ni tan perfectamente terrible… - El muchacho vio como la otra lo miraba enfadada, y como sus ojitos de miel se mezclaban con las lágrimas, y decidió cortar por lo sano. – … Está bien, no importa. Tienes razón, no te mereces el infierno. Haz como si no hubiera dicho nada.- Y dio media vuelta, terminando con la conversación.

El Ángel se sintió confundida, pero aceptó alejarse de buena gana. Tenía unas ganas increíbles de soltar todo el fuego de su corazón para convertir el prado en un interminable desierto, pero creyó que ni siquiera eso bastaría.

El muchacho maldijo por lo bajo. Cuando quería podía mantenerse calmado, pero cuando tenía que actuar de verdad se volvía torpe, y terminaba haciendo cosas que no quería hacer. Supo que había perdido su oportunidad con el Ángel, porque después de aquel suceso, no se animaría a verle la cara nunca más. Pero no podía dejarla ir… No podía.

Azul se acercó al muchacho, que estaba dormido. Éste despertó al oír sus pasos sigilosos.

- Ah… hola, ¿que ocurre? – Dijo, aún sin despabilarse del todo.

Azul no le contestó. Lo miraba terriblemente seria, y luego de un lapso de silencio murmuró:

- Vete.

- ¿Qué?

- Ya estás casi recuperado. No es necesario que te quedes aquí. Puedes marcharte.

El muchacho la estudió con la mirada. Azul había sido la residente del prado que menos le había llamado la atención, parecía que ella misma hacía el esfuerzo de que nadie la mirara. Sin embargo, ahora que la observaba por primera vez, se dio cuenta de que era pequeña, lánguida, y aún así parecía tener fuerzas para guardarle a él un profundo rencor. La poca aparición que tuvo delante de su persona, no había sido casualidad.

-¿Porqué me echas?

Azul frunció el ceño.

- No soy tan estúpida como parezco. Sé que me voy a quedar sola en este prado, tarde o temprano. ¿Creías que nadie se había dado cuenta de las intenciones de la Princesa antes de que te las contara a ti? Somos pocas, pero no tenemos otra cosa que hacer que conocernos. Así que nos conocemos. También sé que tarde o temprano el Ángel se va a ir. Pero… ¿Pero a ti que te incumbe? Eres solo un chico cualquiera que acaba de llegar, y simplemente te crees dueño de hacer con nosotras lo que te plazca. No juegues con ella. Y no juegues conmigo tampoco. Tal vez no lo entiendas, ni lo entiendas nunca, pero no puedo quedarme aquí, sola. No puedo. Ahora que entiendes la magnitud del problema, te voy a pedir que te marches.

Soltó todo esto sin pensarlo, y las palabras salieron fluidamente de su boca para dejar en libertad aquello que tenía dentro.

El chico la miró un rato en silencio, como si estuviera asimilando aquel discurso.

- Eso que dices es terriblemente egoísta. ¿Acaso no puedes pensar en los deseos de ella?

Azul se enfadó aún más.

- ¿Y tú no eres egoísta? ¿Y Qué sabes si soy egoísta? ¡Tal vez tengo un motivo para actuar como actúo! ¡Tal vez… tal vez solo esté muy asustada!

Y sin poder evitarlo se puso a llorar. Primero soltó unas lágrimas, como compadeciéndose de ella misma, pues lo que acaba de decir le producía mucha pena. Y después se largó a llorar, de bronca, de bronca por ser tan llorona, y por llorar ante un desconocido que encima quería llevarse consigo a una de sus amigas, y que seguro se reiría de ella, o no la comprendería, pues… ¿Cómo podría comprenderla alguien que había conocido hace dos días atrás?

Pero el chico no se rió de ella, aunque tampoco se apiadó. Esperó a que ella se calmara un poco, y después dijo:

- ¿Por qué tienes tanto miedo a quedarte sola?

Azul tragó las lágrimas y soltó un desdeñoso

-¿Y a ti que te importa?

Pero en realidad dijo eso porque no sabía que contestar. Le tenía miedo a sus propios pensamientos, tal vez. Pero no a los mundos imaginarios, sino a esos pensamientos sueltos que se suceden uno encima del otro, que simplemente acechan por los lugares más oscuros de tu mente, esperando el momento oportuno para atacar.

O tal vez le tenía miedo al vacío, a la nada misma. Por que ella siempre tuvo la certeza de que algo le faltaba, una pieza al rompecabezas de su persona. Pero cuando estaba acompañada, se olvidaba de eso, y de todo.

Pero tampoco era eso. Seguramente era pura y sencilla cobardía. Cobardía a enfrentar a su destino sola, sin que nadie la apoye en el camino, sin que nadie la reconforte cuando se caiga o no pueda más, sin que nadie le diga “no importa, está bien” cuando falle en su cometido. Pero no podía decirle eso. No podía decirle que era una cobarde. Estaba terriblemente avergonzada de ser una cobarde. Muy avergonzada.

- Si no aprendes a estar sola, todo será muy difícil después. – Dijo el chico, contemplándola con tranquilidad.

- Ya lo sé.- Respondió ella, con bronca. “Y éste quién se cree para darme consejos” Pensó.

-A parte no tienes que ponerte mal. Ella me rechazó, no quiere irse conmigo.

- Eso es mentira. Terminará yéndose contigo, de cualquier forma.

- ¿Cómo lo sabes?

- Por que le gustas. – Dijo ella, enjuagándose las lágrimas con las manos, ya casi calmada.

- ¡…! Espera… ¿¡Qué!?

- Por favor, si yo me doy cuenta, con lo despistada que soy, no me vas a decir que no te enteraste.

- ¡¡…!! ¿Pero como lo sabes?

- Bueno, estuvo todo el día fuera, pensando… No se acercó a nosotras ni un segundo. Creo que si fueras uno cualquiera, no se haría tanto drama. Parece que le diste un planteo interesante. – Y al decir esta última frase, bajó el semblante un poco afligida.

El chico la miró, bastante irritado. ¿Por qué diablos Azul le decía algo así, cuando en realidad no tenía pruebas concretas? Claro, se había olvidado que Azul estaba molesta con él. Ahora todo tenía sentido. Seguro era una mentira de mal gusto.

La conversación quedó ahí, y Azul se fue, olvidándose de recordarle que mañana se debía marchar, o en todo caso, olvidándose de decirle que había cambiado de opinión.

Sin embargo, al otro día, él no se marchó, y Azul no le dijo nada.

El Ángel se acercó a hablar con él.

El muchacho se sintió incómodo, creyendo que el Ángel iba a mencionar la conversación del día anterior, y no tenía ganas de ser rechazado por segunda vez. Pero al parecer, ella solo estaba aburrida y quería charlar con alguien.

El muchacho había creído que no podría volver a dirigirle la palabra al Ángel, pero ella actuaba tan naturalmente que no le costó mucho hacer como si nada hubiera ocurrido.

Al poco tiempo, Azul se sumó a la conversación. Ya no le causaba sensación de languidez y de rencor; ahora ella se reía y hacía comentarios graciosos e intrascendentes.

No había caso. Al parecer, fuera del infierno, estaban todos locos.

lunes, 8 de agosto de 2011

EPDA 14 Trébol y Menta


La realidad es inevitable.
Podés ignorarla, pero no podés escapar de ella, y aunque luches con todas tu fuerzas por lo contrario, siempre va a dejar marcas profundas en tu persona.
No importa cuanto corras ni que tan lejos te vayas, la realidad va a estar siempre ahí, inquebrantable. No importa cuanto huyas de ella, siempre vas a tener que soportarla, aunque más no sea, unos minutos al día.
Al mismo tiempo, intentar escapar de ella es estúpido. Es negar algo que vive y que respirará por siempre en tu corazón.
Pero lo más importante, la realidad es vengativa. Mientras más la ignoras, más difíciles son aquellos minutos que tienes que soportarla. Ella es capaz de usar aquello que tú armaste para poder sobrevivir, destruirlo, y usarlo en tu contra. Destruir tu realidad de mentira, y exponerte la cruda verdad.
No importa cuanto corras, es inútil esconderse, la realidad siempre te encuentra.
No importa cuanto corras, porque por más lejos que llegues, nunca vas a poder escapar de ti mismo.

Ya era de día, y La Princesa acababa de abrir los ojos. Se quedó un par de minutos mirando el cielo, que rebosaba de luminosidad.
“Ya debe ser mediodía” Pensó, y echó una mirada para ver si sus compañeras ya se habían levantado. Pero no, estaban completamente dormidas, e ignoraban los rayos de sol que inútilmente intentaban despertarlas.
Decidió no molestarlas, aunque en realidad no supo bien porqué. Es decir, lo normal hubiera sido que, siendo la hora que era, al menos intentara llamar su atención.
Últimamente se encontraba sin muchas ganas de hablar con ellas, pero en especial, no tenía ganas de hablar con Azul. No sabía como explicarlo, pero sentía que Azul era cada vez más parte del Prado, y que eran dos cosas fusionadas, imposibles de separar. Y, sinceramente, ella ya se estaba hartando de la tranquilidad verde.
Últimamente pensaba en que quería tener un futuro, pero no quería un futuro de hada marginada. Y, dicha sea la verdad, Azul la hacía sentir infinitamente culpable por esto. Entonces, había decidido evitarla, aunque sea un poco.
Ella sabía como era Azul, y sabía que si se iba podría estar causándole un gran daño. Pero no podía con todos los sentimientos juntos. Necesitaba ser un poco egoísta. Además, después de todo, ¿Acaso ella no era “la Princesa”? ¿Por qué alguien le iba a evitar hacer lo que quería?
Se refugiaba bajo todos esos pensamientos, pero en realidad estaba un poco asustada, y a pesar de que se engañaba a sí misma, lo sabía. Asustada por miedo a no hacer lo correcto, a equivocarse, a lo desconocido, miedo de lastimar a Azul.
La Princesa se refregó la cara, como si algo le molestara.
No, no tenía que pensar en eso. Cuando llegue el momento, escaparía, y entonces sería libre de hacer lo que quisiera. Volvió a mirar al cielo un poco más, imaginándose a que distancia se encontraría el Gran Ojo.
Lo miró hasta que la luz le cansó la vista y no tuvo otra que mirar hacia otro lado.
Desvió la mirada al suelo, parpadeando repetidamente, intentando recuperar la visión normal.
El prado solo le parecía un enorme manchón verde, hasta que pudo enfocar la vista. Y entonces descubrió una extraña planta en el suelo.
Era una planta verdaderamente fácil de pasar por alto, porque era pequeña, y del mismo verde que el resto de la vegetación. Era una planta que consistía de un tallo y cuatro hojas en la punta. No parecía ser más que un yuyo.
Esa planta era un trébol.
No cualquier trébol, era un trébol de cuatro hojas.
La Princesa no había visto un trébol en su vida (no eran plantas muy comunes en el reino de las hadas) Y menos que menos un trébol de cuatro hojas.
Despertó a sus compañeras para mostrarles su hallazgo.
Naturalmente no se manifestaron muy agradecidas de que las hayan despertado por un yuyo que no medía ni cinco centímetros.
Tampoco se sorprendieron tanto como la Princesa esperaba. Ellas tampoco habían visto nunca a un trébol, pero ¿Qué daño podría hacer una planta tan insignificante, que apenas se la distinguía entre la hierba?
- Y ese trébol… ¿No será invención tuya?- Preguntó el Ángel, mientras se desperezaba por segunda vez.
- ¿A que te refieres? – Preguntó la Princesa, sinceramente extrañada.
- Vamos, no seas tonta. ¿Ya te olvidaste de cuando llenaste el prado de flores? ¿No pudiste haber creado esa planta, aunque sea inconcientemente?
- ¡Pero si es la primera vez en mi vida que veo un trébol! – Protestó.
El Ángel se limitó a levantar los hombros como respuesta.


El Reino de las Hadas es un lugar prestigioso. Allí reina el orden y la calma. Sus habitantes no suelen causar problemas, y a pesar de que sus poderes podrían provocar estragos, esto rara vez sucede. La diferencia entre los distintos seres mágicos que viven allí es infinita, y sin embargo, nunca sus diferencias han sido motivo de discusión.
Podrían decir que esta es una ciudad utópica. Se podría decir que todo esto se debe al buen reinado que había realizado la familia de Azul. Pero nada de eso sería del todo cierto.
El Reino de las Hadas era un lugar pacífico, pero estaba lejos de ser perfecto. Los problemas de la vida cotidiana seguían existiendo, y el prestigio normalmente solo consigue traer más problemas.
Se podría decir que todo era causa de un buen reinado, pero entonces estaríamos ignorando a la gente que se encuentra en las afueras de la ciudad.
No, no es el caso de Azul y sus amigas, sino el de aquellos que construyeron al límite de la ciudad luego de ser desterrados.
Es verdad que dentro del Reino de las Hadas los conflictos eran extraños, pero esto era porque a las cosas conflictivas se las expulsaba de la ciudad. Cosas demasiado fuera de lugar para pertenecer a una ciudad tan respetada.
La gente expulsada construía su propio mundo justo al límite del reino, y era ahí cuando la paz y el orden terminaban y eran sustituidos por la sorpresa de lo indecible y la tentación de lo incorrecto.
La gente desterrada solían ser seres que habían nacido con alguna deformidad muy extraña (y, que a diferencia del caso de Azul, no tenían solución); Criaturas pertenecientes a un mito muy diferente, o al cual nadie estaba acostumbrado (Como bien podría ser el caso de los ángeles); O hadas y criaturas normales que habían desviado sus caminos cometiendo actos prohibidos por el colectivo de la gente, o hadas y criaturas que han renunciando a sus poderes, tal vez por simple deseo a la simpleza, o tal vez por preferir otro tipo de magia, más oscura, engañosa e inútil.
La Pitonisa, se encontraba entre los desterrados.
Ya casi nadie se acuerda de su sangre de nobleza, ni del momento en el cual fue echada para siempre de la ciudad.
Se construyó una pequeña casa en el medio de aquellos suburbios. Su casa, al igual que todas las que la rodeaban, era humilde, simplona, y sin gracia, que causaba un duro contraste con las coloridas arquitecturas del Reino de las Hadas.
Allí dentro solo tenía una habitación, en la cual se las arreglaba para meter una mesa y un par de sillas, un lugar para reposar, una biblioteca llena de libros de cualquier tema, y en el fondo, una especie de cocina que utilizaba solo cuando tenía ganas de hacer alguna especie de experimento, y para hacer té, que era prácticamente su único alimento, y el que solía ofrecerle a sus clientes.
Se ganaba la vida con las sesiones de adivinación. Era verdad que habitaba un mundo que no era muy querido por los ciudadanos del reino, y que las adivinas no estaban bien vistas, pero sin embargo nunca le faltaban clientes. La gente es capaz de muchas cosas cuando cae en la desesperación. Los padres de Azul son el ejemplo perfecto a esa situación.
No existe una magia completamente eficaz para adivinar ciertas cosas, principalmente el futuro. Y hay personas que dependen del futuro de una manera asombrosa.
Por todo eso, a pesar de todo, los ciudadanos del Reino se acostumbraron a pasear por el mundo de los desterrados cuando necesitaban de la magia negada.
Incluso con su vida dura, la Pitonisa no se arrepiente de nada. Si hay algo que puede asegurar que no le falta, es diversión. Por que el suburbio de los desterrados será un lugar humilde, y tendrá edificios muchos menos bonitos que el Reino de las Hadas, pero todo eso es compensado con la sorpresa y alegría de no tener nada que perder. Aquel es el refugio de gente extraña y desquiciada, y aunque la paz no exista, ¿Cómo alguien puede aburrirse de un mundo tan sorprendentemente nuevo?
Por eso, aquel que recorre aquellas calles se queda con la sensación de que en ese mundo de casitas cuadradas y mal construidas, hay una chispa secreta, de la cual el Reino carece; y que además hay toda una forma de vida misteriosa (y por eso mismo atrayente) a la que al parecer, hay que perder la cordura para poder pertenecer.


Si lo pensamos bien, desde que Azul se instaló en el prado, este tuvo innumerables mutaciones.
Sobrevivió a una plaga de insectos, a una semana de oscuridad, a los poderes florales de la Princesa, al agujero negro creado por la Hechicera, a los desbordes de fuego del Ángel, y al sinfín de ilusiones imaginarias creadas por Azul.
Costaba creer que después de todo eso, el prado aún conservara su característico color verde lleno de vida.
El prado era casi un ser vivo más, con caprichos propios, y que era capaz de cambiar según su gusto y darle un giro drástico a la vida de sus habitantes.
En ese momento, por ejemplo, se le había dado por los tréboles de cuatro hojas.
Al primero que había identificado la Princesa le siguieron unos mil más.
Claro que, de todas maneras, eso no afectaba demasiado la vida de las hadas.
De hecho, últimamente nada afectaba sus vidas.
Los días se habían convertido en algo manso, que transcurrían sin que nada alterara la perfecta sensación de paz.
Tal vez la Princesa estaba un poco ensimismada y se negaba a hablar con Azul, pero esto, lejos de ocasionar problemas, volvía a las cosas un poco más tranquilas. La Princesa no quería relacionarse demasiado con Azul, y Azul no quería saber del motivo por el cual estaba tan absorta, así que nadie se podía quejar.
Lo único que estaba fuera de lugar eran los tréboles de cuatro hojas, pero nadie les prestaba atención.
Últimamente sus actividades eran tan escasas que no tenían otra que inventarse nuevos pasatiempos, sentarse a mirar pasar las horas, o entablar alguna especie de conversación.
Como la Princesa no se prestaba mucho, Azul hablaba con el Ángel.
Una de esas tardes vacías, Azul hablaba de trivialidades con su amiga, y la Princesa se había alejado para dar una vuelta y estirar las alas. Cuando volvió se dio cuenta de que sus compañeras aún seguían hablando, y como no tenía ganas de interrumpir ni de que le prestaran atención, se quedó un poco más atrás, escuchando.
- Entonces… ¿por eso escapaste de casa? – escuchó que preguntaba el Ángel.
- No exactamente. Ser princesa no me molestaría tanto si hubiera tenido que lidiar con ello desde que nací.
- ¿A qué te refieres?
Azul suspiró.
- Yo no debería estar ahí. Si ser princesa era mi futuro, si yo hubiera sabido desde siempre que debía tomar tal responsabilidad, hubiera juntado fuerzas y habría hecho lo posible para que mi gobierno sea justo. Pero… ¿Cómo podría lograr un gobierno justo cuando la verdadera heredera al trono es mi prima?
- ¿Entonces tu no eres la verdadera heredera al trono? ¿Qué ocurrió con tu prima? – inquirió el Ángel, aparentemente sorprendida.
- Fue desterrada por practicar la adivinación, y otras magias similares.
- ah… vaya. – Musitó. Comenzaba a creer que las hadas no eran tan liberales como creía, y que cada civilización tenía sus reglas, por más estúpidas que fuesen. - ¿y cuando la desterraron?
- Cuando yo tenía alrededor de 7 años… no se si tuve la oportunidad de conocerla bien, porque era un tipo de persona muy críptica. Pero… pero creo que de alguna manera tenía una extraña conexión con ella. Antes de que fuera desterrada, mi mamá solía decir que a ella le debíamos mucho, aunque no sé exactamente porqué… De cualquier manera, lo más extraño es que sentía que me podía comunicar con ella sin hablar, sin decir nada. Que ella, de alguna forma, siempre supo lo que estaba pensando, o lo que yo sentía, y al mismo tiempo, yo sabía que ella sabía lo que yo estaba pensando, y sabía, no sé como, que era lo que opinaba al respecto. Creo que ella estaba destinada a ser adivina… Creo que no podía ser otra cosa…
Ese discurso fue tan largo que ninguna supo qué más agregar. La Princesa había escuchado todo con mucha atención. Se encontraba atónita.
Primero, por que se acaba de enterar que Azul era una princesa, una princesa de verdad.
Y segundo, porque, al parecer, Azul había rechazado su puesto como si nada. Ella, que tenía el complejo de princesa desde que tenía memoria; ella, que, como si fuera poco, se hacia llamar nada menos que “La Princesa” no pudo creer que alguien tan común y tan fácil de someter como Azul pudiera ser de la realeza, y que encima hubiera rechazado todo aquello a lo que le hubiera gustado pertenecer.
Aunque se hacía la fuerte, y la egoísta, la Princesa tenía una idea muy romántica sobre la vida. Pensaba que ser de origen noble, tener un novio apuesto, enamorarse, ser respetada y querida, era lo mejor que a uno le podía pasar.
Lamentablemente no era de origen noble, y por más que luchaba para conseguir todas esas cosas, cada vez se le hacía más difícil, y más imposible conseguirlas.
Y a pesar de que Azul rechazaba todo aquello que ella anhelaba, creció dentro de ella una especie de admiración. De alguna manera, le pareció fantástico que Azul desechara todo aquello, y que aún así pudiera aceptar a la vida y ser feliz.
Por un momento, deseó ser como Azul.
Pero… ella no era Azul, era la Princesa. Y siempre se había enorgullecido de ello. Sin embargo…
- Entonces… ¿Qué vas a hacer?- Dijo de repente el Ángel, distrayendo a la Princesa y a Azul de sus pensamientos.
- ¿Qué voy a hacer con qué? – Respondió Azul, pues por un momento había olvidado de lo que estaban hablando.
- Digo, ¿Cómo vas a solucionar el problema? Ya sé que no quieres ocupar el puesto de tu prima, pero… Alguien debe ocuparlo, ¿no?
Azul meditó seriamente aquellas palabras.
El Ángel tenía razón. Azul simplemente había dado por hecho que una vez que se escapara, necesitarían a una nueva princesa y las cosas se solucionarían por sí solas.
Pero… ¿Y si era al revés? ¿Y si en vez de devolverle el puesto a la Pitonisa, los demás hubieran optado por buscar un camino incluso más complicado? En ese caso, se generarían más problemas, y Azul tendría la culpa. Y no podía dejar las cosas así. Tendría que hacer algo.
Azul volvió a pensar en su prima, y se la imaginó en una humilde casa viviendo un vida miserable (En realidad Azul no había vuelto a verla desde que la echaron, y nunca había visitado el suburbio de los desterrados, pero había oído que allí subsistencia no era sencilla) y se sintió horriblemente mal, en ese prado tan verde, tan lleno de vida, y tan sin nada. Sin aventuras ni problemas. Sin nada que hacer.
Deseó con todas fuerzas estar con ella, ayudarla. Después de todo, ¿Qué derecho tenía de vivir una vida pacífica cuando había gente en el mundo que sufría?
Y supo que no podía dejar las cosas así, ni que se podría quedar en aquel prado para siempre. Porque, por más lejos que estés, la realidad es inevitable.
Y, la mejor forma de soportarla, es construyendo un mundo mejor.
La Princesa también pensaba en su huída irremediable. Pensaba en como construir una realidad habitable, una que pudiera soportar. Tal vez la vida no fuera un cuento de hadas, y sin embargo, ella haría el intento. El intento de encontrar a su caballero soñado, para llevar por delante a todas las tristezas, hacerle frente al miedo y todas las cosas horribles que acechan en las sombras.
En ese instante, en el pecho de Azul y el de la Princesa, brotó una sensación extraña, una determinación. El nacimiento de una promesa inquebrantable.
Al mismo tiempo, los tréboles del prado fueron desapareciendo, hasta ser reemplazados por plantas de Menta, llenando al lugar de un aroma refrescante, y perfumando la piel de las hadas cuando éstas se recostaban a descansar. El aroma tardó varios días en desaparecer.