
Estaba atardeciendo. Bueno, eso no debería ser nada extraño. Si no fuera porque estaba atardeciendo demasiado pronto. Apenas habían pasado un par de horas desde que el Gran Ojo había lanzado sus primeros rayos, y ahí estaba, cerrándose otra vez. Ninguna de las chicas habían visto comportarse al sol de aquella forma. Azul tuvo la idea recurrente de acercarse al Gran Ojo. Pero no pudo elevarse mucho ya que sus rayos, a pesar de que cada vez era menos intensos, le dañaban la vista. No les quedó otra que observar como el ojo se cerraba lentamente, sin que pudieran hacer nada. El atardecer no tardó en convertirse en una noche negra como la tinta. Como obviamente no tenían sueño, el Ángel prendió fuego un par hojas secas, con la intención de hacer una fogata. Azul cuidaba que el fuego no quemara el verde pasto y no pasara a mayores. Hicieron una ronda alrededor de esa única fuente de luz. La Princesa miró con avidez a las llamas, sintiéndose atraída por su calor y luminosidad. Nunca lo habría admitido, pero ella también padecía el amor simbólico que una vez padeció Azul. Ella estaba enamorada del sol. No del Gran Ojo. Ella siempre se sentía vinculada a todo aquello que provocara calidez, pero sobre todo, siempre se sentiría atraída por aquello que brille. Pero el sol, el sol era algo único, algo que producía luz propia, algo indispensable para cualquiera. Algo enorme, inalcanzable, acogedor. Algo que la encandilaba. Inalcanzable… La Princesa sufría mucho cuando miraba hacia arriba. Creía que los rayos que el Gran Ojo emitía, en realidad eran producidos por un sol que el Gran Ojo ocultaba entre sus pestañas. Era un amor imposible, sobre todo porque sabía que si se acercaba, ella se marchitaría como una rosa en invierno. Con el correr de los tiempos, se había conformado con solo verlo de lejos. Pero sabía que todo había terminado. Lo sabía porque ahora el aire era un sopor frío que congelaba los huesos, y por que la invadía una absoluta sensación de soledad. El sol la había abandonado para siempre. No fue la única que se dio cuenta. Ese frío, sin dudas, no era algo normal. La teoría de la Hechicera era diferente. Esa oscuridad pura, era, claramente, obra suya. Significaba que su poder oscuro se estaba extendiendo, y que la profecía continuaba haciendo su trabajo. Cuando se cumpliera el 7mo día de oscuridad total, sería hora de comenzar con la destrucción. Azul miraba hacía el cielo con el semblante preocupado. También se sentía angustiada. Y sola, pero no en el mismo sentido que la Princesa. Sentía como si aquella persona que las vigilaba y las cuidaba desde arriba se hubiera marchado y las hubiera dejado a su suerte. - Y… ¿Saben porqué pudo haber ocurrido? – Murmuró el Ángel, inquieta por el ensimismamiento de las demás. - No lo se. Que yo sepa, esto nunca antes había pasado. – Respondió Azul, aún pensativa. - Tampoco había pasado en mi mundo…- Susurró la Hechicera, en un intento de no levantar sospechas. - ¿En tu mundo también existía el Gran Ojo? – Exclamó el Ángel, sorprendida. La Hechicera la miró levantando las cejas. - Pues claro, el Gran Ojo está en todas las dimensiones. Se produjo un silencio breve, y entonces, de golpe, Azul se llevó la mano a la frente y exclamó, dirigiéndose a la Hechicera. - ¡Pero si tú vienes de otra dimensión! - Gracias, señorita evidente… - ¡Sabes a lo que me refiero! ¡Tú vienes de ahí arriba! ¡Estuviste dentro del Gran Ojo! Él Ángel soltó un gritito de sorpresa y la Princesa levantó la cabeza, atenta. - ¡Es verdad! – Exclamó el Ángel. - ¿Y no tienes ninguna idea de que es lo que hizo que se cerrara? - Acabo de decirte que no lo sé.- Dijo la Hechicera, incómoda. - ¿Pero que es lo que había ahí dentro? – Inquirió Azul. Todas miraron a la Hechicera con curiosidad. Se demoró unos instantes en responder. - Miren, no recuerdo mucho de lo que pasó ahí. Las imágenes son borrosas… Fueron momentos muy extraños. Piensen que no es nada fácil cambiar de dimensión, y es muy duro adaptarse, tanto mental como físicamente. - Intenta recordar. – Tanteó el Ángel. – Tal vez sea la solución a este problema. La Hechicera frunció los labios. La verdad no le gustaba pensar en ese tema, sobre todo por que cuando pretendía acordarse le daba jaqueca. Además, no estaba de más decir que el traspase de una dimensión a otra, no solo consistía en un hechizo muy complicado, sino que estaba prohibido en su mundo. - No lo se…- Murmuró. – Creo que primero aparecí en un cuarto totalmente oscuro… tuve miedo de haber echo mal el hechizo. - hizo una pausa. – luego vi una luz… pequeña, como una estrella lejana. Y después otra, y otra. Esas luces me abrumaban. Creo que luego me eché a correr, aunque no puedo especificar cuanto tiempo… Fui a dar con una puerta, que me llevaba a una habitación completamente blanca, demasiado luminosa. No era lo que yo buscaba, quería algo de tranquilidad, paz… era algo que no parecía posible en ese momento, porque la cabeza me daba vueltas, y no podía pensar con claridad.- Hizo otra pausa, y cerró los ojos con fuerza. – Y creo… creo que después choqué contra alguien… Una persona que llevaba ropa de metal… una armadura… - ¡¿Un caballero?! – Interrumpió la Princesa sin poder evitarlo. El Ángel y Azul la chistaron, porque definitivamente no estaba bien interrumpir el discurso más largo (y aparentemente el más sincero) que había dado la Hechicera desde que estaba en el prado. Pero a la Princesa no le importaba. ¿Qué importaban los modales, si era probable que estuviera escuchando las palabras más importantes que escucharía en toda su vida? - No lo sé… no estoy segura de quien era, pero creo que no me equivoco al decir que ahí había alguien. En ese momento solo recuerdo mi confusión. Creo que la otra persona me zarandeó un poco, lo cual no me ayudó a centrar mis ideas. Me soltó y… y luego me encontraba aquí. Se hizo silencio. Ninguna de las oyentes habían asumido que la historia había terminado. - ¿Así nada más? – Se animó a decir el Ángel - Bueno… eso es lo que recuerdo. En ese momento, mi mente parecía desconectada a mi cuerpo. Nadie dijo otra palabra por un rato, y todas recordaron el día que la Hechicera pisó el verde pasto del prado por primera vez. Recordaron lo vulnerable que se veía, y les costaba creer que ahora fuera la misma persona. La Hechicera se sintió incómoda, pues intuía que ella no era la única que estaba recordando. Se apresuró a decir algo. - Así que ya ven… lo que yo vi ahí adentro no sirve de nada. - Bueno… no podemos decir eso… ¿Y si la oscuridad que viste dentro de aquella habitación se desbordó?- Inquirió el Ángel Azul se mostró de acuerdo con esa teoría, aunque agregó que eso no cambiaba nada. Que aún no sabían que hacer para desvanecer a la oscuridad. Ni la Princesa Ni la Hechicera escuchaban. La Princesa estaba ocupada imaginando al caballero que custodiaba la entrada del sol. Imaginó que su armadura tendría un brillo excesivo, producido por el choque entre el metal y los rayos luminosos. Tal vez era ese caballero al que estaba buscando cada vez que miraba arriba y, era él a quién le sonreía cuando los rayos acariciaban su corazón. Tal vez, él la estaba esperando, y se había decepcionado al no encontrar sus rasgos en el rostro de la Hechicera. Tal vez… Mientras la Princesa se entregaba a la lógica insegura de las ilusiones, la Hechicera suspiraba de alivio. Se relajó un poco al ver que Azul y el Ángel creaban hipótesis sobre las posibilidades de un desborde de oscuridad. Pero, por alguna razón, aún se encontraba inquieta. Y Se dio cuenta de que se sentía culpable. Sí, culpable. Culpable por mentirles y darles una pista falsa. ¿Cómo podía ser tan débil? Y Se dio cuenta de que estaba empezando a quererlas de forma inevitable. A pesar de que intentaba no hablar con ellas, a pesar sus esfuerzos por no relacionarse, ella empezaba a sentir afecto hacia las demás. Y las quería solo por que estaban ahí. Porque formaban parte de su vida. ¿Cómo podría destruir una parte de su vida? Y aunque la oscuridad era tan pura y tan negra como la tinta, esa noche la Hechicera no pudo dormir, como si el miedo fuera una luz que le quemaba los ojos.
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