Todo texto aquí visto es pura creación de grillito, alias Azul, alias Fairy, alias la chica astronauta, alias Azul, alias la loca esa

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Procuren no chocarse con la luna!

viernes, 19 de agosto de 2011

EPDA 15 El extraño que vino del Infierno


Había pasado poco tiempo desde que las innumerables plantas de menta habían desaparecido, y sin embargo su olor refrescante fue rápidamente reemplazado por uno desagradable, similar al de huevo podrido, que arrugaba las narices de las habitantes del prado.

Unos segundos antes, un leve temblor había sacudido la tierra. Y entonces, llegó el olor.

El olor cada vez se hacía más intenso. Al mismo tiempo, la Temperatura del lugar había aumentado de forma considerable.

- ¿Qué está pasando? – Exclamó Azul, tapándose la nariz y haciendo muecas de desagrado.

- No sé… - Murmuró el Ángel, pero unos instantes después abrió desmesuradamente los ojos, como si repentinamente hubiera recordado algo, o como si violentas imágenes se cruzaran por su cerebro. De golpe sintió un miedo irracional y unas ganas de huir ante lo que sus instintos le decían que era un peligro inminente. Pero se quedó quieta, en su lugar, sin poder reaccionar.

Su memoria comenzó a funcionar sin poder controlarla, recordándole los momentos más horribles de su vida, y luego los recuerdos se distorsionaron para mostrarle cosas que en realidad no había vivido, pero que aún así le producían escozor. Imágenes de los castigos divinos a causa de los pecados capitales, las condenas naturales de los excesos y otras cosas terribles de las que nadie se salvaba.

El Ángel supo que significaba todo aquello, conocía los síntomas. Pero no hizo nada, por que si algo le había enseñado su estadía con las hadas, era a desconfiar de sus instintos angelicales, y a no creer en el prejuicio del bien y el mal.

Al cabo de un rato, confirmando sus sospechas, apareció un joven caminando por el prado.

Estaba lastimado, manchado de un menjunje de sangre, cenizas y sudor; y caminaba con mucha dificultad. A penas vio que cerca de él había gente que podría ayudarlo, sintió tanto alivio que perdió el conocimiento y se desplomó sobre el pasto.

Azul y la Princesa pegaron un grito al ver tal aparición, y fueron corriendo a ver que era lo que le había ocurrido, pero el Ángel se quedo atrás, a una prudente distancia.

- Tal vez no sea buena idea que nos acerquemos a él…- Tanteó, aunque mostrando indiferencia.

-¿Por qué no?- Preguntó la Princesa.

- ¡Necesita ayuda! –Objetó Azul – Además no sabemos desde donde vino, ni hace cuanto que…

- Ese es el caso. – La interrumpió el Ángel- Creo que viene de allá abajo. – Y con un gesto señaló al piso.

Las dos la miraron sin comprender.

- ¿Cómo que de “allá abajo”? – Inquirió la Princesa.

Él Ángel las miró con impaciencia, frustrada por el poco tacto que ambas tenían con las indirectas.

- Del infierno- Dijo a regañadientes, como si acabara de soltar una palabrota. - ¿de dónde más?

Ahora Azul y la Princesa las miraban incrédulas.

Y, de golpe, la Princesa soltó un gritito y se alejó del joven moribundo.

- ¡No hagas eso! – La chistó el Ángel.

- Pero… ¿no se supone que el infierno es un lugar malo, o algo así? ¿No se supone que eso es lo que tú crees?

- Esa no es excusa para tratarlo así, como… como si estuviera contaminado, o si te diera asco acercarte a él.

- ¿entonces como hay que tratarlo? ¿Podemos confiar en él?

El Ángel la observó detenidamente antes de responder.

- Ya no sé que pensar... – y se quedó un rato absorta.

- ¿Estás completamente segura de que viene del infierno?. – Inquirió Azul.

El Ángel asintió.

- Me sorprendería mucho que no fuera así.

- ¿Y cómo estás tan segura?

El Ángel ladeó la cabeza.

- Para empezar, apesta a Azufre. Según las leyendas que contaban en el Reino Celestial, el infierno está lleno de lava, fuego y azufre. Aparte ¿no vieron el rastro que dejó al caminar?

La Princesa y Azul giraron la cabeza. Y descubrieron que allí por donde el joven había caminado, se encontraban rastros de una destrucción.

No era como el Ángel, que cuando el fuego se le desbordaba chamuscaba la hierba del prado, si no algo mucho más catastrófico.

El pasto no solo estaba quemado, la tierra también se encontraba rajada, como si de golpe alguien hubiera decidido abrir el suelo en dos.

Destructivo o no, si era de fiar o no, daba igual, de todas maneras el extraño joven se quedó en el prado.

Recuperó el conocimiento un par de horas después, y aunque no habló mucho (pues aún se encontraba cansado) Se mostró bastante cortés.

La Princesa en seguida superó su primera impresión, y lo trataba con total confianza.

Azul se encargó, con sus poderes de agua, de limpiarle el rostro de aquel menjunje, producto del sufrimiento y el dolor.

Hasta el Ángel se acercó a hablar con él.

Él chico era de piel morena y llevaba puesta ropa negra, holgada y rotosa. Aún no conocían su nombre, ni pudieron confirmar si venía del infierno.

Sin embargo, una vez que recuperó fuerzas nadie le hizo preguntas sobre aquello. Él se había mostrado muy agradecido por las atenciones de las hadas, y poco después habló de sus intenciones de marcharse. Pero aún se encontraba demasiado débil, tanto que solo podía mantenerse en pie unos segundos. Así que tuvo que desistir de sus esfuerzos, y a pesar de que no le hacía mucha gracia, tuvo que reconocer que en esas condiciones no podía ir muy lejos.

El muchacho pudo disfrutar un poco más del privilegio de ser el nuevo centro de atención, al menos por unos días.

La Princesa hablaba mucho con él. Demasiado, quizás, pero el joven no se quejaba. Le parecía divertida aquella chica que saltaba siempre con un tema distinto y se enredaba con sus propias palabras. Sin embargo le pareció que era una persona muy común, con intereses comunes. En fin, alguien con quien entretenerse para pasar el rato.

Ella era capaz de contarle cualquier cosa, ya que estaba un poco aburrida de tener que hablar siempre con las mismas. Un día le dijo:

- Así que… ¿vienes de lejos?

El muchacho la miró con una sonrisa irónica.

- ¿por qué preguntas?- dijo alzando una ceja.

- Por que yo me quiero ir. Estoy harta de este lugar.

El joven rió.

- ¿ah, si? Igual, acá no se está tan mal.

- Si, eso decís vos, por que estás todo el día tirado y nosotras te tenemos que cuidar.

El chico lanzó una carcajada más audible.

- ¿Y a donde quieres ir, si se puede saber?

La Princesa hizo como que lo meditaba.

- No sé, -mintió.- Algún lugar más interesante.

El joven volvió a reír, divertido por la espontaneidad de la Princesa.

- ¿y vos? ¿Por qué viniste acá? – Preguntó ella.

El chico se puso un poco más serio, aunque volvió a sonreír de forma irónica.

- Yo estoy harto de las cosas interesantes. Necesitaba un poco de tranquilidad.

Azul, en cambio, era la más desconfiada. No por un tema en especial. Aunque no pareciera, Azul y las demás ya llevaban un tiempo considerable en el prado, y habían crecido. Estaban casi por atravesar la adolescencia. Y pasar todo ese tiempo, aislada del mundo y sólo con sus amigas, la habían hecho más desconfiada de lo que ya era, por no mencionar el poco contacto que había tenido con el género opuesto.

Además, ese chico era tan confiado y tan cortés, que Azul no podía menos que pensar que algo andaba mal. Que algo debía de estar ocultando. Y si el Ángel tenía razón, y venía del infierno…

El Ángel lo trataba, pero solo lo justo y necesario. Se mostraba cálida y agradable, como se mostraba con todo el mundo, pero nada más. Y sin embargo, el muchacho se dio cuenta de que ella era distinta. De que no era un hada, pero tampoco era exactamente un ángel, por que algo extraño interrumpía su aura de perfección. Algo que era casi humano.

Un día decidió preguntárselo. Ella estaba caminando por ahí cerca y él la llamó. Ella se acercó más y le preguntó si necesitaba algo.

- No, estoy bien. – Le respondió.- Solamente me preguntaba… Tú no eres un hada ¿verdad? Eres como yo.

El Ángel sonrió, pero, tratándose de ella, era una sonrisa fría, que no llegaba a derretir sus ojos de miel.

- No, no soy un hada. Pero tampoco soy exactamente como tú.

El joven copió su sonrisa inexpresiva. Si ella quería ponerlo difícil…

- Ya veo. Entonces, vienes del Cielo… ¿Me equivoco?

- No, no te equivocas.

Se produjo un silencio tenso. Ambos se miraban como si se sintieran superior al otro en algún aspecto. Sin embargo, el joven no estaba de humor para pelear con esa chica, por lo que agregó en un tono que pretendía ser amigable:

- No debe ser fácil para ti estar aquí… Recién vi como le echabas un vistazo a las nubes.

- ¡Eso no es de tu incumbencia!- Lo atajó el Ángel, creyendo que se estaba burlando.

- Tal vez no, pero tal vez yo pueda entenderte. De hecho, yo también escapé ¿o no?

Ella lo miró por un momento y sintió que tenía razón. Sus palabras la ablandaron un poco. Entonces murmuró, con una vocecita arrepentida:

- Si, no es muy fácil estar aquí. A veces siento que no podré resistir más el Llamado Celestial.

- Algún día te tendrás que ir, no podrás eludirlo por siempre.

- Si, es verdad. Pero no puedo volver allí. De cualquier forma, no tengo ganas de marcharme todavía. Al menos aquí tengo tranquilidad…

El chico la miró unos momentos, como si pensase sobre sus últimas palabras. Luego, dijo, como si siguiera el hilo de sus pensamientos:

- Sin embargo, tu partida es inevitable. Además no puedes ser del todo feliz aquí con las hadas… ellas nunca te comprenderían.

La chica volvió la cabeza hacia él, intuyendo algo.

- ¿Qué insinúas?

El joven se quedó callado, mirándola fijo.

Eso era raro, hasta ese momento, el joven jamás se había mostrado tan titubeante.

- Me estás asustando. – Murmuró el Ángel, nerviosa por la intensa mirada del muchacho.

Luego, el chico sonrió un poco, aunque fue una sonrisa muy pequeña y muy breve, y luego dijo:

- Podrías irte conmigo.

Se había estado aguantando de decirle eso desde el momento que la vio, tan pura y al mismo tiempo tan sencilla…

Y sin embargo, se dio cuenta, ella no era perfecta, o al menos desde el punto de vista celestial. Lo supo porque los ángeles solían causarle una sensación molesta, como si un ruido blanco aturdiera sus oídos, e intentara purgar su interior. Sin embargo lo único que ella le producía era… calor.

Calor. Ahí estaba la clave de todo. Con el paso de los años, había aprendido a detestar el fuego, porque allí de donde venía, el fuego era sinónimo de destrucción, y se devoraba todo a su paso; lo bueno, lo malo, todo. Y sin embargo, se había olvidado de que el fuego también era una bendición. Y a pesar de haber convivido toda su vida con lava, con fuego, con destrucción, por primera vez desde que tiene memoria, pudo sentir el calor como algo hermoso que se esparce por las entrañas, para derretirlas y fermentarlas hasta convertirlas en un jugo dulce que produce éxtasis en las arterias y acelera el latido del corazón.

Desde el momento que la vio, supo que no podía dejarla ir, porque la felicidad que ella producía a su alrededor no podría producirla nadie más, y porque era la única persona en todo el mundo, en todas las dimensiones y universos distintos que existían en esa vida, que podía brindarle esas sensaciones. Y porque la necesitaba. La necesitaba para recordar que el fuego era más que destrucción, que era vida, por que ella era vida; y por que ya no podía el solo con los castigos de las tinieblas, y las guerra entre el cielo y el infierno, y que aunque había vendido su alma necesitaba recordar que habían otras cosas en ese mundo, cosas hermosas.

Ella reaccionó ofendida.

-¿¡Qué estás diciendo!?¡Yo nunca podría irme contigo! ¡Yo vengo del cielo ¿Recuerdas?!

- Pero ahora no estás ahí. – Replicó el muchacho, sin perder la calma. – Vamos, si al fin al cabo, guardas un infierno en tu interior.

El Ángel se sintió terriblemente insultada.

- ¡Pero yo no caí tan bajo! ¡Aún puedo ser una persona inmaculada! – farfulló, sin darse cuenta que con sus propias palabras estaba despreciando a su interlocutor.

El chico la miró, todavía sin inmutarse, aunque sí algo decepcionado. “Vaya, esta chica será muy diferente a las demás, pero aún conserva el estúpido orgullo perfeccionista de los ángeles” Pensó.

- No sabes como es el Infierno. No es tan malo…

- Si, claro. Allí de donde vengo se habla mucho de ese lugar ¿sabes? Los castigos divinos, la condena de los excesos… ¿crees que no los conozco? Ni si quiera sé porque razón te encuentras allí, pero no quiero ni imaginarlo…

- ¿Ah, si? Pues de donde vengo tampoco se habla muy bien del cielo. No es como crees… Nada es tan perfecto, ni tan perfectamente terrible… - El muchacho vio como la otra lo miraba enfadada, y como sus ojitos de miel se mezclaban con las lágrimas, y decidió cortar por lo sano. – … Está bien, no importa. Tienes razón, no te mereces el infierno. Haz como si no hubiera dicho nada.- Y dio media vuelta, terminando con la conversación.

El Ángel se sintió confundida, pero aceptó alejarse de buena gana. Tenía unas ganas increíbles de soltar todo el fuego de su corazón para convertir el prado en un interminable desierto, pero creyó que ni siquiera eso bastaría.

El muchacho maldijo por lo bajo. Cuando quería podía mantenerse calmado, pero cuando tenía que actuar de verdad se volvía torpe, y terminaba haciendo cosas que no quería hacer. Supo que había perdido su oportunidad con el Ángel, porque después de aquel suceso, no se animaría a verle la cara nunca más. Pero no podía dejarla ir… No podía.

Azul se acercó al muchacho, que estaba dormido. Éste despertó al oír sus pasos sigilosos.

- Ah… hola, ¿que ocurre? – Dijo, aún sin despabilarse del todo.

Azul no le contestó. Lo miraba terriblemente seria, y luego de un lapso de silencio murmuró:

- Vete.

- ¿Qué?

- Ya estás casi recuperado. No es necesario que te quedes aquí. Puedes marcharte.

El muchacho la estudió con la mirada. Azul había sido la residente del prado que menos le había llamado la atención, parecía que ella misma hacía el esfuerzo de que nadie la mirara. Sin embargo, ahora que la observaba por primera vez, se dio cuenta de que era pequeña, lánguida, y aún así parecía tener fuerzas para guardarle a él un profundo rencor. La poca aparición que tuvo delante de su persona, no había sido casualidad.

-¿Porqué me echas?

Azul frunció el ceño.

- No soy tan estúpida como parezco. Sé que me voy a quedar sola en este prado, tarde o temprano. ¿Creías que nadie se había dado cuenta de las intenciones de la Princesa antes de que te las contara a ti? Somos pocas, pero no tenemos otra cosa que hacer que conocernos. Así que nos conocemos. También sé que tarde o temprano el Ángel se va a ir. Pero… ¿Pero a ti que te incumbe? Eres solo un chico cualquiera que acaba de llegar, y simplemente te crees dueño de hacer con nosotras lo que te plazca. No juegues con ella. Y no juegues conmigo tampoco. Tal vez no lo entiendas, ni lo entiendas nunca, pero no puedo quedarme aquí, sola. No puedo. Ahora que entiendes la magnitud del problema, te voy a pedir que te marches.

Soltó todo esto sin pensarlo, y las palabras salieron fluidamente de su boca para dejar en libertad aquello que tenía dentro.

El chico la miró un rato en silencio, como si estuviera asimilando aquel discurso.

- Eso que dices es terriblemente egoísta. ¿Acaso no puedes pensar en los deseos de ella?

Azul se enfadó aún más.

- ¿Y tú no eres egoísta? ¿Y Qué sabes si soy egoísta? ¡Tal vez tengo un motivo para actuar como actúo! ¡Tal vez… tal vez solo esté muy asustada!

Y sin poder evitarlo se puso a llorar. Primero soltó unas lágrimas, como compadeciéndose de ella misma, pues lo que acaba de decir le producía mucha pena. Y después se largó a llorar, de bronca, de bronca por ser tan llorona, y por llorar ante un desconocido que encima quería llevarse consigo a una de sus amigas, y que seguro se reiría de ella, o no la comprendería, pues… ¿Cómo podría comprenderla alguien que había conocido hace dos días atrás?

Pero el chico no se rió de ella, aunque tampoco se apiadó. Esperó a que ella se calmara un poco, y después dijo:

- ¿Por qué tienes tanto miedo a quedarte sola?

Azul tragó las lágrimas y soltó un desdeñoso

-¿Y a ti que te importa?

Pero en realidad dijo eso porque no sabía que contestar. Le tenía miedo a sus propios pensamientos, tal vez. Pero no a los mundos imaginarios, sino a esos pensamientos sueltos que se suceden uno encima del otro, que simplemente acechan por los lugares más oscuros de tu mente, esperando el momento oportuno para atacar.

O tal vez le tenía miedo al vacío, a la nada misma. Por que ella siempre tuvo la certeza de que algo le faltaba, una pieza al rompecabezas de su persona. Pero cuando estaba acompañada, se olvidaba de eso, y de todo.

Pero tampoco era eso. Seguramente era pura y sencilla cobardía. Cobardía a enfrentar a su destino sola, sin que nadie la apoye en el camino, sin que nadie la reconforte cuando se caiga o no pueda más, sin que nadie le diga “no importa, está bien” cuando falle en su cometido. Pero no podía decirle eso. No podía decirle que era una cobarde. Estaba terriblemente avergonzada de ser una cobarde. Muy avergonzada.

- Si no aprendes a estar sola, todo será muy difícil después. – Dijo el chico, contemplándola con tranquilidad.

- Ya lo sé.- Respondió ella, con bronca. “Y éste quién se cree para darme consejos” Pensó.

-A parte no tienes que ponerte mal. Ella me rechazó, no quiere irse conmigo.

- Eso es mentira. Terminará yéndose contigo, de cualquier forma.

- ¿Cómo lo sabes?

- Por que le gustas. – Dijo ella, enjuagándose las lágrimas con las manos, ya casi calmada.

- ¡…! Espera… ¿¡Qué!?

- Por favor, si yo me doy cuenta, con lo despistada que soy, no me vas a decir que no te enteraste.

- ¡¡…!! ¿Pero como lo sabes?

- Bueno, estuvo todo el día fuera, pensando… No se acercó a nosotras ni un segundo. Creo que si fueras uno cualquiera, no se haría tanto drama. Parece que le diste un planteo interesante. – Y al decir esta última frase, bajó el semblante un poco afligida.

El chico la miró, bastante irritado. ¿Por qué diablos Azul le decía algo así, cuando en realidad no tenía pruebas concretas? Claro, se había olvidado que Azul estaba molesta con él. Ahora todo tenía sentido. Seguro era una mentira de mal gusto.

La conversación quedó ahí, y Azul se fue, olvidándose de recordarle que mañana se debía marchar, o en todo caso, olvidándose de decirle que había cambiado de opinión.

Sin embargo, al otro día, él no se marchó, y Azul no le dijo nada.

El Ángel se acercó a hablar con él.

El muchacho se sintió incómodo, creyendo que el Ángel iba a mencionar la conversación del día anterior, y no tenía ganas de ser rechazado por segunda vez. Pero al parecer, ella solo estaba aburrida y quería charlar con alguien.

El muchacho había creído que no podría volver a dirigirle la palabra al Ángel, pero ella actuaba tan naturalmente que no le costó mucho hacer como si nada hubiera ocurrido.

Al poco tiempo, Azul se sumó a la conversación. Ya no le causaba sensación de languidez y de rencor; ahora ella se reía y hacía comentarios graciosos e intrascendentes.

No había caso. Al parecer, fuera del infierno, estaban todos locos.

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