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Procuren no chocarse con la luna!

sábado, 26 de febrero de 2011

EPDA 5 la hechicera del rayo de luz



Azul todavía no terminaba de asimilar que ya no estaba ella sola en el prado.
Sin recordar muy bien como, la Princesa y el Ángel habían encontrado allí su hogar.
Seguía sin saber como había permitido que aquellas dos personas se interpusieran en su pacífica vida llena de seres imaginarios. A decir verdad, Azul era más buena y más estúpida de lo que ella misma creía. Tanto, que iba a dejar que otra persona más se interpusiera en sus planes.
Todo comenzó en una mañana. Azul dormitaba tirada en el suelo, aunque ya casi había logrado despertarse del todo. Era temprano, el Gran Ojo aún no se había abierto.
Cuando se le acostumbraron los ojos a la oscuridad, observó a sus dos compañeras.
Aún dormían profundamente, recostadas sobre el verde pasto del prado. Pensó que sus amigas no se habían quejado casi nada, teniendo en cuenta las muchas cosas que les faltaban. Entre ellas, una buena cama. “Bueno, tampoco tienen derecho a quejarse, ellas eligieron venir aquí” Razonó Azul.
El Ángel de fuego había aprendido, más o menos, a controlarse. Por lo tanto los personajes imaginarios de azul ya no corrían tanto peligro. De todas formas, había tenido que reducir su cantidad a causa de las nuevas inquilinas.
Apenas presentó al Ángel con la Princesa de las flores, las dos se conectaron en seguida, como si se hubieran conocido desde antes. Azul se sentía un poco celosa de su repentina amistad, ya que a ella no le era tan fácil relacionarse con los demás. Además, ella tenía ganas de establecer una amistad con el Ángel de Fuego, ya que ésta había demostrado ser muy simpática, y además, buena persona. Pero a pesar de eso, Azul no expresó sus molestias. Era mejor que el Ángel y la Princesa se llevaran bien, antes de que la Princesa decida someterlas a otra soberanía sin sentido.
Mientras pensaba en eso, el Gran Ojo se abrió unos centímetros, dejando escapar unos rayos de luz. Azul pensó que aquella imagen tan rutinaria no dejaba de ser hermosa. Le gustaba observar los amaneceres, y como el cielo cambiaba lentamente de color (primero a un rosa pálido, y después, a un celeste inmaculado), en un perfecto degradé.
Y ahí se quedó mirando, mientras el Gran Ojo se abría lentamente. Los amaneceres le daban una infinita sensación de paz, así que se quedó, sin ser capáz de moverse a causa de una relajación total, pero con una sonrisa en los labios.
Un grito interrumpió su tranquilidad. Una figura precipitaba desde lo más alto del cielo, y parecía caer desde el mismísimo Gran Ojo.
Azul tardó unos segundos en comprender lo que estaba pasando, así que no pudo hacer nada para ayudar a esa persona desconocida.
Pero no fue necesario.
Sucedió algo increíble, algo que nunca se había visto en el Reino de las Hadas.
El hada que caía (Al parecer, había olvidado como volar) Se atajó de unos de los rayos que se filtraba por el Gran Ojo, y se quedó aferrada a él como si fuera una soga.
Inmediatamente la caída se frenó, pero el hada estaba muy asustada, a pesar de que ya no estaba muy lejos del piso.
Aunque tenía más o menos de la misma edad que Azul, sollozaba como una niña pequeña.
- ¡Ayúdenme! – decía entre lágrimas. - ¡Llévenme con mi mamá, por favor! ¡Yo no quería venir aquí, no quería!
Los gritos del hada despertaron al Ángel y la Princesa.
- ¡Quiero volver! ¡No quiero estar aquí sola! ¡No me dejen! ¡Quiero volver, quiero a mi mamá!
Repetía casi siempre lo mismo, y su nivel de voz aumentaba cada vez más.
Azul y las demás trataban de animarla a que bajase.
No comprendían su miedo, ya que ella no estaba a más de un metro del suelo. Pero su temor parecía provenir de un lugar lejano en el interior de su cabeza, y apenas le prestaba atención a lo que ocurría en la realidad.
Algo en su discurso conmovió a Azul. Tal vez su alma de niña, tal vez su miedo a existir en un lugar al cual no pertenecía. Algo hizo que Azul se sintiera identificada.
En algún momento el hada desconocida consiguió calmarse. Juntó valor y se animó a bajar lentamente hasta que sus pies tocaron el verde pasto.
Caminó un poco, insegura, pero esta vez en profundo silencio, y nadie se atrevió a interrumpirla. Parecía un poco avergonzada por la escena que había producido segundos atrás.
Como si fuera una decisión tomada en el momento, el hada se recostó entre las hierbas e inmediatamente cayó en un sueño profundo.
Estuvo en ese estado todo el día y casi toda la noche, y las demás no paraban de vigilarla para comprobar que se encontrara bien. Pero nada sugería que no estuviera en perfecta forma. Solo dormía.
Azul, el Ángel, y la Princesa la observaban intrigadas. Llevaba numerosas capas y pollerines, una manera muy extraña de vestir en un lugar tan caluroso. Decidieron sacarle todo ese ropaje de encima, así podría descansar mejor. La dejaron en shorts y musculosa.
Tenía la piel muy clara, más incluso que la de Azul (que había heredado de su padre una piel blanca y silenciosa como la de los jazmines) y el pelo demasiado oscuro.
Además también descubrieron una pulsera. Llevaba una placa con una inscripción, y también, un relicario colgando de uno de los eslabones. La placa decía “La hechicera de la luz y la oscuridad”. El relicario, por más que intentaron, no pudieron abrirlo.
Era obvio que aquella joven no era una hechicera. Las hechiceras no tenían alas, ella era, sin duda, un hada. Pero nunca le preguntaron su verdadero nombre (No es muy cortés preguntarle eso a un hada), así como Azul nunca se enteró del verdadero nombre del Ángel, o la Princesa, y por eso se limitaron a llamarla, simplemente, “La Hechicera”.
Dormía en un sueño llano y sin sueños. Su respiración era silenciosa y espesa. Por momentos, parecía una muerta.
Pero en realidad estaba agotada. Había viajado desde una dimensión muy lejana. Fue un viaje muy duro…
Llegó cansada, y con toda la cabeza revuelta. Estaba confundida, y reaccionó de una manera muy distinta al que hubiera reaccionado si hubiera estado del todo consiente. Quizá nunca se perdone por no haberse controlado, por haberse mostrado tan débil…
Venía de un lugar en el cual le habían enseñado que debía controlar sus emociones.
Su motivo de huida era un poco como el del Ángel, y el de Azul. Contaba con una gran responsabilidad, y también con un gran poder, el cual no podía controlar.
Nadie nunca supo que había en el interior de su relicario. Quien hubiera podido leer su contenido, habría comprendido muchas cosas de La Hechicera, cosas que parecían incomprensibles.
La hechicera venía de un lugar en el cual, al nacer, se te asignaba un destino. Ese destino debía mantenerse en secreto, por que ¿Qué te asegura que el destino de otra persona no es acabar con el tuyo?
Quienes se negaban a cumplir con su destino, nunca hallarían consuelo en el mundo de los muertos.
Y el destino de la hechicera era nada menos que destruir el mundo.
La hechicera era, por naturaleza, un ser de aura oscura, criada febrilmente para ser capaz de utilizar los más mezquinos estratos de la magia. Así que su misión no era lo que más le horrorizaba.
Pero a pesar de su naturaleza malvada, era una persona con tendencias a desarrollar sentimientos hacia la gente. Y se sentía incapaz de destruir un mundo en el que habitaba su madre, que la había cuidado a pesar de tener la certeza de que esa niña le traería desgracias al mundo, o su hermana, un ser lleno de luz que en nada se parecía a ella.
Así que decidió emprender viaje hacia otro mundo, pues si tenía que destruir uno, no quería que fuera ese en el que se encontraba su familia.
Que haya llegado justo al mundo donde habitaba Azul con las otras hadas marginadas no era una coincidencia, ni tampoco era el destino. Era una metáfora.
Cuando la hechicera despertó, Azul y las demás le hicieron varias preguntas, que ella respondió no muy dispuesta a dar demasiada información.
Azul también intentó ganarse su amistad, al igual que lo había intentado con el Ángel de Fuego. Pero la hechicera se mostraba muy esquiva. No tenía ganas de hacer nuevas amistades.
No vaya a ser que también tuviera que huir de ese mundo.

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