
Pese a las cosas que ocurrían en el prado de Azul, el reino de las hadas aún seguía allí, alzándose majestuosamente entre los prados vacíos y los mundos celestiales.
Allí continuaba la incesante búsqueda del hada que había desaparecido. Y el rumor de que ella era la misma hada loca que se ocultaba en los lejanos prados se esparcía como pólvora.
Pero los padres de Azul no podían valerse por rumores.
Una tarde lluviosa, ataviados de capas para no mojarse, fueron a visitar a su sobrina olvidada.
Hacía años que no la veían, a causa de una pelea familiar cuyo origen fue expresar su deseo de ser pitonisa. Ahora vivía en los rincones más oscuros del reino de las hadas, siempre a la espera de un ser curioso que quiera conocer su suerte.
Esta vez, esos seres curiosos fueron sus tíos.
La Pitonisa los dejó pasar a su hogar sin resentimientos, aunque su presencia dejaba un halo de incomodidad. Sirvió té a sus inesperados invitados y se sentó delante de ellos. Los observó quedamente, mientras un fugaz resplandor violeta iluminaba sus ojos almendrados, y sus rojos labios esbozaban una media sonrisa.
- Supongo que están aquí por Azul…
La madre de Azul miró a su esposo con el semblante preocupado.
- ¿sabes donde está? – preguntó sin rodeos.
- No a ciencia cierta. Se que no está aquí.
La madre blanqueó los ojos, molesta. Sabía que era propio de las pitonisas dar predicciones inexactas.
- ¿Al menos sabes porque se fue?- repuso angustiada. – Nosotros no encontramos la razón para que haya escapado así… Los días previos a la huída, no vimos en ella nada significativo, ni siquiera un cambio de ánimo…
La pitonisa rió como si aquel comentario fuera alguna especie de chiste. A la madre, a pesar de sus esfuerzos de controlarse, le costaba no enfadarse ante esa muchacha que no hacía más que mirarlos con una sonrisa burlona. El padre, en cambio, se mantenía imparcial sin ningún esfuerzo.
- ¿Y desde cuando Azul ha expresado algo significativo? – Inquirió la Adivina, quizá algo divertida con la ignorancia de sus clientes. - ¿Desde cuando ella ha compartido sus pensamientos o sus deseos con ustedes? Obviamente Azul no actuó diferente a como actúa normalmente, ¿no creen que eso habría resultado sospechoso?
La madre se levantó de su asiento, enfurecida.
- ¿Cómo te atreves a hablarnos así? ¡Ni siquiera conocías mucho a tu prima!
- Pues soy adivina, es mi trabajo saber las cosas que normalmente no sabría.- Replicó la Pitonisa con clama. – Creía que por eso estaban aquí.
- ¡Pues si sabés algo, hablá! Todo el Reino depende de la reaparición de Azul.
- ¿Están tan seguros? – dijo con tono irónico.
- ¡Si! ¡La coronación será dentro de poco! ¡necesitamos de Azul antes de que sea demasiado tarde!
- ¿y ustedes le dijeron eso a Azul?
- ¡¿Qué quieres decir?!- Exclamó la mujer, exasperada.
Se produjo una pausa, en la que la madre consiguió calmarse. La Pitonisa agarró la tetera y se dispuso a servirse más té en la taza.
- Estoy segura, – dijo mientras colocaba lentamente la tetera en su lugar. – Que Azul no se habría escapado si supiera que en sus manos tenía tal responsabilidad.
La madre la miró extrañada. El padre desvió la vista hacía la ventana, incomodado en aquel ambiente lleno de discusiones.
- ¿insinuás… -tanteó la madre- … que Azul no sabía que era la heredera al trono?
- Exacto.- sentenció la Pitonisa, satisfecha de que su tía hubiera entendido tan rápido.
- Eso es una estupidez. –exclamó la mujer, incrédula.- ¿cómo no va a saberlo? ¡Nunca se lo ocultamos! ¡no hicimos otra cosa que hablar de eso los últimos meses! ¡pasamos mucho tiempo preparándola para cuando suceda!
Era una estupidez… Claro que era una estupidez. ¿Cómo Azul iba a ignorar que era heredera al trono? Nada menos que sobrina de la actual reina del mundo de las hadas…
Rosaura, hermana de la legítima reina y madre de Azul, era sin duda perteneciente a la realeza, de ademanes simpáticos, pero al mismo tiempo, profundamente majestuosos. De mirada abierta, pero también, llena de una gran sabiduría.
Sin embargo, al igual que el Ángel, ella escondía una especie de fuego en su corazón. Una locura aventurera y salvaje. Una locura que la llevó a conocer a Abel, un hombre que apenas podía llamarse hombre y nada quería tener que ver con la realeza.
Y es que el padre de Azul era en realidad uno de esos extraños magos que tienen el poder transformarse en árboles. Carecía de la locura salvaje y aventurera de su esposa, pero gracias a su alma de árbol amaba la naturaleza y la tranquilidad del sol al mediodía.
Así que una tarde hecho raíces en medio de un bosque, con la idea de quedarse allí para siempre. No se imaginó que en ese bosque conocería a la mujer que sería su esposa, ni que esa extraña adivinaría (con sus profundos ojos sabios) al hombre oculto en aquella jaula de madera, ni que se enamoraría profundamente de su alma salvaje, irrevocablemente y sin retorno.
Pero él era un hombre de bosque, y no sabía nada de reyes y doncellas. Vivió toda la vida con ella, creyendo que al ser solo la hermana de la reina no tendrían que involucrarse mucho en temas políticos.
Hasta que…
- No digo que se lo hayan ocultado. – Dijo la Pitonisa con lentitud. – Me refiero a que Azul tiene poca capacidad de concentración.
- ¡Por favor! ¡Azul no era idiota! ¿Cómo iba a hacer para no darse cuenta…?
- No, no, tampoco digo que Azul sea idiota. – Dijo con una sonrisa. – Simplemente no sentía un gran interés en formar parte de la realeza. Tampoco sabía bien cuales eran sus responsabilidades, y, de todas formas, las responsabilidades nunca le resultaron atractivas. Y si a eso le sumamos su ensimismamiento y su poca concentración…
- No nos andes con rodeos. Si realmente sabes donde está Azul será mejor que lo digas. Y si no, nos vamos. Ya soportamos suficiente tus palabreríos.
Por primera vez en toda la conversación, la Pitonisa se mostró disgustada. Tal vez aquel comentario la había ofendido. O quizá estaba dispuesta a todo para ocultar el paradero de su prima.
Sus rojos labios se torcieron en una mueca de disgusto.
- No me vengas con eso. – Dijo, muy seria.- No es tan necesario que yo te diga donde está Azul. Después de todo, Azul no es la verdadera heredera al trono ¿no? Estoy segura de que encontrarán a otra. – las últimas palabras las soltó con profundo desprecio.
Y es que en realidad la única y genuina heredera al trono era, increíblemente, la Pitonisa. Pero el derecho a la corona se le fue quitado cuando renunció a su naturaleza de hada, y cambió los mágicos y armoniosos poderes de la naturaleza por las ciencias inexactas de las barajas, las hojas de té, las runas y otras cosas por el estilo.
No es que a ella le importara demasiado, a ella tampoco le atraían mucho las responsabilidades. Pero aún así, no podía evitar sentirse un poco ofendida.
Rosaura la miró unos segundos, atónita. Y luego, con aire decidido, dijo:
- Listo. Nos vamos.
Y en medio de su ademán para marcharse, la Pitonisa la interrumpió.
- Está bien. – Dijo, mientras esbozaba de vuelta una sonrisita de suficiencia, quizá sabiendo que lo que estaba por decir no le iba a gustar nada a su tía.- Azul está escondida en los lejanos prados.
La madre volvió a mirarla, sin palabras, nuevamente incrédula.
- No. Claro que no. Mi hija no es el hada de los lejanos prados.
La Pitonisa se encogió de hombros.
- Creí que querías saberlo. – se limitó a responder.
- ¡Nos estás mintiendo!- Exclamó la mujer, dolida.- ¿por qué Azul se marcharía para ir allí? ¡en esos prados no hay absolutamente nada!
La Pitonisa no volvió a hablar. Se fijó en que la tetera ya estaba vacía y se dirigió a lo que era una especie de cocina para guardarla.
Rosaura y su esposo se quedaron a solas. Ella lo miró angustiada.
- ¿A vos que te parece?
- No sé. – dijo por primera vez. Tenía una voz profundamente grave, que tal vez no coincidía mucho con su apariencia asombrosamente esbelta.- Pero si es verdad que se escapó a los lejanos prados, yo no se lo voy a reprochar. Yo sé lo que es sentir el ansia de la naturaleza.
En cierto modo, el padre de Azul estaba feliz de que su hija hubiera escapado.
Por alguna razón, no le entusiasmaba demasiado que su hija sea una especie de princesa o reina, siendo tan joven. Además, estando ella tan acostumbrada a los mimos de su hogar, le haría bien vivir un tiempo lejos de casa.
Claro que de todas maneras, estaba preocupado. Pero era una niña valiente. Todo iba a estar bien.
“Todo va estar bien” Le dijo dulcemente a su esposa, mientras apoyaba un brazo sobre su hombro.
Ella lo miró, agradecida por sus palabras.
“¿y si en realidad es eso?” se preguntaba la mujer. Tal vez era cierto. Quizá Azul había heredado el alma de Árbol de su padre, y había huido en búsqueda de una tranquilidad verde.
Ese pensamiento, por alguna razón, la reconfortó un poco.
Se despidieron de la Pitonisa diciendo que ya habían escuchado lo que querían oír.
Y continuaron con la búsqueda.
Pero no buscaron en los lejanos prados.
Si era verdad que estaba allí, el padre prefería no encontrarla.
En cambio, la madre, directamente se negaba a aceptar que estaba allí. Guardaba la esperanza de que la Pitonisa se hubiera equivocado, o, resentida, les hubiera mentido.
Así que hicieron oídos sordos a los rumores.
Y siguieron buscando.
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